Es bien conocido que el fascismo propiamente dicho, el fascismo clásico, es un fenómeno históricamente situado en el cual se suele englobar, pese a sus diferencias, tanto al fascio mussoliniano como al nacionalsocialismo hitleriano. También sabemos que ese término ha sido extrapolado para designar tanto a los regímenes que guardan cierto parecido con los que se impusieron en los años veinte y treinta del siglo pasado, como para calificar a las posturas políticas y a los movimientos que se reclaman de las ideologías de aquellos regímenes, introduciendo si acaso algunas actualizaciones menores. Es preciso desmontar el espejismo según el cual se vence al neofascismo acudiendo a las urnas, porque, lo que realmente se está haciendo al introducir en ellas una papeleta de voto cuando este se perfila como posible ganador, es contribuir a legitimar su modo de acceso al poder, y, de esa forma, darle carta blanca para poder actuar después a su antojo.