Albert Camus, Argelia en el corazón (y III)

No pretendo, de ninguna de las maneras, mantener una postura fija e inflexible; es más, las líneas que siguen más que una posición cerrada tienen como propósito sacar a relucir algunos aspectos que parece que se han de tener en cuenta a la hora de leer, me refiero fundamentalmente a las dos obras presentadas, que, se quiera o no, se entrelazarán con las intervenciones que el escritor mantuvo con respecto a la guerra de Argelia. Hay opiniones para diferentes gustos: unos, tomando sus posturas como ejemplares, otros condenándolas de manera rotunda; algunas interpretaciones defienden la absoluta coherencia de Camus con las teorías que había expuesto en sus obras, en especial en los ensayos; otras se sitúan en las antípodas de lo anterior. Servidor tiene, por momentos, tentaciones a balancearse en un ni /ni, tal vez por contagio del propio autor. ; en su Appel publicado en Révolution prolétarienne en 1957, retomado en su Crónicas argelinas 1939-1958 se lee: «me falta en primer lugar la seguridad que me permita zanjar, o decidir, sobre todas las cuestiones», las mismas palabras pueden hallarse en diferentes lugares, ya que las repite una y otra vez, y que podría completarse con aquella afirmación del ocurrente Oscar Wilde: «el matiz es lo que distingue la razón de la barbarie».

«…Suerte de isla inmensa, defendida al norte por el mar moviente y, al sur, por las olas inmovilizadas de las arenas», se lee al principio del libro inacabado que se halló en el asiento trasero del vehículo en el que halló la muerte, publicado más tarde, por su hija Catherine, bajo el título de El primer hombre. Más de la mitad de su vida había transcurrido en dicho teatro que representa Argel y más en concreto en el barrio obrero, Belcourt, en el que creció. «He crecido en el mar y la pobreza me ha resultado fastuosa, más tarde perdí el mar, entonces todos los lujos me parecieron grises, la miseria intolerable. Desde entonces aguardo. Aguardo los barcos de vuelta, la casa junto al agua, el día límpido…».

Allá en un barrio de la capital, en Mondovi, había nacido el 7 de noviembre de 1913. Su padre -de orígenes alsaciano- murió combatiendo en la primera guerra mundial, así pues no le llegó a conocer. Su madre, sus orígenes eran de Menorca, era analfabeta y hubo de trabajar en labores de limpieza para mantener a los suyos (además de Albert, en la casa vivían, su hermano Lucien, la abuela y un tío enfermo). Cursó sus estudios hasta conseguir la licenciatura en filosofía, no pudiendo dedicarse a su enseñanza ya que una tuberculosis mal curada a los diecisiete años, le impediría pasar las pruebas para optar a la agregaduría; enfermedad que por otra parte no le abandonaría de por vida. Se dedicó al periodismo, y puso en marcha alguna compañía de teatro, coincidiendo con su breve militancia en el PC, en la sucursal argelina del PCF; al ser cerrado el periódico en el que trabajaba.

Su familia había llegado a Argelia hacia 1830, su padre había nacido en Ouled Fayer en 1885 y su madre nacida en Birkhadem en 1882, y él se consideraba argelino con tanto derechos como los árabes, como se lo señalaba a un periodista: « siendo africano del norte y no europeo», esta conciencia, además de sus concepciones ideológicas, le marcarán en sus posicionamientos a los que luego me referiré someramente.

Así como es natural, muchos de sus escritos están situados en su país natal (en la capital Argel, en El extranjero, en Orán, en La Peste, o en Tipasa o Djemila en sus relatos recogidos en su Nupcias). Los sabores solares, mediterráneos empapan sus textos, y hasta sus ensayos en su reivindicación de la pensée de midi, cuya significación expone en su El hombre rebelde, que se basaba en la noción de medida, de límite, heredadas del pensamiento griego, alejada de cualquier postura que defendiese que el fin justifica los medios; el aspecto es subrayado por todos sus biógrafos (Herbert R. Lottman, Olivier Todd, Emmanuel Robles; nada digamos de su hagiógrafo Michel Onfray en su L´Ordre libertaire. La vie philosophique de Albert Camus y en otros textos dedicados al pensée de midi) y queda resaltado en su propia obra póstuma, El primer hombre. En este orden de cosas, su amigo Robles le calificó como hermano de sol. Así, como digo, el habitual es el escenario mediterráneo si se exceptúa, de manera especial, la última de sus novelas publicada en vida, La caída (1957) que se desarrolla en Ámsterdam, cuyas brumas encajan mejor como paisaje del absurdo, en donde mostraba, por otra parte, ciertas dudas sobre los tan cacareados grandes principios de la llamada civilización occidental que en el más de los casos quedaban en mero papel mojado, o seco si se quiere, que lo mismo da.

