Allá en Bucarest

 

Aun dando por bueno aquello de que una golondrina no hace verano, en el caso que nos ocupa, como en otros, hay casos particulares que pueden ser elevados al grado de generalidad por sus significativa ejemplaridad. Cristina es una secretaria de una empresa constructora de Bucarest que depende, o está asociada, de una empresa radicada en España, cuyo jefe que de vez en cuando acude a ver cómo marchan las cosas por allá responde al nombre de Moreno, si bien más justo sería que la mujer de treinta años más que secretaria parece chica para todo ya que por una parte, la jefa, Liliana, no le deja en paz y la utiliza de manera dictatorial no solo para las operaciones contables y de traducción, para las que fue contratada, sino para otros menesteres: ella es la que abre la barraca, la que coge el teléfono, la que prepara los cafés y demás, para cuestiones protocolarias, en atención a las visitas, etc., a lo que se ha de añadir que el resto de los empleados se aprovechan de ella o bien para que les cubra en sus ausencias, o bien para sacar la cara ante la jefa ante las faltas o descuidos. Vendría al caso que ni pintado aquello de vístete de cordero y te comerá el lobo. Cristina es aficionada a lecturas de revistas científicas, entre otras de National Geografic, además de matricularse en una academia para aprender alemán.

Estoy hablando de «Interior cero» de Lavinia Braniste (Brâila, Bucarest, 1983), editado por Automática, y añadiré que la escritora es una de las autoras más celebradas de las jóvenes generaciones rumanas y que esta novela recibió en Premio Thoreau a la mejor novela del año.

La jefa es una mujer de armas tomar que trata a gritos a sus empleados, no cortándose tan poco con sus socios y con los clientes, sintiéndose la dueña y señora de la empresa ya que su marido, Traian, es una accionista poderoso de la empresa; se vanagloria de que ella es la que lleva los pantalones y que es capaz de encararse con los hombres por muy poderosos que estos sean; la señora es desconfiada y advierte una y otra vez a sus empleados que los datos que manejan son absolutamente secretos, son secretos de estado, y que cuidadito con ir con la copla a otras empresas. Cristina es llamada a su despacho, cada dos por tres, a veces hasta para buscar cierta complicidad a las decisiones que va a tomar, aunque la verdad es que sus opiniones no son tenidas en cuenta para nada, y se muestra desdeñosa e impermeable a las opiniones ajenas. Ha de sumarse a lo anterior que en el despacho se controla al milímetro el gasto de papel, de las fotocopias que se realizan, de los productos de limpieza, pues la jefa siempre está al acecho; las condiciones en lo que hace al aire acondicionado o el sistema de calefacción dejan mucho que desear, mas que a nadie se le ocurra llevar un aparato de su casa para enchufarlo allá ya que la jefa lo impedirá con fuerza. Otra de las actividades a las que se ve obligada la joven secretaria es a ir a las obras y a acompañar a su jefa al extranjero para conocer in situ los trabajos que allá se desarrollan y para tratar con los clientes. Lo que pudiera parecer que era condición para estrechar lazos, no es tal, ya que las distancias son guardadas con celo y los gastos son reducidos, además de que se hacen diferencias entre la jefa y su acompañante, a la que se exige pero no se da, ni se ofrece cierto trato de favor o cercanía. La disposición para con la empresa ha de ser total y si hace falta ir los días de fiesta a trabajar no hay nada que objetar, ya que va de soi. Por si esto fuera poco, otras empleadas no hacen sino sacar defectos a la pobre Cristina tanto en lo que hace a su aspecto físico como a su manera de vestir o hasta a sus costumbres alimenticias; no se aplica este criterio severo a la hora de pedirle favores, teniendo en cuenta que se tiene la sensación por parte de ellas de que la cercanía que Cristina mantiene con su jefa es como si tuviera cierto ascendiente sobre ella, y hasta alguna llega a sospechar que es chivata que va con el cuento ante la todopoderosa jefa. Ursu es uno de los empleados, señor que salsea y se mete en todo tipo de chanchullos, el resto son Mona, Paul Dobre, Timea, Doña Cati, Bogdan, Florin Ivancuc,…son los nombres de la fauna de aquella oficina, infierno para nuestra joven secretaria… que se ve salpicado de algunas celebraciones de cumpleaños, y hasta bautizos, para los que se recogen fondos para agasajar al que toque, mecanismo ante algunos muestran reticencias, ya que tienen otros menesteres en que gastar su dinero.

Cristina es como un imán que parece atraer todas las desgracias, como las relacionadas con sus relaciones amorosas, por llamarlas de algún modo, que no funcionan más que de manera esporádica y de mala manera, tanto Dan como Mihai son tal para cual. La soledad de la mujer solamente es paliada en parte, por su amiga Otilia con la que se pega algunas correrías nocturnas, mas que también se ve interrumpida por mosqueos más o menos frecuentes; no le faltan tampoco algún problema de salud y algún otro asunto, de posible maternidad, que no sale todo lo bien que se esperaba. La madre de Cristina está lejos, trabaja en España como recepcionista de un camping, y cuando vuelve a Bucarest, acompaña a su hija y trata de complacerle comprándole cosas o pagándole los gastos que se originan con visitas médicas y demás. Tampoco su vivienda de alquiler es una bicoca ya que además de ser una cochambre se le exige el pago puntualmente y alguna queja sobre el mal funcionamiento de algo es respondido con aires destemplados.

A lo largo de las páginas asoman algunas referencias de la llamada revolución del 89, y de los tiempos de Ceausescu, con la visita a una prisión de sus tiempos, con su paredón de fusilamiento, y los años posteriores, con unos guardias que no permiten que se saquen fotos, ni que los visitantes se salgan del recorrido guiado…algunos toques de xenofobia salen a la superficie viéndose que tanto los gitanos como los rusos no son valorados a no ser en sentido negativo.

Como decía al inicio el caso de Cristina puede interpretarse como el caso de una generación que creció con las expectativas de una sociedad nueva que les iba a facilitar la vida y que no ha hecho sino sumirles en una realidad precaria y deshumanizada.

La escritora va presentando de manera dosificada el cuadro general por medio de diferentes escenas en las que se mezclan lo trágico con lo cómico, que es el de un vacío que reina en el ámbito laboral que se completa con las carencias en lo afectivo y moral.

Por Iñaki Urdanibia para Kaosenlared

 

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