Topología delirante de lugares inciertos
Por Iñaki Urdanibia
Hablaba Samuel Beckett de volver de ciudades en las que nunca había estado; algo parecido podría pasar al acercarnos a esta novela que se mueve por los bordes de lo chirene, con una geografía muy concreta ( Seattle, Vancouver, San Francisco y Nevada…) pero transformada por el paso del tiempo y ubicadas así en un futuro que a veces se antoja realmente singular y extraño. Nada digamos cuando se nos sitúa la ciudad de Nueva York reconstituida en la isla de Bainbridge.
Este extrañamiento urbano y paisajístico se amplía a las esperpénticas situaciones y a los variopintos personajes cuyas historias, de colgados, se nos narra a lo largo de la original incursión de Ryan Boudinot ( 1972) en el campo de la novela: « Planos del otro mundo» ( Pálido fuego, 2015).
Desde luego los seres que desfilan por las páginas del libro no tienen desperdicio y muestran características prototípicas de algunos personajes y dedicaciones propias del país de las barras y estrellas. La originalidad de la mirada de Boudinot reside en posar los ojos sobre asuntos absolutamente normales, pero dándoles la vuelta, retorciéndolos hasta que acaben cobrando una nueva faz; labor que desarrolla con un consumado sentido del humor y con un sarcasmo que es completado con la presentación de situaciones al límite, allá por los precipicios del absurdo y los sueños. La huella, o al menos los parecidos de familia, de otros brillantes escritores parecen asomar sin dar muchas vueltas a la tuerca interpretativa: así, Kurt Vonnegut, Philip K. Dick, Thomas Pynchon, George Saunders, G.Ballard , William S. Burroughs o David Foster Wallace.
Desde la primera página nos las vemos con personajes curiosos: Woo-Jim, que según él mismo dice es campeón mundial de lavaplatos, y que en su centro de trabajo no tiene problemas para conseguir alimento al por mayor, cosa que le viene bien, entre otras cosas, para saciar a su hermana Patsy que se dedica a la farmacultura y que no puede ni moverse debido al enorme peso que acumula. A nuestro hombre le gusta hurgar en las basuras y bucear en los cubos de sobras; ya de entrada llega a casa contando a Patsy cómo estaba comiendo una hamburguesa cuando ha sido testigo de una muerte…el cadáver era comido por los gusanos. Woo-Jim cree, además de cumplir celosamente con su trabajo, que está llamado a cumplir un destino de ayudar a los demás a conseguir la paz espiritual.
Las historias se encabalgan en la obra derivando en una dispersión en la que irrumpen personajes como Luke Piper, Nich Feddery o Skinner . Detectives, excombatientes, una archivista asiática a la que hay que da de comer aparte, dicho sea de paso, como a casi todos los protagonistas de las historias, muchas de ellas relatadas por medio de entrevistas a diferentes personales, y…seres fantasmales que se debaten entre el mundo de los vivos y el de los muertos.
La obligación de ser feliz y divertirse en esta sociedad de consumo es el objetivo al que apunta con furia el escritor que sitúa la sociedad de consumo actual como última estación ante el Apocalipsis, si bien por momentos dar por pensar que el reino de la estupidez en que habitamos ya es aquél en acto.
No cabe duda de que los mil y un oficios desempeñados por el escritor en su ajetreada existencia le han servido para acumular historias, dispares experiencias, para conocer personas de muy distintos pelaje todo lo cual es la honda materia prima de su desenvuelta escritura. Escritura que se muestra exigente para con el lector y ello no sólo por el disloque presentado sino por los saltos-a modo del juego de la oca- que el lector se ve obligado a efectuar, ya que la historia del personaje de nombre asiático al que nos hemos referido vaya siendo completada en entregas alternas, salteadas con entrevistas que nos presentan paisajes diversos y situaciones realmente disparatadas que nos hacen habérnoslas con seres clonados, con personajes de película, con muertos vivientes y con personajes disfrazados, cuyos comportamientos rozan el delirio.
La prosa a borbotones, en consonancia con los historias excéntricas exigen cierto dejarse llevar por la fluidez narrativa, lo que supone un premio siempre que el lector no sea partidario del realismo más romo ya que en tal caso podría mosquearse ante los límites borrosos que se puedan erigir entre realidad y no-realidad, sueño y vigilia…o virtualidad que nos adentra, por momentos, en terrenos distópicos y de topología incierta. Esta exigencia lectora, de que hablo, ha de asemejarse al ascenso de una escalera, escalón por escalón, sin precipitación saltimbanqui y siempre manteniendo la esperanza cierta que Boudinot , contra lo que pueda parecer no deja las cosas al azar o al desilvane sino que todo queda atado y bien atado , al cabo de equis páginas lo que supone un efecto sorpresivo que no es el menor de los méritos en la medida en que completa la locura en que nos vemos aprehendidos.
Cambiando todo lo que deba cambiarse, podría aplicarse al caso aquello que dijese Bohumil Habral: :« la verdadera poesía tiene que herir como si uno se hubiera olvidado una cuchilla en el pañuelo y a la hora de sonarse se cortase la nariz; del mismo modo un buen libro no debe servirle al lector para dormir más tranquilamente sino para saltar de la cama y, en pijama, precipitarse a pegarle una bofetada al autor…», aunque tal vez más pertinente resultaría relacionar la novela con aquel dicho de Kafka ( completado años más tarde por Antonio Lobo Antunes) de que todo buen libro debe ser como un puñetazo en toda la cara…no sé, pero lo que sí que es cierto es que en la presente ocasión hay momentos que el lector es conducido a los bordes del groggy, o a la profundidad de tal estado.