En las dos novelas en las que me he detenido en los artículos anteriores, el escenario se sitúa en Argelia, más en concreto en la capital Argel, la una, y en Orán la otra, si bien como ha quedado señalado, su ubicación no significa de ninguna de las maneras una forma de localismo, ya que sus mensajes tiene pretensión y alcance universal, ya que el eje reside en el absurdo, la revuelta, el conformismo, la indiferencia…Sí que cabe resaltar que en ninguna de las dos novelas, los árabes juegan un papel protagonista: en la primera, su papel es el de víctima, y su pandilla de compañeros un tanto sospechosos de ser de poco fiar, y en la segunda, ni aparecen a no ser que se considere que cuando se habla de que la enfermedad afectaba en especial a los barrios más alejados del centro, a los barrios más pobres, se está pensando en los árabes que en la realidad real, no literaria, eran quienes vivían en condiciones más precarias y marginadas, en lo económico, en los social y en todo lo demás. Podría mantenerse que su mirada es la propia del colono, a los habitantes francófonos, al dar protagonismo a los personajes de origen francés, al tiempo que, se quiera o no, la aparición de dos instituciones: un tribunal y un hospital, dan la imagen del carácter benefactor de la presencia francesa, más si se tiene en cuenta que el tribunal juzga a un francés, basta ver su apellido y su descripción para afirmarlo, por haber asesinado a un árabe, y el tribunal se muestra justo e imparcial al aplicar la máxima pena al asesino, más allá de su origen, y más allá de la identidad de la víctima. Lo dicho no debe hacer pensar que Camus defiende la colonización, el problema reside en que la niega en cierta medida, al mostrar su empeño notable en subrayar que los argelinos no tienen una identidad propia reivindicable ya que su humus cultural es deudor de los griegos, en consecuencia occidentales, y otros, en consecuencia, sus reivindicaciones de soberanía no tienen fundamento sólido («en lo que concierne a Argelia, la independencia nacional es una fórmula meramente pasional. No ha habido nunca nación argelina. Los judíos, los turcos, los griegos, los italianos, los bereberes tendrían tanto derecho de reclamar la dirección de esta nación virtual. Actualmente, los árabes no forman ellos , en exclusiva, toda Argelia. La importancia y la antigüedad del poblamiento francés en particular bastan para crear un problema que no puede compararse con nada en ls historia. Los franceses de Argelia si¡on también ellos en el sentido fuerte del término indígenas. Hay que añadir que una Argelia puramente árabe no podría acceder a la independencia política es más un error»); dicho sea al pasar sus posturas, por lo visto, era desapasionadas, pura razón. Dicho lo cual es preciso añadir, en honor a la verdad, que Camus criticó con dureza las condiciones de vida a que se sometía a los árabes: ahí está su ensayo sobre las Miserias de Kabilya, que supuso el cierre del periódico en el que trabajaba, L´Argel républicain; igualmente no cesó en sus críticas enfurecidas por las matanzas cometidas con ellos como la de Sétif, etc. Más tarde sus denuncias del comportamientos de las autoridades francesas con sus redadas indiscriminadas, el uso sistemático de la tortura, etc., fueron constantes. Podría decirse que su postura era la propia de un humanista que mantenía que se había de tratar con criterios más morales a los árabes, y…que todo siguiese igual, sin ser sus postura asimilable, por ejemplo, a la de un Raymond Aron, ya que Camus defendía a los de abajo, él pertenecía a tal medio, y desde este punto de vista no hacía distingos entre franceses y árabes. De sus compromisos no es necesario pasar lista, baste mencionar su postura con respecto a la revolución de Asturias, sus posicionamientos en la guerra del 36, su participación en la Resistencia, organizado en Combat, sus denuncias contra la pena de muerte a los comunistas griegos, en 1949, su dimisión de la UNESCO por la admisión franquista como miembro de tal organización en 1954, o su petición de amnistía, en 1954, a los denominados terroristas argelinos, etc., etc., etc.

