23-F: el regreso del “gran miedo”
Se cumplen 40 años de los acontecimientos del 23-F cuyos responsables más directos para variar en el país de impunidad, “pasaron de rositas”. Personalmente la historia me interesa especialmente en el punto cómo lo vivió la gente de a pie. Recordemos que más una “guerra”, lo que tuvo lugar entre 1936-1939 fue una prolongada resistencia del pueblo militante que no se sometió a los militares fascistas –alentados por su experiencia colonialista y el ejemplo alemán-, y dicha prolongación no fue tanto por la capacidad de resistencia republicana -que la hubo- sino por la idea primordial de la “Cruzada”: triturar el movimiento obrero y sus posibles aliados. Este régimen persistió –con la connivencia británica primero y norteamericana después- durante varias décadas, y como sabes bien, firmó penas de muerte hasta el final.
La “crónica negra” de la Transición –título de una obra del amigo Eduardo Pons Prades-, fue jalonada por un reguero de asesinatos, entre otros muchos, el de los abogados de Atocha, el de loso obreros de Victoria. Nadie pagó por eso, es más, sus responsables –Fraga Iribarne y Martin Villa- siguen figurando como “padres la patria”; el último protegido por esos señores de la izquierda arrepentida como Antonio Gutérrez, que fue secretario de CCOO. En aquel tiempo cuando uno de los chicos de la extrema derecha sacaba su pistola, una de sus frases predilectas era aquella “y sí os mato a mí no me pasará nada”. Nadie podrá negar le sobrada razón. Cierto es que esta gente caminaba en sentido opuesto a la historia, nadie los quería ya, pero siguieron jugando una función. Eran una suerte de caos que permitía un “centro” en cuyo otro extremo se situaba el antifranquismo, los rupturistas. Así, cuando a un líder del PP le indicaron que mucha de esta gente se encontraba en sus filas, respondió que sí, pero que en las filas del PSOE estaban mucho de los otros.
La mayoría de los protagonistas del 23-F salieron por la puerta de servicio, incluso se atrevían a afirmar que sí les tocaba otra vez harían lo mismo. Eran representativos de los poderes fácticos, y nadie quería enfadarse con ellos. Ejemplo de esta actitud fue lo que Enrique Múgica dijo en una asamblea de pretensiones antimilitaristas de las juventudes socialistas: “La mejor manera de hacer antimilitarismo es subiéndole los sueldos a los militares”.
En cuanto a la trama golpista, valgan algunas notas. Algunos de sus responsables ya habían participado en otras sin que la “Justicia” les hubiera tocado un pelo. El grueso de los mandos militares se mantuvo a la expectativa. Para la gente, aquello era un “deja vu”, la instantánea del “glorioso 18 de julio”, de Quepo, Yagüe, Cabanellas, Mola, etc. Aquella reforzada por la de Pinochet, y rostros como los de Tejero, Milán del Bosch o Armada tenían la misma jeta que la de los “milicos” chilenos que aparecían en aquella famosa foto de Pinochet y cia con gafas oscuras. También se la podían dedicar a Kissinger y el Pentágono, que tanto influyeron en toda la escenificación de la Transición integradora. Cuando alguien decía “esta gente es capaz de hacer cualquier cosa”, nadie te desmentía”. De ahí que aquella fue una noche de pesadilla, el “deja vu” llevó a que mucha gente atravesara la frontera, se quitó de en medio, quemó papeles, enterraran carnés, etc.
No es cierto que no se tratara de organizar una respuesta, aunque sucede lo de siempre, las minorías combativas no caben en la foto, y en eso la prensa domesticada lo tiene claro. La izquierda militante se organizó en lo posible. En nuestro caso, el local de la LCR en la calle Trafalgar se llenó de militantes mientras que camaradas como José Borrás y Jaume Rores coordinaban tareas. Le gente activa se fue distribuyendo cada cual con un plan de actividades. Yo permanecí hasta la madrugada en el ayuntamiento de L´Hospitalet donde percibías que el miedo pesaba más que la ira. Desde las cinco de la madrugada estuvimos repartiendo octavillas en el cinturón industrial de la ciudad. En mi trabajo el día comenzó con una asamblea masiva, pero la cosa terminó porque a mi se ocurrió hacer una advertencia a un par de tipo de Fuerza Nueva que estaban en la Agencia. Ellos no dijeron nada, pero para la gente aquello era crispar más el ambiente, y en eso coincidieron hasta las más enfermeras sindicalmente más comprometidas.
