Argentina. “El tiempo no para”, la inflación tampoco

 

Por Máximo Paz, ANRed

Ayer a las 16, los tambores de la expectativa dejaron de redoblar y ante el silencio producido, la central encuestadora del Estado Nacional -cuyo continente de empleadas y empleados se encuentra pintado por la pobreza a partir de sus magros salarios- lanzó los esperados resultados: 3,9% para el doceavo mes y 50,9% para todo 2021 en la subas promedio del Índice de Precios al Consumidor. Número mayor al porcentaje estimado –corregido varias veces, antes de que la tortuga no sólo se le escape, sino que lo haga por varias cuadras- del ministro de Economía Martín Guzmán y menor a las estimaciones de la gran mayoría de las consultoras privadas y sus afilados colmillos lobistas.

Lo cierto es que el Indec publicó lo que ellos entienden por qué en diciembre las billeteras, bolsillos y cuentas sueldo se sacudieron otra vez –y fuerte- a la baja sobre el poder adquisitivo de las mayorías: por ello observó que la suba de Alimentos y bebidas chocó con un 44,3% mensual (vs. 2,1% en noviembre) y fue la que tuvo mayor incidencia en todas las regiones del país. Sobre este punto estudiado, el segmento más afectado por segundo mes consecutivo fue Carnes y derivados. El ítem Pan y cereales, y Leche, productos lácteos y huevos también tuvieron su movimiento inflacionario aunque en menor medida.

A través de la proporción 4,9 % (vs. el 2,2% de noviembre) para el mes en cuestión, Transporte también se suma a la ola de los fuertes incrementos impulsados, en este caso, por subas en el transporte público en algunos distritos y los cada vez más lejanos valores de los vehículos automotores. Del mismo modo, la potencia de los precios relacionados con la división Restaurantes y hoteles reflejó un aumento de 5,9% frente al 5 por ciento que se registró en noviembre.

Por su parte, entre las alzas de todo 2021, el Indec destaca una marcada alza en el primordial ítem Alimentos y Bebidas (50,3%), a la vez que Prendas de vestir y calzado (64,6%), Transporte (57,6%), Restaurantes y Hoteles (65,4%) y Educación (56,1%) se suman como protagonistas de los incrementos que se dieron sobre los últimos doce meses.

Al vuelo, los portales de los multimedios, radios y programas televisivos, amplificaron la esperada noticia. “De esta manera, y pese a los controles de precios, las tarifas de servicios de luz y gas congeladas y el atraso cambiario, la inflación superó con creces la última proyección oficial”, lanzó el diario opositor Infobae, a través de un artículo que lindó el ardor retórico.

“Con el objetivo de enfrentar el proceso inflacionario, desde el Palacio de Hacienda aseguraron que ‘en el marco de un alza de los precios a nivel global, el Gobierno continúa trabajando para alinear las expectativas de precios y salarios de cara al 2022’”, arrojó, por su parte, el medio oficialista Página 12, en una nota escondida puesta en tercer lugar de la sección “Economía” de su portal.

Más allá del juego de intereses del capitalismo argentino reflejado en sus escribas, la inflación y las causas que la provocan mantiene en vilo un debate que lleva años.

Desde la explicación que abarca los comportamientos dinámicos de los sectores monopólicos formadores de precios, pasando por la culpabilidad de la “maquinita de imprimir billetes”, hasta la consideración de la falta de productividad e incompetencia ante los precios internacionales de bienes y servicios o, mismo, un cóctel mezclador de todas las tesis nombradas, los gobiernos –todos- siempre han sido uno de los beneficiados de la suba de precios.

El gatillo inflacionario, por siempre, acciona una mayor recaudación, la licuación del gasto social, incluyendo jubilaciones, pensiones, asistencia social, obras públicas y salarios de la Administración Pública Nacional, sin dejar de lado el ajuste a los sueldos de las y los -cada vez menos- trabajadores actividad privada.

La inflación forma parte, a esta altura, de los mayores íconos que representan nuestra construcción identitaria. Ella arrancó de forma sistemática en el año uno del siglo pasado y, salvo breves intervalos, convive en el territorio de los cuatro climas de forma arraigada, tanto o más que cualquier costumbre o tradición.

Un breve repaso de su argentinidad acusa que desde principios del Siglo XX se salvaguardó en un solo dígito, aunque hubo amagues de dos dígitos en 1900-1901, 1917-1918, 1920 y 1933.

Entre el período 1945-1975, su cociente fue de dos dígitos, aunque con una escalamiento a tres cifras en 1959 (129,5%) y guarismos mayores al 30% en 1948 (31%), 1951 (36,7%), 1952 (38,8%), 1966 (31,9%), 1971 (34,7%), 1972 (58,5%) y 1973 (60,3%).

En el período 1975-1988 se disparó un ciclo de altas tasas inflacionarias anuales de tres dígitos con marcas récord en 1976 (444%), 1984 (626,7%) y 1985 (672,2%).​ Entre 1989 y 1990 detonó un pico hiperinflacionario de 3079% y 2314%, respectivamente.

En la década de 1990, a través de la Ley de Convertibilidad, la inflación mermó progresivamente hasta lograr niveles cercanos a cero. El costo de querer despedirla desembocó en el estallido insurreccional de diciembre de 2001. La inflación volvió con tasas del 20-25% para el período que abarca 2002-2017, aunque con dos picos de 47,6% y 53,8% en 2018-2019, que llevó a que la economía argentina fuera categorizada como «economía hiperinflacionaria». En 2020 la inflación fue del 36,1%. Como el tiempo, nunca paró.

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