Argelia le dolía como al otro, al de Bilbao, le dolía España, y eso se palpa de manera absoluta en sus intervenciones acerca de la guerra argelina, en las que trataba de buscar una salida que mantuviese unida a ambas comunidades, de manera federada, una tercera vía que no cuajó y que quedaba expuesta en sus textos recogidos en sus Crónicas argelinas; de ahí su patética llamada a una tregua civil en 1956, cuando el enfrentamiento armado ya había estallado de manera generalizada tras los años de intercambios armados de menor intensidad. Ha de quedar claro, cosa que muchas veces se escamotea, que la salida ideal para Camus era la de que no hubiese separación de Argelia ya que ello supondría un desmoronamiento de la moral de Francia, amén de una derrota. Añadiré a lo dicho que Camus trató por todos los medios de vaciar de contenido las reivindicaciones nacionales, al empeñarse en demostrar que Argelia, como tal, no tenía una identidad propia (¿la cultura árabe?)y que, al fin y a la postre, sus reivindicaciones respondían a un imperialismo panarabista, el de Nasser (nunca habla del imperialismo francés), como piede verse en la cita trasncrita con anterioridad; estas afirmaciones huelen indudablemente a una defensa cerrada de la unidad patria que era puesta en peligro, que, por otra parte, era la defensa, vellis nolis, del imperialismo francés. Tales propuestas fueron tachadas de inmediato de angelicales, nombrándole algunos a partir de ahí como un santo laico, si bien moviéndose más a ras de suelo su posición fue juzgada como propia de los pieds-noirs, a lo que vino a sumarse la célebre y radical afirmación que hiciese con motivo de la recepción del Nobel en 1957: «yo amo la justicia, pero defendería a mi madre antes que la justicia», que tato dio que hablar, entre otros y de manera especial a la famille de Sartre, encabezada en esta ocasión por Simone de Beauvoir que se mofaba de la curiosa justicia sin justicia del autor del Hombre rebelde. Precisamente en este libro se haya su postura expuesta una y otra vez de que «no quiero ser ni verdugo ni víctima», prefiriendo ser yunque a martillo, por usar la disyuntiva de Goethe. La postura de Camus seguía las ideas de dicha obra, o la de su obra teatral de 1949, Los justos en donde destacaba la postura de Kaliayev quien encargado de arrojar una bomba a la calesa del gran duque Serge, renunció a ello al ir en el mismo vehículo un par de niños, cuyas muertes no harían, frente a la postura intransigente de Stepan, sino transformar la revuelta justa en asesinato…en una carta a Jean Sénac se lee: «si puedo comprender al combatiente de una liberación, no puedo tener sino disgusto ante el asesino de mujeres y niños», o en términos parecidos se manifiesta en El veneno del terrorismo, recogido en su Crónicas argelinas: «cualquiera que sea la causa que se defienda, resultará siempre deshonrada por la masacre ciega de una muchedumbre inocente en la que el asesino sabe de antemano que alcanzará a mujeres y niños». Ël creía en las revoluciones que economizasen sangre, el asesinato, la tortura, el exterminio; y en las actuaciones del FLN él ve el mismo modelo que dio al traste con la lucha del pueblo soviético.

