Adiós al pensamiento crítico

“No piense y mire la pantalla, repitiendo acríticamente lo que ahí le enseñan.”
Síntesis de la actual cultura mediático-digital

“Hasta ahora los filósofos se han dedicado a interpretar el mundo de diferentes maneras. De lo que se trata es de transformarlo.”
Carlos Marx

Suele decirse, muy equivocadamente por cierto, que todo tiempo pasado fue mejor. Discurso por excelencia adultocéntrico, que da por supuesto que las nuevas generaciones son torpes, están equivocadas, lo hacen todo mal, nunca tan bien como lo hizo, y lo sigue haciendo, la generación que se considera la “correcta”, tomando la palabra -ya en su madurez- y viendo en las juventudes una suma de imperfecciones.

Estamos ahí ante una afirmación tan injusta como errónea. Sin dudas, la experiencia cuenta, y es fuente de sabiduría; así fue durante milenios, constituyendo la ancianidad el grupo que dirigía las sociedades, por más conocedora de la vida (los años, por supuesto, dan esa sabiduría). Eso ha cambiado bastante a partir del capitalismo, donde la innovación es su savia constitutiva, su insaciable sed de cosas nuevas, tal como “exige” el mercado, siempre ávido de novedades para consumir, muchas veces prescindibles, o incluso dañinas, pero que terminan convirtiéndose en necesidades prioritarias. De todos modos, aún con esa tendencia y esa veneración por lo novedoso, persiste siempre la idea de que todo tiempo pasado fue mejor, lo que lleva, casi sin solución de continuidad, a la odiosa expresión de que “la juventud actual está perdida”, pues “en mis tiempos hacíamos tal cosa, no como ahora que esta juventud…bla bla bla.”

Esa actitud recorre la historia de la humanidad; lo nuevo, desde una posición conservadora, suele verse como disruptivo y amenazante, por tanto, objeto a atacar. Ejemplos de ellos sobran: en el 700 antes de nuestra era Hesíodo, considerado por algunos como el primer filósofo de la Grecia clásica, decía que Ya no tengo esperanza en el futuro de nuestro país si la juventud de hoy toma el control mañana, porque esta juventud es insoportable, desenfrenada y terrible”. Pareciera que estamos ante una tendencia humana: lo nuevo asusta a quienes ya peinan canas. Por tanto, se lo ataca, se lo denigra y deshonra.

Esa dinámica está instalada en la dialéctica humana. Lo que sigue primando, sin dudas como una más de tantas contradicciones que alimentan esas relaciones, es el adultocentrismo. “Yo te voy a explicar, muchachito inexperto”, pareciera la consigna instalada. Lo nuevo se resiste a ser aceptado.

Ahora bien: ¿es cierto que todo tiempo pasado fue mejor, que la juventud actual está desorientada, es insoportable, desenfrenada y terrible”? Parece que desde hace unos cuantos milenios se dice lo mismo. Estemos claros en esto: en los tiempos pasado se hacían otras cosas, se hacían de otra manera. Punto. Es en exceso arrogante pensar que lo ido -que hace parte de mi acervo, ahora que ya peino canas- es “mejor” que lo actual que, por novedoso, desconozco. O no puedo terminar de comprender, me rebasa, me atropella.

Hoy día el mundo ha ido tomando formas imposibles de imaginar apenas unas décadas atrás. Lo digital, el ámbito de la virtualidad asociado a la dimensión comunicacional, ha llegado para quedarse con una fuerza monumental, incontenible. Prácticamente ya no hay rincón del planeta donde todas estas tecnologías no hayan hecho pie imponiendo el ritmo. Toda esta parafernalia tecnológica ha cambiado radicalmente las relaciones interhumanas, el modo de vincularnos. Su omnímoda presencia está en los más diversos ámbitos del quehacer humano: en la producción, el estudio, el entretenimiento, el amor, el deporte, la cotidianeidad toda. La observación de una pantalla pasó a ser una práctica habitual, dominante en muchos aspectos. La especie humana es inteligente y realiza cosas maravillosas, sin dudas. Haber inventado estos ingenios tecnológicos que recrean virtualmente la realidad o permiten conectarnos con cualquier parte del planeta en tiempo real, es fabuloso. Pero eso no quita que, en muchos aspectos, como especie biológica, permanezca muy cerca de sus antepasados. Al igual que sus parientes no tan lejanos, los insectos voladores, la fascinación por la imagen deslumbrante es evidente. Las “luces de colores” atrapan, al igual que el bombillo eléctrico lo hace con un insecto volador. Lo prueba nuestra actual civilización basada en la imagen: televisión, videojuegos, cine, internet, pantallas de celulares, tablets, redes sociales. ¿Qué tiene esta tecnología de lo iconográfico que cautiva tanto? Lo inmediato y masivo de la imagen. Una selfie, pretendidamente, captura nuestras vidas y dice más de nosotros que un razonado discurso. O, al menos, esa es la ilusión.

