Argentina – Haití. “Si no terminamos con el capitalismo, no podemos eliminar el racismo”
La mayoría son jóvenes estudiantes que migraron en busca de un mejor porvenir, pero se encontraron con otra realidad: hambre, falta de derechos, precarización laboral, racismo y violencia institucional. Testimonios y experiencias de haitianxs, una comunidad afrodescendiente sumergida históricamente en el olvido.
Haití “nació en ruinas y no se recuperó jamás: hoy es el más pobre de América Latina”, escribió Eduardo Galeano en 1971.
Invasiones. Francia, España, Gran Bretaña y EE.UU. Colonización. Cultivos de caña de azúcar. Esclavitud. Explotación y pérdida de fertilidad del suelo, deforestación. Desigualdad social. Dictaduras, sangre y violencia. Inseguridad. Vulneración de los derechos humanos. Desempleo. Privatización de la educación. Catástrofes naturales (terremotos, tsunamis y huracanes). Destrucción. Campos de refugiados. Desconcierto; por nombrar algunos de los males que persiguen a Haití y mantienen sus venas abiertas desde que se escribió la primera página de su historia, bañada en sangre.
Y que en definitiva explican el por qué de su pobreza estructural, y por qué en las últimas décadas miles de jóvenes estudiantes de entre 18 y 30 años, dentro de una población con 95% de afrodescendientes, migraron hacia países de América del Sur; principalmente Brasil, Ecuador, Chile y Argentina.
Razones humanitarias
El 31 de diciembre de 2016 Jean Jackson (24) llegó desde Puerto Príncipe, como el resto de sus compatriotas, “por razones humanitarias”. Con su Visa de tránsito en mano, primero Jackson tuvo que sortear un viaje en colectivo interminable desde Brasil para cruzar la frontera con Argentina.
“Los senegaleses y los africanos en general vinieron al país en situaciones y contextos diferentes al nuestro. Algunos por guerra, otros por trabajo, o por ser refugiados. Nosotros estamos acá por razones humanitarias. El 70% somos estudiantes aquí en Argentina. Tenemos dificultades y precariedades distintas a las de los senegaleses”, le explica Jackson a Revista Cítrica, en el comedor del departamento donde alquila, en el barrio de Constitución.
Cuando cursaba segundo año de Derecho, Jackson decidió migrar para mejorar su formación académica fuera de la inestabilidad y la persecución política que se respira a diario en Haití. Y lo hizo con creces: estudia Ciencias Políticas en la Universidad de San Martín, y trabaja de forma independiente como traductor de creole (lengua criolla de Haití) en el Ministerio Público de la Defensa.
“Antropológicamente el idioma francés no nos pertenece. Es una herencia por haber sido colonizados por Francia. La forma y el acento son distintos. Es como si un ladrón entra en tu casa y olvida su plata. Y ahora esa plata es tuya. Como ellos nos robaron todo, nosotros guardamos al menos su lenguaje”, nos dice Jackson, que por la expresión de sus ojos ahora más achinados pareciera tener una sonrisa de oreja a oreja: el barbijo que lleva puesto nos deja con la intriga.