Sobre la vejez
Por Prudenci Vidal
La sucesión vertiginosa de malos acontecimientos a veces nos impide pensar las mutaciones que se están produciendo en las estructuras productivas, en el sistema financiero, en la composición de clases sociales, en el marco institucional y cultural de nuestro país. Las crisis capitalistas nunca son una parálisis o un derrumbe sin más, producen escombros y abundantes; cada crisis es el inicio de profundas reestructuraciones de cambios fundamentales. El problema reside en no confundir las voces con los ecos e intentar percibir las tendencias de fondo, sabiendo de antemano que la salida de la crisis va a marcar las estructuras de nuestro país durante generaciones.
Pasamos de refundar el capitalismo al inicio de la crisis, a subordinar a toda la sociedad a los intereses de una oligarquía financiera sedienta de capital y necesitada de expropiar derechos y bienes públicos a la ciudadanía.
Lastimoso pero cierto, en España, Portugal y Grecia fue la socialdemocracia quien puso en práctica los durísimos ajustes decretados por eso que eufemísticamente llamamos Europa. La consecuencia: fueron derrotados en las urnas a manos de unas derechas que prometían en todas partes renegociar los recortes e iniciar una senda del crecimiento y de la eficiencia.
La izquierda social y política salió muy debilitada y con el desengaño de las clases populares que la apoyaban porque la socialdemocracia , en todas partes, no ha hecho otra cosa que aplicar las medidas de ajuste y doblegarse sin resistencia a los poderes económicos reinantes.
Hoy quiero reflexionar con ustedes acerca de la vejez y la democracia. Cuando tenía 15 años, un día se presentó en clase el profesor de latín con un montón de libritos bajo el brazo y empezó a repartirlos; era el plato fuerte del curso: los discursos de Cicerón; empezamos con las Catilinarias (podríamos usar su encabezamiento diciendo: “Usque tándem Catilina abutere paciencia nostra” y decir a nuestros políticos : Hasta cuando vais a abusar de nuestra paciencia”…
Pues bien un librito de unas 20 páginas se titulaba “DE SENECTUTE” sobre la vejez… 52 años más tarde he vuelto a leerlo y asómbrense : sus predicamentos son de una rabiosa actualidad y en esta reflexión he tratado de resumirlos.
La senectud que describió Cicerón allá por el siglo II a.C. ha existido desde siempre; pero es que en este tiempo hay tanta gente entrada en años que a veces nos parece que ese invento de la tercera edad es una creación de nuestra época, un reto privativo de nuestro tiempo. La gente vive más que en otras épocas, o por decirlo mejor, ahora son muchos los que llegan a una edad provecta. Otra cuestión, y muy diferente es si conocemos y nos dejan el arte de vivir bien. ¿Acaso envejecer bien es algo diferente de vivir bien los años posteriores de la vida? Si vivimos una vejez aislada, dependiente, precaria, enferma, resignada, apática, fútil o egoísta o todo lo contario. Las dificultades de la vejez provienen hoy en día no tanto de la edad como del carácter y de la actitud de las personas, porque envejecer es un alto grado un empeño ético.
Lo que desearía ahora es que reflexionáramos sobre si nuestra sociedad está o no organizada y facultada para posibilitar dicho empeño y si hace del envejecer también un propósito político. No es un hecho banal que en algunas partes de la Europa de nuestro tiempo más de la mitad de los ciudadanos supere los 50 años no es razón para afirmar que está políticamente envejecida. Puede que quien esté envejecida sea la deficiente democracia que ha perdido el ímpetu transformador que le confieren los valores esenciales de la juventud. A lo mejor tendríamos que hablar de senectud política, pues en nuestra sociedad donde el poder político tiende a actuar en beneficio propio y la sociedad les adelanta en las necesidades sociales, estos políticos deben ser espoleados firmemente por los ciudadanos porque la imagen que estos tengan de la vejez y el grado de conciencia que alcancen para hacerla valiosa y respetada se me antojan de una importancia capital para poder llevar una vida digna y tener un proyecto político integral de toda la sociedad.
Definitivamente, si determinamos que nuestra democracia está envejecida (esa continua apelación a la inmovilidad de la constitución como si los muertos tuvieran que determinar la vida de los vivos…) es porque ha dejado de ser fiel a sí misma que es lo que hace de ella un proyecto eternamente joven. Es el sistema que aspira a corregir las injusticias derivadas de la desigualdad económica y social usando como medio la igualdad política; la democracia es un sistema pensado para tratar de conseguir la igualdad y la libertad de las personas a través de la máxima identificación entre gobernantes y gobernados; un sistema que propugna que el interés común sea definido y defendido por el conjunto de la sociedad; un sistema altruista que se define como el arte de conciliar la voluntad de todos para combatir el egoísmo.