Esta tendencia tecnológica, que es en realidad una marca civilizatoria, asienta básicamente en las juventudes. La gente mayor -digamos que hoy de 40 años para arriba- no se crió con todo este arsenal, por lo que llega al mismo con mucha desconfianza. De ahí la expresión, muy popular por cierto en gente que supera esa edad, de “la tecnología me atropella”. Es imprescindible hacer notar que toda esta nueva dimensión cultural, histórico-civilizatoria, va desechando en forma creciente la lectura, reemplazándola por el culto a la imagen. En ese orden de ideas, cabe una crítica que debe entenderse exactamente contextualizada: aquellos que se sienten “atropellados” por todas estas tecnologías, que crecen a velocidades vertiginosas, ponen el grito en el cielo por la lenta y gradual declinación de la lectura.

De la mano de este declive asistimos al declive del pensamiento crítico. Aquí hay algo más, mucho más, que una simple protesta de viejo nostálgico que repite aquella cantinela de “todo tiempo pasado fue mejor”. Se constata un momento civilizatorio muy especial: el sistema capitalista ha ido encontrando antídotos cada vez más poderosos ¡y efectivos! contra cualquier atisbo de crítica social, de fermento contestatario. Los ideales socialistas que cruzaron buena parte del siglo XX, fueron siendo aplastados, sacados de circulación, denigrados. A ello contribuyó -y continúa contribuyendo en forma exponencial- esta explosión de tecnologías digitales. La inteligencia artificial hace un generoso aporte en ese aplastamiento. Si de algo se trata, es de borrar, de una vez y para siempre, el pensamiento crítico. Ello se ve, básicamente, en el ámbito de lo sociopolítico.

¿Qué es, entonces, ese “pensamiento crítico”? Es una forma de pensar que va más allá de las apariencias, que busca causas profundas y siempre con un talante cuestionador, para llegar a conclusiones que, en el ámbito social y humanístico, pueden ser demoledoras. Desarrollar una “crítica implacable de todo lo existente”, pedía Marx. Ese podría ser su núcleo central, pidiendo a la filosofía no solo interpretar el mundo sino, básicamente, transformarlo. Su opuesto sería un pensamiento que, definido por inteligencia artificial (atrevámonos a usarla, no seamos retrógrados) presenta las siguientes notas distintivas:

  1. Sensacionalismo: Aceptar información sin cuestionarla, especialmente si es emocionalmente impactante o coincide con creencias preexistentes.
  2. Dogmatismo: Adherirse rígidamente a creencias o ideologías sin considerar evidencia contraria o perspectivas alternativas.
  3. Pensamiento superficial: Basarse en impresiones iniciales o información incompleta sin profundizar en el análisis.
  4. Sesgo cognitivo: Dejarse influir por prejuicios personales, emociones o intereses, en lugar de buscar objetividad.
  5. Conformismo: Aceptar ideas o decisiones simplemente porque son populares o están respaldadas por figuras de autoridad, sin reflexión crítica.
  6. Pensamiento emocional: Tomar decisiones basadas principalmente en emociones, sin considerar la lógica o la evidencia.

En resumen, lo contrario del pensamiento crítico implica la falta de análisis, reflexión y apertura a la evidencia, lo que puede llevar a conclusiones poco fundamentadas o sesgadas.” En otros términos: mucho de lo que genera la actual cultura digital. Un “meme” o un texto de pocas palabras ¿transmiten lo mismo que la lectura profunda de un texto de varias páginas? Un podcast de pocos minutos ¿dirá lo mismo que todo un capítulo de un libro? No nos opongamos a todas estas nuevas herramientas, pero sepamos claramente cuáles son los límites.

Por supuesto que no es cierto que todo tiempo pasado fue mejor; las generaciones recientes criadas ya en este ámbito digital, con primado de la imagen y la inteligencia artificial, no son más “tontas” que las anteriores, donde se priorizaba la lectura. Sucede, sin embargo, que esta desaparición de la actitud crítica se engarza a la perfección con esta apología del “no piense y mire la pantalla, repitiendo acríticamente lo que ahí le enseñan”. ¿Será ese el modelo futuro hacia donde los poderes dominantes (capitalistas) desean llevar a la humanidad?

Sin caer en esas falsas dicotomías de “lo anterior = bueno, lo actual = cuestionable”, entendiendo que hay momentos históricos, tendencias, cambios en las formas sociales, y que ningún momento es el “mejor” (no repitamos lo que decía Hesíodo hace 2.700 años atrás), debemos poner especial énfasis en la denuncia de la perspectiva actual que nos intenta llevar hacia un conformismo acrítico, útil solamente a la clase dominante, a los detentadores del poder. Es decir: al gran capital. El mundo puede -¡y debe!- ser algo más que esa mezquindad. Si las nuevas herramientas nos sirven para propiciar ese cambio, pues usémoslas. Pero queda una pregunta: las transformaciones sociales ¿se podrán hacer a través de una pantalla, o necesitan de la gente de carne y hueso transpirando en la calle?

Marcelo Colussi
Imagen: Producción propia
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