Activismo antirracista. Presentación del Plural
El racismo actual no se explica desde fuera del capitalismo. Es un sistema de interpelaciones ideológicas que produce modalidades –racializadas– a través de las cuales se vive la clase
La enorme crisis provocada por la pandemia de la covid-19 está mostrando de modo crudo la desigualdad y también el racismo. Si no toda la pobreza está vinculada con la racialización, sí suele darse el efecto inverso. Así, la violencia racista se ha incrementado y visibilizado: los controles para evitar que la población salga a la calle o deje las zonas de confinamiento se han cebado especialmente con las personas racializadas, validando las detenciones y violencias por perfil étnico en nombre de la salud pública.
En estos meses, los asesinatos de afroamericanas y afroamericanos han seguido sucediéndose, emitiéndose una y otra vez en directo y espoleando las resistencias antirracistas en Estados Unidos. De fondo, el Mediterráneo sigue siendo un gran cementerio que expresa el rostro más descarnado de la necropolítica capitalista, mientras que la presión de la extrema derecha, también en el Estado español, legitima cada vez más el discurso de odio, pero también las políticas de exclusión que se producen en ausencia de formulaciones explícitamente racistas, y que son transversales a prácticamente todo el espectro del poder político.
Para este Plural nos interesa hablar de racismo desde los activismos antirracistas, especialmente en lo que se refiere a la relación con la izquierda, que algunas llaman izquierda blanca. Las colaboraciones que aquí presentamos se inscriben en lo que Gil-Benumeya ha llamado el nuevo antirracismo, cuya principal novedad radica en que se basa en la emergencia de activistas racializadas/os que reivindican el lugar central del racismo y que exigen hablar por sí mismas, no a través de ninguna voz blanca autorizada.
Hay que empezar señalando una ausencia crucial en este Plural, la de un texto sobre antigitanismo, con el que no fue posible contar por un problema de salud de su autora, sobrevenido en el momento de cierre. Es uno de los racismos más antiguos del Estado español y más contundentes desde el punto de vista estructural, tan naturalizado en estos seiscientos años que ha aprendido a ocultar su naturaleza racista, pasando por otra cosa, de un modo muy parecido a como está ocurriendo con la islamofobia. Fuera de las comunidades gitanas, nadie habla del Samudaripén/Porraymós nazi o de la Prisión General de Gitanos o Gran Redada de 1749, durante el reinado de Fernando VI de Borbón, dos de los episodios más sangrientos de la historia del racismo antigitano, invisibilizados como racismo y negados como genocidios. El activismo contra el antigitanismo se ha fortalecido en los últimos años y ha salido de la casilla institucional en la que se había refugiado con las primeras asociaciones gitanas, mostrando fuerza y cercanía con otros colectivos y luchas antirracistas.
Hay dos cuestiones que plantean los artículos de este Plural y que pueden servir de eje de lectura: la primera cuestión de este Plural es la tensión entre lo sistémico y lo individual. Es claro, y así se ha reflejado en los trabajos, que el racismo no es una cuestión de estereotipos o prejuicios o fobias individuales, sino que es estructural. En esta línea se inscribe la aclaración que hace Gil-Benumeya, tomando a Lewis, de la blanquitud, que no es una cuestión fenotípica, sino un conjunto de “prácticas y significados que ocupan la posición dominante en una formación racial particular y encarnan el espacio de la normalidad, respecto del cual se mide el grado de alteridad de los demás sujetos”. Por tanto, la lucha antirracista no se resume en un trabajo individual de deconstrucción o revisión del privilegio blanco, pero como ocurre con otras desigualdades y opresiones, no puede ignorar el hecho de que si estas son efectivas es, entre otras cosas, por el hecho de que se encarnan en los sujetos. La consideración del racismo como un conjunto de hechos aislados o conductas individuales, como sostiene Paula Guerra en este número, lleva a un antirracismo moral centrado en consideraciones y prácticas individuales y dificulta la penetración en el verdadero núcleo del racismo, que son las estructuras políticas e institucionales –e ideológicas– de modo que la lucha antirracista es fundamentalmente política.
La segunda es una reflexión sobre el papel de la izquierda en el antirracismo. En los textos se presenta un discurso duro sobre la izquierda por su falta de implicación con la lucha antirracista, en un espectro que ocupa desde el no reconocimiento del racismo hasta su negación; en ocasiones, basándose en la retórica feminista –en el artículo de Aurora Ali– cuando se trata de islamofobia; en otras, simplificándolo como un prejuicio y no como racismo estructural –en el de Paula Guerra– o desautorizando las voces críticas al interior de los partidos –en el texto de Remei Sipi–. Gil-Benumeya hace un recorrido de estas posiciones, mostrando los subterfugios y razonamientos más habituales. Especialmente interesante es el último argumento que presenta: cuando la izquierda se retira de la lucha antirracista –a veces despechada– por entender que está usurpando el lugar de las antirracistas racializadas, que son las que deben hablar. Lo cierto es que esto muestra una dificultad en el establecimiento de alianzas entre diferentes colectivos y probablemente también una cierta condescendencia de la izquierda, que se transforma en una incapacidad autocrítica cuando se ve confrontada a sus propias carencias. Así ocurre cuando, sintiéndose expulsada del campo antirracista por una retórica excluyente y deslegitimadora que le pide explicaciones –a veces vehemente– por sus ausencias y silencios ante el racismo, reacciona desentendiéndose aún más de la lucha antirracista. Por otra parte, el énfasis –legítimo– en que el liderazgo de las luchas antirracistas debe recaer en los colectivos que sufren directamente el racismo podría terminar provocando un vacío aún mayor y la ausencia de un espacio antirracista holgado en otros colectivos de izquierda.