Democracia ha significado siempre subversión, y hoy se ha rebajado su significado para legitimar con los votos de la población los intereses de las oligarquías. Si no decidme ¿dónde está hoy realmente la asamblea de los ciudadanos? ¿Dónde está la independencia de los tribunales? ¿Dónde está la identificación entre gobierno y ciudadano cuando se nos hace un corte de mangas o se nos insulta con un “que se jodan”? ¿Dónde está aquella cumbre de libertad que fue la autora de que los ciudadanos aspiramos a ser gobernados? ¿Dónde está el acceso de todos a la experiencia política? ¿Dónde están los conceptos sólidos y reales que impedían que todo esto fuera una ficción?
Decidme si es posible que haya democracia cuando falta todo lo que acabo de referir; sobre todo porque falta, sin ir ya más lejos en la enumeración, la vocación fundamental de la igualdad. Ya la antigua Atenas y la Roma republicana descubrieron que la igualdad política era el camino que lleva a compensar la desigualdad económica; y dejó bien claro que no puede ser llamado un sistema democrático si no aspira a una justa distribución de la riqueza; pero las democracias actuales, que usurpan el contenido esencial del espíritu griego y romano, se apropiaron de la palabra y nunca han querido dar demasiada importancia a estos principios; y hoy el mundo no sólo es más viejo, es también más rico, pero mucho más desigual. Tan rico que asombraría a los padres de la República que si pudieran verlo de cerca se preguntarían asombrados cómo es posible que existan tantos pobres. La respuesta es clara y contundente, pues porque los que lo rigen nunca han creído en la igualdad; y porque en el fondo la ciudadanía tampoco. Por eso hoy en día 8 potentados mueven casi más riqueza que todos los estados del mundo juntos; y que quienes ganan más, ganan diez mil veces más de los que ganan menos. Porque han hecho un mundo para los ricos que nunca han creído en la igualdad y los que gobiernan, lo hacen para ellos, mediatizados por ellos, aspirando a parecerse a ellos, comiendo y bebiendo del provecho de ellos y espoleando a la clase trabajadora a aspirar a ser uno de ellos…
La democracia, entendida como la promulgaron los griegos, fue la elevación de la igualdad a sistema político; y si ahora falta pan cuando se tiene hambre – 1 de cada 8 se acuesta con hambre en el mundo-, si falta la cura cuando se está enfermo, si se pierde el derecho a lo fundamental por perder la salud o el trabajo, si hay que huir de la patria para salvar la vida, y tantas otras cosas es porque no hay democracia alguna digna de su nombre, por mucho que votemos para elegir a los representantes.
Ahora somos ya una mera colonia de quienes crean y manejan el dinero que han ido consiguiendo, en casi todo el mundo, conquistar la política de las manos de los ineptos, corruptos representantes de los pueblos y con esa conquista convertir en leyes y tratados concebidos a su conveniencia su enorme poder de hecho en un auténtico poder de derecho. Hemos perdido el auténtico proyecto democrático de organizar la sociedad tomando como base la dignidad y la realización del ser humano; existe un imperio en expansión continua, que avanza conquistando la política para sus propios fines por medio de la deuda y la corrupción; un imperio que tiene su aliado en la desafección por lo que es común y también por la indolencia de la gente; un imperio incorpóreo y sutil, que tiene por fin convertir la riqueza del mundo en propiedad privada de unos pocos, y lo está consiguiendo. Nunca en la historia de la humanidad ha existido un poder igual.
El envejecimiento de aquellas ideas es evidente. Vivimos en un mundo donde el poder y la riqueza en lugar de tender – como la democracia quiere- a una distribución de la riqueza más justa, tienden a concentrarse cada vez más en menos manos. Hoy el dinero manda sobre la economía, y la economía sobre la política y la política se impone de forma coercitiva sobre la sociedad y sobre la naturaleza; y este, compañeros y compañeras, es el mundo al revés, el mundo a la medida y la conveniencia de unos pocos. Porque lo que nos dicen la honestidad, el sentido común y la filosofía es que la jerarquía de prioridades debe ser la contraria: lo primero es respetar la naturaleza y armonizar la sociedad con ella, obrando nuestros propósitos sin poner en peligro su existencia y la nuestra y haciendo que sus bienes, sin llegar a agotarse, alcancen a cubrir las necesidades cabales de todos; lo siguiente es que, a la consecución de esos fines venga a servir cumplidamente la política, no como dictado de la voluntad de los más fuertes en provecho propio, sino como tarea colectiva de definir y defender de forma consensuada el interés común; y desde esa posición de legitimidad , sea la política la que regule las fuerzas de la economía, procurando que aporte bienestar a todos, evitando tendencias a la explotación de unos por otros y haciendo que el dinero vuelva a ser meramente un instrumento creado para servir a sus propósitos y no en arma ominosa de unos pocos para constituirse en amos. Es el dinero lo que debe servir a las necesidades de la sociedad y la naturaleza, y no la sociedad y la naturaleza quienes han de avenirse a los deseos de los que, a su propio antojo y beneficio, manejan el dinero. Por eso hoy, aquí, exigimos que la legítima potestad de crear y controlar el dinero regrese de nuevo a manos de la sociedad y de sus mecanismos democráticos de gobierno; porque si no somos capaces de cambiar esto, jamás conseguiremos cambiar nada; seguirán imponiendo sus deseos quienes crean y explotan la deuda, y dentro de unos años, pocos años, todos los recursos de la tierra y toda esta hermosa riqueza que la humanidad ha generado a lo largo de su historia serán, sin duda, su propiedad privada.
