Apuntes para una crítica al consumo desde una perspectiva marxista
En la teoría marxista es el trabajo el que valoriza a la mercancía porque la convierte en objeto que adquiere valor y, a partir de ahí, entra en la circulación del consumo.  
De ahí nacerá la teoría de la explotación, no sólo en cuanto a las condiciones de trabajo, sino en relación con la ecuación salario, precio y beneficio. El beneficio surgirá de la minusvaloración (salario) del trabajo productivo del trabajador respecto al precio de venta del producto, una vez descontados los costes de maquinaria y, en la sociedad actual, logística, publicidad y otros elementos que permiten la introducción de los productos en el mercado. 
De aquí se extrae una primera conclusión que los comunistas muy pocas veces traducen socialmente de un modo lo bastante visible: sin la intervención del trabajador y su jornada de trabajo no existe valor añadido a la mercancía. Él la convierte en producto. Su trabajo hace que una mercancía inerte –v.g., papel, tinta y textos se conviertan en un periódico- cobre vida y adquiera valor real. Él es la única fuente generadora de riqueza y no el empresario, que sólo es un mayorista dele empleo y un almacenista de la mercancía inerte. Por tanto, una figura perfectamente sustituible y contingente. En este proceso intervienen diferentes tipos de asalariados, de distintas categorías y a los cuales se escamotea una parte de la plusvalía. De ahí que, en la sociedad actual, quepa hablar de clases trabajadoras o asalariadas antes que propiamente de clase obrera. 
Hasta aquí la teoría marxista clásica sobre la plusvalía. Se obtiene en el centro de trabajo y en la producción.  
Pero a Marx y Engels les interesaba de un modo especial la reproducción; esto es, el espacio de tiempo, de acciones y vivencias del ser humano en las que este se ocupa tanto de su supervivencia material como espiritual. El término es muy resbaladizo y no representa lo mismo para Bordieu que para Althusser, por citar a dos marxistas concretos, no muy distantes en su génesis ideológica, pero pongamos que incluye cuestiones como alimentarse, vestirse, educarse, cultivarse, disfrutar del ocio o consumir, en general, todo tipo de mercancías y servicios que son ajenos a la actividad productiva del trabajador, aunque hayan sido producidas por otros trabajadores, a los que, a su vez, también se extrae plusvalía. 
Decía el barbudo de Treveris que “en la sociedad comunista, donde cada individuo no tiene acotado un círculo exclusivo de actividades, sino que puede desarrollar sus aptitudes en la rama que mejor le parezca, la sociedad se encarga de regular la producción general, con lo que hace cabalmente posible que yo pueda dedicarme hoy a esto y mañana a aquello, que pueda por la mañana cazar, por la tarde pescar y por la noche apacentar el ganado, y después de comer, si me place, dedicarme a criticar, sin necesidad de ser exclusivamente cazador, pescador, pastor o crítico, según los casos”. (1) 
El marxismo es humanista, a pesar de Althusser, Bachelard y su famosa “ruptura epistemológica” entre el joven Marx, idealista según él, y el Marx maduro, científico. En realidad, el pensamiento de Marx busca liberar al hombre de su explotación en la producción para hacerlo pleno en su tiempo libre, en el que puede desplegarse todo el potencial de su emancipación. El ocio creativo en el que las sociedades humanas progresan en civilización. Esto, si uno se queda atrapado en “El Capital”, la obra que la inmensa mayoría de los marxistas no han leído, pero apelan a ella para hacer doctrina, no se entiende. El “Capital” es un análisis económico poderoso de cómo se explota y aliena al hombre en la producción como los “Manuscritos Económicos y Filosóficos” y “La ideología alemana” nos muestran a un Marx a la búsqueda del hombre pleno y libre. Hay un Marx que busca la emancipación del ser humano y otro que explica cómo se produce su esclavitud. Simple complemento.  La fundamentación de la teoría marxista no tendría sentido sin una base moral en la que se inspire todo el proyecto revolucionario y subversor del orden social establecido por el sistema capitalista. Como dice Adolfo Sánchez Vázquez “el marxismo es (…) un proyecto (…) de emancipación social, humana, o de nueva sociedad como alternativa social en la que desaparezcan los males sociales criticados. Se trata de un proyecto de nueva sociedad (socialista-comunista) en la que los hombres libres de la opresión y la explotación, en condiciones de libertad, igualdad y dignidad humana, dominen sus condiciones de existencia; un proyecto a su vez deseable, posible y realizable” (2) 
Pero volvamos a lo que importa. Marx dedujo que la circulación de la mercancía, es decir, la distribución, había de tener una importancia decisiva en el destino del hombre fuera de la producción. 
Sin embargo, cuando escribió su obra el proletariado era ajeno a un consumo que no fuera básico y de mera supervivencia. El desarrollo del capitalismo y su estrategia expansiva, basada en la masificación del consumo convertiría, en el siglo XX y en lo que conocemos del XXI, el ámbito de la reproducción en un espacio decisivo para el logro exponencial del beneficio capitalista. 
