¿Apoyar o condenar a Cuba?
Podría pensarse que actualmente ya no es tan importante apoyar o condenar al proceso revolucionario cubano, que las dos posiciones deben tener muchas razones y que el problema fundamental es otro. Que ahora se trata de otra actitud, porque si logramos traspasar el laberinto kafkiano, del que todavía somos huéspedes en todo el mundo, podríamos seguir enarbolando la efectividad de las palabras. Decididamente no es la isla la máxima preocupación del planeta. Ella sólo es una reacción, –lo más dignamente posible en medio de la indignidad reinante— por el derecho a defenderse y a equivocarse al instalarse en el gran problema del mundo. Entonces, defender o atacar a Cuba ya no es defender o atacar a una postura ideológica o a una forma de organización social. Es otra cosa. Y no puede ser otra que creer o no creer que se puedan encontrar nuevas propuestas vivificadoras para cambiar el rumbo de la Civilización y hacerla un patrimonio de todos.
 
Mientras no las encontremos la ceguera nos seguirá dominando, porque, por sobre todas las visiones, la razón fundamental que agranda a esta pequeña isla, en su larga y complejísima lucha, es precisamente esta dignificación del derecho a la vida de los más desfavorecidos de la Tierra: mantener el dedo en la llaga de la Humanidad, esa llaga de humillación y muerte que una buena parte del mundo ha escogido no tocar. Ello hace que cualquier absolución o condena a Cuba tenga que pasar primero por la sensatez de descubrir la herida: la consideración de la dignidad humana para todos como el valor más absoluto. Identificándonos en esa igualdad es como único podremos colaborar a una convivencia armónica en aras de la supervivencia de la especie humana, que es el verdadero problema del Mundo actual.
 
¿Qué otro cuerpo ideológico, sistema político-económico, conjunto de naciones, país, institución o iniciativa social organizada con algún poder en estos momentos en alguna parte de la Tierra comporta semejante actitud de exigencia humana ante los más poderosos del Mundo? Resulta muy triste observar una enorme carencia. Para nadie es un secreto que cada vez más, impulsada por los grandes medios en manos de unos pocos, prospera la idea de que cada cual busque lo
mejor para sí mismo y se olvide de cualquier otra preocupación, el famoso “sálvese quien pueda”, porque, sencillamente, el ser humano, en sociedad, es insalvable. Arribar a esa conclusión es el peor desastre que puede sucederle a un individuo y a una civilización. Están abriendo las puertas de su propio final.
 
No cabe duda de que entre migraciones humanas desenfrenadas, traslaciones de enfermedades incontrolables, encuentros culturales explosivos y un desconcertante cambio climático que, en vez de abrirnos las orejas, cada vez más nos ensordece, el abismo entre un mundo rico y otro pobre ya es inflamable, real e histórico. Extender la sociedad consumista no lo aguantaría la Naturaleza. Pero los seres humanos buscarán eternamente su mejoramiento allí donde esté. De hecho ya todos nos estamos juntando, poco a poco, pero el movimiento es indetenible. El umbral de la barbarie está siendo atravesado desde el propio abismo que se ha creado entre los seres humanos. Globalizar la idea y la lucha por la digna cooperación entre todos los habitantes de la Tierra es un imperativo.
 
Será la ocasión para que todos podamos salvarnos. Una brillante oportunidad para seguir imaginando razones y así poder absolver o condenar todo aquello que nos niegue la existencia. Es el camino que nos dicta la realidad y la historia que pugnan su continuidad. Por ello Cuba, asediada, contradictoria, terrible y espléndida en la mayor crisis de su proceso revolucionario se convierte en una sencilla advertencia: o se cambia el mundo que tenemos o cada vez se caotizará más todo lo que tenemos, ya que resulta inconcebible, en la teoría y en la práctica, que unos puedan vivir dentro de un bienestar a costa de las penurias, los sufrimientos y la muerte de otros. Esta es la razón fundamental por lo que la pequeña isla del Mar Caribe, cuando entre todos aclaremos sus entuertos, podría lograr que los ciegos puedan ver.
Entonces, sí, es cierto que el problema fundamental del Mundo no es la defensa de Cuba, sino la concientización sobre la herida que se le está ocasionando al Planeta. ¿Qué pasó en Copenhague? Todos nos enteramos hasta por los medios más reaccionarios: un estruendoso fracaso. Los ricos no quieren abandonar su bienestar. Saben que no pueden compartirlo. ¿Qué pasó en la Cumbre de los Pueblos por el Cambio Climático recientemente celebrada en Bolivia? Apenas los grandes medios hablaron de ella. No les interesa. Esa propuesta pertenece a los pobres de esta Tierra, a los que quieren acceder a un bienestar que pueda ser compartido entre todos. ¿Compartir? Eso aterroriza a los ricos. Y compartir es la única solución para la herida.
Entonces, sí, la defensa de Cuba es un problema fundamental en el Mundo. Es la referencia más auténtica en este Planeta que insiste, casi con fiereza, en mirar la herida y en defender a todos aquellos que se levantan para curarla. Por encima de todos los errores y de todas las imperfecciones que ha conllevado la supervivencia de la isla, resulta una obligación histórica defenderla, trabajar con ella, vivirla y encontrarle los necesarios caminos de esperanza que tanto necesitamos. Es urgente defender a Cuba. Sin su grito desesperado se perdería la dignidad imprescindible para hablar sobre la herida del Mundo.