Argentina. Crónicas de la democracia acorralada
La santa Fe
“El dueño salió y se puso a repartir armas entre los vecinos”, continuó el joven maestro de arrabales. “Ya hace un tiempo que el clima está muy enrarecido. Volvieron a profundizarse las golpizas en las comisarías. Y fue muy claro ahora, quiénes eran los que iban a buscar pibes para ir a saquear. Son pibes metidos en las cadenas narcos y laburan para ellos. Quedó muy en claro. Además, la nueve milímetros es el arma reglamentaria de la policía”, advirtió Luciano Candiotti, desde aquella ciudad.
Desde Rosario, el periodista Carlos del Frade describe para APe que “en los barrios, en forma paralela, había una disimulada tensión que se observaba en los comercios cerrados por anticipado y decenas de pibes en moto que recorrían el territorio pispeando las evoluciones de las tropas nacionales”. En Santa Fe –relata- “hubo inocultable temor luego de conocidas las noticias que dieron cuenta del saqueo de dos comercios donde se vendía comida. Allí si apareció una vieja postal que remitía a los hechos de diciembre de 2001 y mayo de 1989”.
Conocedor exquisito de los acuerdos narcoinstitucionales, Carlos del Frade analiza que la realidad muestra “policías con muy bajos salarios, responsables de su pésima imagen social como consecuencia de su corrupción histórica” que “estrenarán, en esta provincia con forma de bota militar y nombre profundamente religioso, una nueva forma latinoamericana de desestabilización, la protagonizada por las fuerzas de seguridad provinciales. Algo que ya había anunciado el imperio hacia fines de los años ochenta”. Por eso advierte que “en estos treinta años de democracia también es preciso pensar, de cara a este conflicto que mete miedo en la sociedad santafesina, qué hicieron los distintos gobiernos electos por el voto popular a la hora de conducir la fuerza. `Si quieren transparencia la tienen que pagar bien`, dijo uno de los policías ocultos en un pasamontañas.
Un mensaje más mafioso que sindical, una clara señal de la narcopolicía emergiendo tres décadas después de la democracia que supimos conseguir”.
536 kilómetros al Norte, esta madrugada unos cuarenta policías irrumpieron en una casa, en Resistencia, con la violencia de los dioses paganos de un extraño olimpo. Seis patrulleros, motocicletas, gritos, golpes. “Acá está el que le metió el tiro a un compañero, a un milico, y vamos a entrar como sea, ¿vos no vas a hacer eso si le balean a tu compañero?, así que borrá eso porque nos compromete”, describe el diario Primera Línea, de Chaco.
El sueño entrerriano
Cómo explicarles a los maestros que es necesario alzar las armas para acceder a un salario de modesta dignidad. Cuando el emblema es Carlos Fuentealba. Muerto por la policía cuando pretendía un aumento de sueldo.
“Calles desiertas como si fuera domingo en Paraná, comercios cerrados y enrejados, miedo en la gente, una sensación de indefensión que se transmite, que se contagia”, describe para APe el periodista Osvaldo Quintana. “A media mañana la policía visita cuadra por cuadra los negocios del centro, avisando que ellos son los guardianes del orden pero que mejor cierren, que es por su seguridad. La noticia se propaga como pólvora por todo el radio céntrico y el efecto contagio es eficaz. Los mismos uniformados lo desmentirán horas después, utilizando su particular lenguaje en un canal de televisión local”. A las puertas de un super de calle Don Bosco “se va juntando gente; es el mismo que hace 12 años fue saqueado completamente ante la pasividad de las autoridades policiales. Circulan por las cercanías, expectantes: mujeres, niños y pibes en bicicleta provenientes de las barriadas pobres que rodean al mercado”.
Cerca de Concordia, la nave insignia de los saqueos de 2001, la más pobre de todas hace una docena de años, “la pobreza vuelve a hacerse visible en las calles, en los semáforos –va observando Quintana-, en los contenedores de basura que empiezan a poblarse de familias enteras ni bien asoma la noche. En los vendedores de pan casero que vuelven a circular por los barrios”. Cuando cae la noche “los pequeñísimos comerciantes también cierran sus puertas. En algunos supermercados que no abrieron, vuelven a escucharse disparos y muchos vecinos temerosos se refugian en sus casas”.
La feliz
La Mar del Plata feliz y balnearia del turismo estival recibió un piedrazo feroz sobre su médula. Cachetada de fuego sobre la playa obrera e igualitaria de los viejos años 50 y 60 que, por unas horas dejó al desnudo que la felicidad hace tiempo que le es ajena. Hasta que, con la contundencia del golpe sobre la mesa, el máximo jefe de la Bonaerense Hugo Matzkin anunció rimbombante: “Se ha normalizado la situación en la ciudad” y todo, con la casa ya en orden, volvió a sus viejos carriles.