Hoy el asalariado trabaja no para lograr su supervivencia, su bienestar  o su reproducción sino para devolver al capital, a través del consumo, el salario que éste previamente le había pagado por su trabajo. De tal modo que el orden capitalista es actualmente una inmensa fábrica, con hipermercado adosado, en la que el trabajador produce, por un salario, lo que luego ha de comprar con ese mismo sueldo. Ello es así hasta tal punto que el asalariado, en el mundo capitalista avanzado, vive a crédito, quedándose a primeros de mes con su cuenta temblando porque el banco le ha extraído el dinero que el mes anterior le prestó para “vivir al día”. Se trabaja en pasado, se paga en futuro y se permanece en un eterno presente contínuo endeudado. 
El sistema económico cierra así el círculo perfecto. Un trabajo productivo que le sale casi gratis porque el salario obtenido con él va a una segunda acumulación del beneficio, la que nace del consumo. Se suman el beneficio en la producción (derivada de la tasa de plusvalía) y en la distribución, que nace de convertir al asalariado, ahora en su papel de consumidor, en productor de otra forma de plusvalía; la nacida de ser un “homo consumer”, la “estación Termini” en la que acaba siempre la gigantesca cadena de producción del sistema capitalista. 
El hombre vive para trabajar, trabaja para consumir y consume para que la bicicleta estática del sistema capitalista no cese su pedaleo y termine por quedar parada y muerta. En ese proceso infernal se produce la doble alineación del sujeto:
 
Han sido fundamentalmente las escuelas postmarxistas, con la escuela de Frankfurt  a la cabeza (Adorno, Marcuse,…), la “teoría crítica” de  Max Horkheimer, los filósofos de la postmodernidad (Baudrillard, “El sistema de los objetos”, “La sociedad de consumo”), o los situacionistas (Guy Debord, Raoul Vanergen). Sus análisis sobre la alineación del ser humano en la sociedad de consumo de las sociedades postindustriales o sobre la conversión del mundo desarrollado en pura reproducción han sido brillantes y una contribución valiosa para el marxismo, a pesar de que sus implicaciones políticas acabaran a casi todos ellos situándoles finalmente en la derecha.  
Pero los marxistas algo más clásicos, que no ortodoxos, tenemos mucho que agradecer a su esfuerzo por explicar la nueva domesticación del ser humano a través de la generación del deseo inducido (publicidad, aparatos ideológicos de dominación, estructura de valores sociales, educación, medios de comunicación de masas y familia como transmisores de dichos valores,…). La ya vieja idea de que el sujeto social se representa socialmente en el tener y no en el ser. De este modo, el objeto signo, del que hablaba Baudrillard se entronizará en el auténtico protagonista y valor de la vida social. La coartada para ello será la satisfacción del deseo, que se consuma en el momento en que se adquiere el objeto deseado; el hedonismo del “homo ludens” como valor supremo de la vida humana. Ello supone la mercantilización de las vidas del hombre y la mujer que no se “realizan” sino es en el consumo. 
La patologización de la existencia, el vaciamiento de cualquier proyecto vital en la plenitud de lo que la filosofía griega clásica interpretaba como la buena vida (el conocimiento, la búsqueda de lo justo y bueno, una existencia en armonía con el medio y con los otros seres humanos ,…), la cosificación del sujeto social, mero medio instrumental para la valorización de la mercancía, la permanente insatisfacción, una vez agotada la emoción de adquirir el producto o el servicio, el carácter tóxico de la sociedad de consumo, la depresión de quienes no alcanzan el status representado a través del consumo (síndrome del perdedor), la sujeción de la pauta de consumo a la moda, la colonización del cuerpo, con todo el sufrimiento que conlleva, la espiral insaciable del deseo de tener, la pérdida del potencial emancipador del ser, son sólo algunas de las terribles consecuencias del consumo. 
Muchas han sido las vías de derrota de la clase trabajadora pero no es la menor la inoculada por el virus consumista. A través de él se ha difuminado la conciencia de clase del trabajador como sujeto productivo alienado y explotado para “resarcirse” en la falsa democracia del consumo que se fetichiza en la falsa percepción de que en el consumo todos nos igualamos, si no en la marca, el coste o el estatus proyectado del producto, sí en la posibilidad de ser todos demandantes concurrentes del mercado.  
Se nos despolitiza para hacernos olvidar que el consumo es la otra cara de la moneda que explota al ser humano para hacerle trabajar para consumir y que construye una “coartada” ideológica” para soportar la explotación en el trabajo a través de una falsa compensación en un ocio consumista y en una falsa “autorrealización” como poseedor-propietario.  
Este es un frente que el capitalismo abrió hace ya demasiado tiempo, en el que los marxistas, y todos aquellos que luchan por la liberación de la explotación del hombre por el hombre, desde cualquier perspectiva, hemos cosechado derrota tras derrota y no hemos logrado instrumentar una práctica política, operantemente educativa, reivindicativa y alternativa global que logre la superación de esta dominación en el espacio reproductivo. 
La superación de la alineación en el consumo es una vía más, necesaria, fundamental y complementaria, de la lucha por la emancipación del ser humano, en general, y de los trabajadores, como clase-síntesis de todas las demás explotaciones.         
 
  (1) Marx, Karl: “La ideología alemana”
(2) Sánchez Vázquez, Adolfo: “Ética y marxismo”