Esta postura era equilibrada con las denuncias, inequívocas de la exacciones francesas, la sombra de Sétif o las razzias llevadas a cabo en el XIX para limpiar de árabes amplias zonas del país magrebí, en el lenguaje de los franceses de pure souche, otro departamento más de ultramar, escamoteando no obstante, como señalase Edward Said, el de El orientalismo, que la entrada de Francia en la zona tenía fecha de entrada, 1830, y la tuvo de salida, 1964. Su posición era la de que dos condenas eran inseparables: la de la violencia del terrorismo y la de las tropelías del ejército francés, dirigido por el gobierno hexagonal, la violencia con dos cabezas como Jano; los dos a la vez como gustaba decir a Pascal, y siempre comprender las razones del enemigo que no es lo mismo que darle la razón, sin demonizarlo…No eran tiempos ya, tal y como estaban las cosas, para tal tipo de equilibrios que eran el camino directo a la ambigüedad , y mal que bien para excusar la presencia francesa en el lugar, con sus imposiciones lingüísticas y morales (del latín: mos, moris = costumbre). No cabe duda de que los ataques le vinieron de todos los costados, ya que en aquellos momentos las luchas de liberación nacional estaban en boga y el uso de la violencia era la moneda al uso, y por el otro costado, la única exigencia que valía la pena era seguir dando leña al FLN y, por extensión, a la población árabe como sospechosa de ayuda o connivencia con los muyahidines. Las posturas dominantes en la época, al menos en las filas de la izquierda, era el de apoyo a la causa argelina, algunos la defendieron a pesar de los pesares, sin elevar a los altares a los combatientes y aun siendo conscientes de los peligros que acechaban a la Argelia liberada del yugo colonial. Significativas resultan las palabras de Mohammed Ramdani : «los signos de la degeneración del FLN eran legibles durante la guerra, llevando esta degeneración el triste nombre de burocracia, de clientelismo, de lucha por el poder. Jean.-François Lyotard hacía ver claramente que estas plagas -que minaron en su tiempo al partido bolchevique-no tenían nada de accidental sino que eran estructurales». Se ha de tener en cuenta que el filósofo francés nombrado y elogiado, autor de Le Différend, nada más finalizar la carrera ejerció de profesor en el liceo de Constantina durante dos cursos lo que le convirtió en conocedor de la zona y su luchas, y en especialista de los temas del Magreb en la revista Socialisme ou Barbarie (SouB), cuyas crónicas (posteriormente recogidas en La guerre des Algériens. Écrits 1956-1963, Galilée, 1989) dan sobrada cuenta del deber de apoyar la lucha de los argelinos por la independencia a pesar de los peligros que se cernían sobre el horizonte. Así lo explicaba años después en una entrevista: «la gente de mi generación en Francia han sido confrontada al problema de la guerra de Argelia. Tras un análisis bastante sencillo de la situación, era fácil comprender que el desarrollo de la lucha argelina y la independencia conducirían a la constitución de un régimen burocrático-militar que no sería precisamente democrático. Era una descripción, podía provocar o aprobación o desacuerdo. Y en la primera hipótesis, la conclusión que se habría podido extraer habría sido la de no facilitar de ninguna de las maneras la independencia de Argelia. Hubiera sido una confusión, una ilusión: pues no se puede deducir una prescripción(incluso negativa) de una descripción. De hecho podría decirse también, y se ha dicho: “es verdad que este movimiento producirá un aparato militar, pero es justo apoyar, sino el aparato, al menos el movimiento”. En otros términos, se hacía la experiencia concreta de lo político, lo que hacemos todos los días: hay dos familias de frases, una que obedece a la regla de lo verdadero y lo falso, la otra que tiene por regla la de lo justo y lo injusto. Y estas familias son independientes, no es posible traducir una en la otra»(Régles et Paradoxes). Más allá de estas posturas más temperadas, hubo sectores de la intelectualidad hexagonal que se comprometieron con los luchadores argelinos con un espíritu solidario y anti-colonialista encomiables. Como muestra ahí están los porteurs des valisses, (mención especial merece Francis Jeanson que fue juzgado por su apoyo al FLN en un aireado proceso) y los significativos firmantes del Manifiesto de los 121, Declaración sobre el derecho a la insumisión en la guerra de Argelia, en el que se llamaba a la deserción de los jóvenes y se reclamaba el apoyo al FLN: «respetamos y juzgamos justificada la conducta de los franceses que estiman que su deber es aportar ayuda a los argelinos oprimidos en nombre del pueblo francés»; entre los firmantes André Breton, Claude Roy, Alain Robbe-Grillet, Vercors, Natalie Sarraute, Françoise Sagan , Jerôme Lindon, Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Marguerite Duras, Pierre Vidal-Naquet, François Truffaut, Alain Resnais, Simone Signoret…hasta ciento veintiún firmantes.

Donde hay opresión hay resistencia decía el otro, y como se vio en este caso fue sonada: armas, palabras, juicios, revistas, manifestaciones, reprimidas por los CRS hasta la muerte a quienes protestaban (el 17 de octubre de 1961 en París una manifestación pacífica de argelinos es brutalmente disuelta por los CRS, con el resultado de once mil detenidos y varias decenas de muertos; algunos recuerdan los cadáveres flotando en el canal Saint- Martin), salvajes atentados de la OAS contra los domicilios de Sartre y de André Malraux (en cuya protesta los flics mostraron una vez más sus versallescas maneras al disolver una manifestación, el 8 de febrero de 1962, con el resultado de al menos nueve muertos en las puertas de la estación de metro de Charonne), etc.

