A nadie
Nacimos sobre el piso del cadalso; las estadísticas, los discursos, las leyes, la retórica de los verdugos son el piso del cadalso. Las sangres de las muchedumbres inundan su estructura, ahogan sus clavos, y en ella chapotean los zapatos lustrosos de los estadistas, de los industriales, de los gamonales, de sus ejércitos hoy intactos. Matar es una política de estado. Esta política de estado crea sus disciplinas académicas, sus saberes organizados, sus instituciones especializadas de todo tipo, sus políticos y sus académicos que deambulan carroñeros sobre el fango sanguinolento que rodea al cadalso. Matar es una política de estado.
No hay estadísticas sobre el número de los verdugos; hay estadísticas sobre el número de los asesinados. Sería un absurdo sociológico, diría Camilo. Las estadísticas, los discursos, las leyes, la retórica de los verdugos, borran los rostros, borran las voces, niegan la rebeldía de los pueblos. Es una doble negación en la que se afirma el estado, el sistema, el poder: al negar el rostro, las voces y la rebeldía de los pueblos, niega, también, de que la violencia es la condición de existencia del sistema, del estado, del poder. La muerte, como estructura social, como poder, como estado, impone el consumo de vida muerta, de vida destrozada. La democracia se alimenta de cadáveres. El mundo se cosifica; todo es mercancía. El estado escribe la muerte al respaldo de todas sus palabras. En primer lugar, cuando habla de paz. No hablan el lenguaje de los asesinados; hablan el lenguaje de los asesinos. No sueñan el paisaje de los asesinados; dan zarpazos a la tierra de los desposeídos. Hoy, en este día, no hay mayor dignidad que la derrota. Nacimos sobre el piso del cadalso. Morir es el camino. Vencer muriendo para defender nuestras palabras rotas. Nada, del cadalso, nada, merece nuestro sentir. Sólo la tierra que nos llama; sólo el agua que se levanta condecorando nuestro pecho con el perfume de las amapolas; sólo el silencio donde se atrincheran nuestras palabras. Barricadas de semillas, camaradas. Trincheras de ideas, como dijese José Martí. La paz de los pueblos la construyen los pueblos, sin mediaciones, sin representaciones burocráticas, sin esta orgía de muerte que es este sistema, este estado, esta democracia genocida.
Con los pueblos del mundo, con los Mapuches de Chile, con los estudiantes Argentinos, con los pueblos de la selva Lacandona, con los 43 de Ayotzinapa, con el pueblo palestino, con los negros norteamericanos, con las heroicas mujeres kurdas…
Desde el exilio escribo estas palabras.
Nuestra América, 26 de septiembre de 2016