En este sentido, también el movimiento feminista es identificado por algunos colectivos racializados como el feminismo blanco que no solo no reconoce otras formas de ser feminista, sino que usa su capital emancipador como un modo de reforzar la exclusión y alterización de las mujeres racializadas. Es innegable que, igual que en la izquierda y como ocurre en otros países, en el feminismo hay posiciones, ilustradas o más institucionales, que están en esta línea; sin embargo, como ya sostuvimos en otro Plural (Ramírez, García y Gutiérrez, 2018), hay toda una genealogía de feminismo antirracista que encuentra su lugar en el feminismo anticapitalista, menos mediático y también menos susceptible de convertirse en objeto de una crítica poco constructiva políticamente. De fondo sigue estando el debate, ahora ampliado a la izquierda, sobre si el ser racializada es el único lugar desde el que abordar la lucha antirracista y viceversa, si para las personas racializadas, el único espacio natural de activismo es el antirracismo. Como señala una crítica reciente de Haider Asad (2020) al activismo de la identidad, lo que está en cuestión es si la acción política transformadora se define desde identidades fijas y abstracciones teóricas o desde la materialidad de las luchas y las alianzas que se precisan para llevarlas a cabo. El énfasis en lo primero conduce a tentaciones sectarias tan estériles como recurrentes en el mundo del activismo. Pero enfatizar la acción sobre la reflexión autocrítica corre el riesgo de ayudar a invisibilizar y reproducir las desigualdades y opresiones que se pretende combatir.
El Plural se abre con el texto de Paula Guerra, que analiza el racismo desde la perspectiva decolonial en la que se inscriben muchas de las experiencias políticas antirracistas surgidas en los últimos años en el Estado español. Esta perspectiva recuerda el carácter estructural, sistémico, del racismo, así como su vínculo indisoluble con la modernidad europea, en la medida que esta está a su vez ligada a la dominación colonial y los discursos y sentidos comunes que la justifican.
A continuación, Remei Sipi aborda el racismo contra las personas afrodescendientes en el Estado español, comenzando por una perspectiva histórica de largo plazo (con la presencia negra de origen esclavo en los siglos XVI y XVII) y evocando que algunos de los primeros debates públicos en torno al racismo en el Estado español tuvieron como protagonistas a personas afrodescendientes. Es el caso del negro de Bañolas hasta 1991, en que fue retirado, y también del asesinato de la migrante dominicana Lucrecia Pérez a manos de un guardia civil en 1992, el primer crimen reconocido institucionalmente como racista en el Estado español.
Hemos incluido en tercer lugar una traducción de un artículo publicado en 2015 de Benjamin Opratko y Fanny Müller-Uri, que es además el único de este Plural que no se refiere a la realidad inmediata del Estado español. En él se analiza el funcionamiento del racismo a través de la islamofobia, expresión racista actual más relevante tanto en el contexto europeo como en el español. No solo por su incidencia institucional y social, sino también por los desafíos que impone a las comprensiones del racismo como un fenómeno autoevidente y/o circunscrito a un sector específico del espacio político.
Sobre los daños cotidianos del racimo antimusulmán versa el siguiente artículo, de Aurora Ali, que relata el impacto de la islamofobia en las vidas de musulmanas y musulmanes a partir de sus manifestaciones cotidianas en el Estado español, que se verifican en terrenos como la educación, las políticas securitarias o la discriminación institucional, y que están además atravesadas por los imaginarios históricos relativos a la presencia multisecular del islam en la península.
El último artículo es el de Daniel Gil-Benumeya, que analiza las relaciones entre la izquierda blanca y el antirracismo. Elaborado sobre una investigación ya terminada, el autor propone un catálogo de argumentaciones con las cuales la izquierda explica su posición frente a la lucha antirracista, análisis que le sirve para cuestionar la capacidad de la izquierda para crear resistencias que hagan frente a los problemas reales de la gente.
Si el racismo actual no se explica desde fuera del capitalismo, si –como dice el propio Stuart Hall, retomado en el artículo de Opratko y Müller-Uri– el racismo es un sistema de interpelaciones ideológicas que produce modalidades –racializadas– a través de las cuales se vive la clase; si la racialización es una dinámica esencial al capitalismo, ávido de fuerza de trabajo que, al mismo tiempo, la produce de modo “supernumerario” 1/; si hay una economía política del racismo que hay que desentrañar, entonces la izquierda no puede permanecer ausente. Estar presente no significa usurpar los espacios ni representar a quien puede representarse por sí misma, sino más bien al contrario, velar por la visibilización de –y junto con– las que habían quedado fuera, pero sobre todo debatir desde un espacio seguro para todas, sin que haya una estigmatización esencialista atendiendo al lugar desde el que se produce el pensamiento crítico. Pero también sin renunciar a deconstruir las diferentes posiciones sociales objetivas que unas y otras ocupamos en torno a las muchas líneas de fractura de la desigualdad, por mucho que el pensamiento crítico y el activismo nos una. Estas alianzas están en construcción.
Referencias
Haider Assad (2020) Identidades mal entendidas: raza y clase en el retorno del supremacismo blanco, prólogo de Pastora Filigrana. Madrid: Traficantes de Sueños.
Ramírez, Ángeles; García, Pilar y Gutiérrez, Inés (2018) “Repensando lo decolonial desde la acción feminista en el Estado español”, viento sur 160, pp. 65-77.
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