Entre las figuras implicadas en la lucha directamente un papel destacado lo ocupó el psiquiatra martiniqués Frantz Fanon quien se convirtió en destacado teórico de la lucha contra el colonialismo y en defensor acérrimo de las revoluciones del llamado Tercer Mundo. En Argelia militó en el FLN y fue, en múltiples ocasiones, el altavoz de tal organización en distintos foros, cuando dicho país devino un verdadero faro esperanzador en el camino de la descolonización, y en una sólida base de apoyo para los países no alineados que organizados en la Tricontinental hacían frente a la red imperialista Trilateral. Ahí están sus inevitables obras que hoy todavía mantienen una preclara actualidad, no sólo en lo que hace a los colonial studies, para el estudio de los temas africanos y de las luchas de liberación. Por la revolución africana, Sociología de una revolución, El año V de la revolución argelina, Los condenados de la tierra…son algunas de sus obras. La última de las nombradas fue prologada, con furia, por Jean-Paul Sartre con un polémico texto que hoy todavía da mucho que hablar…en él entre otras cosas se preguntaba, y extendía la interrogación a sus conciudadanos, ante la herida abierta de la guerra inconclusa (el libro apareció en 1961 poco antes del fallecimiento de Fanon y todavía con la guerra coleando): ¿nos curaremos?. En las anteriores obras del martiniqués nombradas mostraba sus dotes de profeta al alertar de ciertos peligros que podían amenazar en el futuro a la independencia del país liberado: las tendencias a la burocratización y al mantenimiento de los lazos neocolonialistas, solapados, que podían vaciar la cultura propia y convertir a los gobernantes en consentidos títeres de gobiernos extranjeros. Este era el panorama de aquellos años que hacían inaudibles las propuestas del autor de El mito de Sísifo, y al final, abrumado por los furiosos ataques y críticas recibidos por sus propuestas Albert Camus optó por el silencio: «ante la imposibilidad de unirme a ninguno de los extremos, ante la progresiva desaparición de esa tercera fuerza en la que aún podá mantenerse la cabeza fría, dudando también de mis certezas y conocimientos, persuadido al fin de que la verdadera causa de nuestras locuras reside en las costumbres y el funcionamiento de nuestra sociedad intelectual y política, he tomado la decisión de no volver a participar en las incesantes polémicas que lo único que han conseguido ha sido aumentar las intransigencias de las distintas posturas en Argelia y dividir cada vez más una Francia envenenada ya por los odios y las sectas» (se lee en sus Crónicas argelinas). Y la muerte no le dejó conocer el desarrollo de los acontecimientos y el fin de la presencia, al menos del dominio político, de los franceses. No seguiré con la deriva que tomó posteriormente la Argelia independiente, mas lo que sí que no es de recibo es mantener, como lo hace por ejemplo Daniel Salas en su Albert Camus. La juste révolte, Éditions Michalion, 2002, que Camus acertó al subrayar la falta de identidad de Argelia como serio problema para el futuro del país magrebí; falsedad absoluta ya que los problemas -y ahí sí acertó Camus y otros grupos anarquistas o autónomos- llegaron más por la teoría, y la práctica, vanguardista de un partido único militar, y por los medios (que como advertía Camus son, o se convierten en, el fin) que devino en una dictadura burocrática, estado que, historia impera, ha sucedido, por desgracia, una y otra vez en las luchas y revoluciones que en el mundo han sido, haciendo que si el término revolución fue tomado del campo de la astronomía, la rotación señalada también se cumple en lo político-social, vuelta completa hasta llegar a la posición inicial, o parecida (pace Onfray).

Y ahí lo dejo, refiriéndome a aquello que dijese un ocurrente escritor barcelonés: preferiría vivir el futuro soñado por Sartre, pero en el que rigiese la moral de Camus. No sé, y me quedo balanceándome entre aquello que dijese Heidegger -quizá pensando con engreimiento en sí mismo- de que los grandes hombres cometen grandes errores, o aquello otro de Voltaire que aconsejase juzgar a los grandes hombres por sus obras maestras y no por sus faltas. Aunque la verdad, no sé si en el caso de Camus puede hablarse con rotundidad de faltas y de errores.

Concluyo, en medio de un estado de confusión de razones, he de confesar que me hallo, en una especie de epojé constante, que me acerca a aquella respuesta que un escéptico diese a Sócrates al oírle decir su célebre sólo sé que no sé nada…pues yo no sé ni eso.

Por Iñaki Urdanibia para Kaoenlared

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