Ángel García Pintado, uno de los “hermanos lobo”, periodista insobornable
Acaba de de fallecer Ángel García Pintado, periodista dramaturgo, poeta y escritor, “compañero de ruta” de la LCR, amigo de la Fundación Andreu Nin en la que colaboró en diversas publicaciones
Acaba de de fallecer Ángel García Pintado, periodista (director del mítico “Hermano Lobo”, redactor-jefe de “Cuadernos para el diálogo”, escribió no poco sobre arte y cultura en “El País” de la primera época…), dramaturgo, poeta y escritor, “compañero de ruta” de la LCR, amigo de la Fundación Andreu Nin en la que colaboró en diversas publicaciones (Victor Serge, la conciencia de la revolución; La revolución rusa pasó por aquí, etc.), y últimamente ligado a la tarea de recomponer la izquierda militante desde Podemos. Valladolid 1940, hijo de un militar que estuvo con Franco pero que alentó las actividades clandestinas del hijo, nos ha dejado a causa de un cáncer de colon. Hacía ya cierto tiempo que Ángel dejó de prodigarse en sus artículos, cartas y llamadas que se convertían en largas conversaciones en la que entraba de por medio sus extensas vicisitudes como periodista, o su rechazo al curso cínico que había tomado la prensa domesticada.
Aunque su principal ocupación fue el ejercicio del periodismo, García Pintado desarrolló, a la vez, otras actividades como fueron la literatura y, sobre todo, el teatro, llegando a ser uno de los máximos exponentes del teatro del absurdo en España. Escribió una treintena de obras dramáticas, entre las que destacan «El taxidermista» y «La sangre del tiempo», estrenadas por el Centro Dramático Nacional y el Centro de Nuevas Tendencias Escénicas, respectivamente, en la década de los ochenta. En 1980 obtuvo el Accesit del ‘Premio Lope de Vega’ por «La sangre del tiempo» y en 1970 le concedieron el ‘Premio Guipúzcoa’ por su pieza «Ocio-celo-pasión de Jacinto Disipado». En cuanto a su obra narrativa, sobresalen las novelas «Allá va mi cuchillo» (Anaya&Mario Muchnik, 1992) y «El cielo». Especial éxito tuvo su ensayo «El cadáver del padre. Artes de vanguardia y revolución» (editado por Akal y reeditado por Los Libros de la Frontera con prólogo de Jaime Pastor), que constituye una verdadera radiografía de las vanguardias artísticas y sus relaciones con el poder.
También hizo incursiones en el mundo de la poesía, terreno en el que destaca su poemario «Crónica del abismo» (ed. Contraste; fue editado en pdf en “La cosecha roja” de Kaosenlared). Como periodista, Ángel García Pintado fue, entre otros diarios, redactor del ABC y columnista de El País, pero se apartó desde la indignación. Ángel contaba al detalle el caso de el ABC en el asesinato de enrique Ruano, y conocía y menospreciaba al personal que se había dejado los principios más elementales para “salir en la foto”. Los que fuimos sus amigos sabemos de su generosidad y de actitud apasionada y calurosa….
El libro de Ángel García Pintado (El cadáver del padre de Ángel García Pintado, Los Libros de la Frontera, Barcelona, 2011) es de lo que hacen época. Se trata de una contribución desde aquí a un debate que entre nosotros apenas si tuvo su tiempo, si acaso el intervalo republicano, así como en el tiempo del antifranquismo cuando –según una expresión muy conocida de un jerarca del régimen- “todos los pintores eran comunistas”, o sea subversivos. Nacido en Valladolid (1940) en el seno de una familia bastante conservadora, Ángel se convirtió en una figura clave de la batalla cultural de las vanguardias críticas emergente en los años sesenta desde el teatro, junto con nombres como José Ruibal, Ruiz Matilla, Francisco Nieva, Alfonso Sastre o Fernando Arrabal –cuando estaba vivo-, y muchos otros, sobre todo en Madrid y Barcelona, que reivindicaban las nuevas corrientes europeas de vanguardias con Becket, Genet, el teatro del absurdo o el de crueldad, liderado por el Peter Weiis de Marat-Sade, con el que el autor de estas líneas le encuentra no pocas afinidades.