¿Qué sucederá sino invertimos este flujo? ¿Quién definirá lo que es bueno? ¿Qué clase de imperio decidirá sobre nosotros si, a la posesión de la riqueza y del poder, se une también el de la información, la del control total de lo que existe y de lo que ocurre? En sus manos estarán nuestras vidas, porque en sus manos estará el derecho a saber la verdad, nuestro derecho al beneficio de la ciencia, nuestra salud, nuestro conocimiento, nuestro tiempo, nuestra riqueza material, nuestra energía, nuestro alimento, nuestra agua. Las decisiones importantes se toman cada vez más lejos de nosotros. Vienen cada vez desde más alto. Se debilitan las fronteras, no para el tránsito de las personas, sino para difuminar la jurisdicción de la leyes; se crean organismos supranacionales, no para hacer que la justicia llegue a todos, sino para mermar la soberanía de los pueblos sobre su territorio; se firman tratados de libre comercio, no para favorecer a quienes compran las mercancías, sino para blindar los intereses de compañías apátridas frente a los tribunales y las leyes de los estados; se facilitan vías para que los ricos evadan sus impuesto y se carga el sustento del estado sobre las espaldas de los menos pudientes; se arbitran foros internacionales para la participación igualitaria de todos los estados y los más ricos se unen entre sí para conspirar impunemente al margen de ellos.
Por eso el nuevo imperio del dinero ha conquistado la política: para privarla de su sentido real y hacer de ella una quimera a su servicio; por eso compañeros y compañeras, nuestro reto de cara ya a este presente no es otro que reconquistarla, volver a hacerla nuestra, volver a comprender que la democracia fue inventada porque el hombre “dejará de ser libre el día que renuncie a organizarse para buscar con otros iguales la justicia”.
Hoy nuestra democracia se encuentra envejecida, sí, pero ya sabemos porqué. Y nuestro reto es rejuvenecerla. Hacer que recobre el ímpetu de sus viejos principios. No nos dejemos engañar por los que se presentan con aires de novedad, de empuje y palabrería vacía. Responden a las mismas energías de explotación que siempre han tenido. No nos quieren como ciudadanos libres dueños de nuestro destino personal y colectivo, sino como elementos de explotación. Hemos de ser capaces de quitarles la máscara de modernidad o de republicanismo que nunca querrán ejercer. De ello dependerá que el futuro de nuestros hijos y de nuestros nietos sea una vida de títeres y de esclavos o de hombres libres llenos de orgullo y de civilidad.
Las pensiones son uno de esos objetivos a los que nunca hemos de renunciar. Si la vejez es más una actitud ética que un desgaste decrépito de nuestras fuerzas juveniles, de nuestras mentes, de nuestras experiencias y de nuestra voluntad de una auténtica democracia para nuestros hijos y nuestros nietos, este impulso ético y de compromiso social no nos va a faltar nunca.
Estoy seguro, aunque agoreros y publicistas de opinión lo repitan, que no volveremos a vivir en las circunstancias en que fuimos clase obrera. De lo que sí estoy seguro y convencido es que estamos asistiendo a una involución civilizadora que pone en cuestión nuestros modos de vida y de trabajo y de nuestros derechos y libertades.
Como siempre, serán los trabajadores y las trabajadoras los que tendrán que defender las libertades y los derechos enfrentándose a los poderes capitalistas desde un proyecto democrático-popular que busque una nueva sociedad de hombres y mujeres libres e iguales.
Agrupémonos, formemos asambleas ciudadanas que defiendan el presente y el futuro democrático de nuestras vidas. No nos dejemos robar nuestra dignidad porque, amigos, es ya lo único que de verdad nos queda y con la dignidad de las personas y de los pueblos no se juega.