Encuentro muy curioso que una investigación detectivesca no se haga la primera de las preguntas del anual, ¿a quién benefició el golpe? No tengo que recordarte que el rey estaba allí de la mano de Franco, y según he podido leer, su majestad no consiente que se hable mal del Caudillo en su presencia, agradecido si que es. Fue muy cuestionado por los que nos oponíamos a esta Constitución que, entre otras cosas, lo situaba como jefe del ejército por encima del Parlamento. Como las primeras Cortes no eran totalmente de fiar, crearon el Senado, un despilfarro que servía como reserva, y en el cual el monarca escogía a dedo hasta 40 senadores. En algunas visitas a los pueblos, se dieron casos de manifestaciones. Olvídate de todo, y piensa. La monarquía estaba “tocada” por su origen, y si algo necesitaba era una “operación prestigio”.
Por oro lado, el antifranquismo se había hecho incontenible cuando las luchas sociales que comenzaron a finales de los sesenta, se hicieron impresionantes en la segunda mitad de los setenta. La movilización se convirtió en un recurso privilegiado para las reivindicaciones más elementales, por n semáforo, contra un desahucio, por una afrenta, y no digamos cuando se trataba de despidos. En aquel tiempo, los políticos de la derecha apenas si reunían público, y en los debates que se daban nos llamaban “compañeros”. Casi se volvieron a vestir con el mono azul. Recuerdo que en una ásamela del ambulatorio salió una propuesta de “autogestión” de no sé que servicios, y los médicos que provenían del franquismo se opusieron porque era muy precipitado, todavía no estábamos preparados. Recuerdo que les dije que les agradecería un cursillo sobre autogestión, pero que en esto se aprendía en la práctica. Estaba en el ambiente de los amos del país, lo que el “republicano” Tarradellas (que demostraba que la República era buena cuando les servía a ellos), habló de “dar un golpe de timón”, lo que se entendió como había que entenderlo: había que rebajar el peso de las exigencias sociales, del protagonismo popular.
Pues bien, el golpe sirvió perfectamente a ambos objetivos. En el nuevo guión de la historia de la democracia, el rey emergía como “el chico de la película”, y la izquierda militante como los extras que se enfrentan a los “grises” por la democracia y nada más. El movimiento se puso detrás de los partidos e izquierda, y estos detrás del rey, el único que “podía parar a los golpistas”, se nos decía. Los pactos de la Moncloa ya había contribuido al golpe de timón, y desde entonces, socialmente todo marchó hacia atrás. Claro que eso no se percibió ya que veníamos de una fase de expansión desarrollista, y con las luchas se habían alcanzado derechos sociales como los europeos. Entonces se nos vendió la monarquía constitucional como lo máximo que se pudo conseguir, una vía intermedia entre el franquismo y la aventura revolucionaria, y ahora se trataba de la democracia, entendiendo como tal lo que se había visto en Europa en los años de los “milagros “ económicos, y de expansión del llamado Estado del Bienestar.
La democracia significó un cambio de manos con una nueva administración superpuesta a la anterior. No se depuró a nadie, se recicló el viejo personal del franquismo que salió recompensando, te puede hablar de ejemplos conocidos que se jubilaron con dos pagas.
Pero esto era lo propio, y casi todos aprendieron a cambiarse la camisa. El problema es que la “resistencia” dejó de existir, o mejor dicho, se recicló institucionalmente. Abandonaron sus ideales porque había que estar al compás de los tiempos, y se dedicaron a “hacer carrera”. El engranaje los fue engullendo, y ahí están, prisioneros de una situación que no habían previsto. Casi todo el mundo creyó que el “bienestar” logrado (y que no hay que menospreciar, ya sabes como vivieron tus abuelos), estaba garantizado por el Estado. Eso era mentira, en realidad, el “golpe de timón” tenía como objetivo someter al movimiento obrero ante la dinámica económica y social que venía de la mano de Reagan y la Thatcher.
Se suele citar a Javier Cercas, uno de los novelistas del régimen, para el que la izquierda era Vargas Llosa y otros por el estilo, y que desde esa izquierda dedicaba una página entera de “El País” a criticar al PSC-SPOE de…demasiado nacionalista (catalán), y no dedicaba ni media palabra a lo social, a esa inmensa mayoría que depende de un salario para vivir y sobre la cual está lloviendo a mares. Pero ahí tienes la penúltima foto de su majestad, implicado en primera línea con los que pagan, asegurando a los rusos que aquí todas las medidas van a funcionar gracias al acuerdo entre los sindicatos, la patronal y el gobierno.
Todo pasó para ya nada fue igual. El pueblo se hizo más miedoso, el rey fue presentado como el Gary Cooper de “Sólo ante el peligro”, para el PSOE le cayó el discurso de “no hay donde ir”, y todos los sueños de la década anterior quedaron restringido a una apología del presente. Un presente que se llamaba neoliberalismo…