El teatro de aquel entonces, animado desde revistas como Primer Acto, estaba animado por la búsqueda constante por una rebeldía estética que, al mismo tiempo, suponía una carga de dinamita cerebral contra las normas de un régimen ubuescocuya corte de censores era capaz de reclamar la presencia de un tal Ramón Mª del Valle-Inclán para poder reprenderle sobre todos los pasajes que tenía que revisar en una obra tan sospechosa como Los cuernos de don Friolera. Ángel combinó el teatro de vanguardia con el periodismo de conciencia crítica –una especie que casi se extinguió en las décadas que siguieron-, fue jefe de Cultura de la Agencia Efe, redactor jefe de Cuadernos para el diálogo en la época en que esta revista denunciaba el “fascismo exterior” made in USA. Pero a lo que un servidor llama más la atención es que también fue director de la revista satírica Hermano Lobo, que le hacía disfrutar tanto o más que Sopa de ganso de los Marx Brothers con la particularidad que se mofaban de todo, aunque muy especialmente del régimen que –justo es subrayarlo- también conoció una oposición soterrada pero extraordinariamente eficaz desde la sátira, sátira en no pocos casos escrita o dibujada por autores que provenían desde la misma base social del régimen. como el inigualable Chumy Chúmez.
Ángel es también autor de numerosas piezas dramáticas, una de las cuales, El taxidermista, fue estrenada en 1982 en el teatro María Guerrero, del Centro Dramático Nacional, dirigida por Jordi Mesalles e interpretada, en programación paralela, por Nicolás Dueñas, Magüi Mira y Juan José Otegui.
El cadáver del padre se forjó en el teatro, y como el “el teatro tiene mucho de multidisciplinar”, nos dice, este ensayo sobre las vanguardias y la revolución supone “un intento de obra total: por eso se da un repaso a arquitectos, pintores, escultores, poetas y, sobre todo, dramaturgos. Repaso lo que fueron las vanguardias en España, es decir, el desierto cultural español en este sentido, con el paréntesis de la República y el consiguiente exilio de los vanguardistas; pero no es muy español mi libro: es bastante afrancesado, en el sentido en que se fija en las polémicas entre las vanguardias, que tuvieron su escenario principal en Francia», aunque esto fue en otros tiempos, antes de que la restauración conservadora echara siete llaves sobre la tumba de Sartre.
Y si en Francia se perdió el hilo, y durante las tres última décadas París fue la retaguardia del la escuela Wall Street, cabe preguntarse que no sería por estos andurriales, donde esta historia pasó casi de puntillas como sucedió con el propio libro, editado sin mucho esmero por la combativa editorial Akal, por lo que, como dice Jaime Pastor en la introducción, su reedición“contribuye a desvelar una parte de la historia que ha quedado prácticamente ocultada a las nuevas generaciones, a la que ayudará a recordar a muchos de quienes en algún momento de sus vidas se incorporaron a la lucha política y cultural teniendo como referentes las vanguardias revolucionarias del primer tercio del siglo XX».
García Pintado escribió este libro por la necesidad de definir la vanguardia y los «ismos» vanguardistas históricos, que es de lo que se ocupa la primera mitad del libro, pero también para abordar la relación de esa vanguardia con la revolución rusa y la Rusia de Lenin, con los soviets todavía palpitantes de restos de gloria albergando los convulsivos conflictos entre futurismo, expresionismo, dadaísmo, surrealismo o todos los ismos «que se negaron a cargar con el cadáver del padre» son analizados en este libro, que es todo un friso histórico por donde pasan arquitectos, pintores, escultores, poetas y, sobre todo, dramaturgos.
La lista de nombres estudiado es subyugante, sobre todo porque es una tensión que viven artistas y políticos (revolucionarios), y que en el libro desfilan en apartados titulados «Vanguardia, tradición y crepúsculo», «La risa es un pavo real», «Trotski y los faroles calvos», «Lenin, la educación del salvaje», o «El evangelio según san Lukács», y con un final de «Revolución traicionada», de la “guerra” entre aragoneses (de Louis Aragón, el surrealista que pasó de menospreciar la revolución a sentarse a la derecha del dios Stalin) y coyoacanes con André Breton y León Trotsky al frente con diego rivera, Frida Kalho, Benjamín Peret y muchos otros en un encuentro que todavía sigue iluminando una relación llena de vida, tensiones y esperanzas.
En un nuevo prólogo, García Pintado escribe: «Dos hechos capitales han acaecido en las décadas transcurridas desde la primera publicación (…) La caída del Muro de Berlín y el fallecimiento de Samuel Beckett (…) Feliz acontecimiento el primero -continúa-, funesto el segundo. Con el Muro se derrumba una sangrienta falacia, con la muerte biológica, que no literaria, del irlandés, la vanguardia despide a un paradigma… Dos símbolos -el Muro y Beckett- que bien podrían resumir la intención de mi libro», un libro que nos deja en las puertas del futuro en el que habrá que tomar el hilo de las controversias.
Para ello no hay más que darse una vuelta por la antológica sobre Aleksandr Deineke (1899-1969), titulada sin ironía “Una vanguardia para el proletariado”, que se desarrolla en estos momentos en la Fundación Juan March (yo no cito este nombre sin taparme antes la nariz), en la que se habla de “la fábrica de sueños soviéticos” cuando los soviets eran ya un lejano recuerdo en evidente olvido de que no fue para nada eso.