Reformas inmediatas, toma de los medios de producción y sindicalismo revolucionario. Hacia la autogestión de la sociedad
Por Martín Paradelo Núñez
En los últimos días se está produciendo un interesante debate sobre la pertinencia y la necesidad de un sindicalismo revolucionario en un momento histórico como el actual, completada la expansión capitalista a nivel global, desarmada la clase obrera de ideología, cortados sus lazos colectivos y entregada en el primer mundo a un consumismo que se devora a sí mismo. A este debate iniciado por Pepe Gutiérrez y contestado por José Luis Carretero y Lluis Rodríguez, ha sido Octavio Alberola en último en contestar. Por mi parte, quisiera sumarme al mismo empezando por el final, contestando a la aportación de Alberola.
El señor Alberola, después de despachar las posiciones de los antedichos rápidamente con algo que a mi juicio es una obviedad, a saber, que no es suficiente desear mucho una cosa para que ésta ocurra, concluye su aportación con otra gran obviedad: que los procesos emancipadores deben tender a la emancipación. Ésto se concretaría para él en el abandono por parte del sindicalismo de la lucha por las mejoras inmediatas para abrazar un finalismo revolucionario que suponga el fin de la explotación.
Alberola, que parece simplificar la postura de sus oponentes remarcando el hecho de no haber analizado en sus artículos el papel del sindicalismo en la expansión del capitalismo global y en la conformación del nuevo sujeto narcisista de la sociedad de individuos consumidores (como si no fuesen temas tratados por extenso… y además lo hace incluyendo a todo tipo de sindicalismo en esta culpa), deja su argumentación en tal punto, dejando en el aire cierta idea de que todo el resto de defensores del sindicalismo revolucionario pueden ser considerados milenaristas y mesiánicos.
Podríamos preguntarnos si el hecho de no explicarnos por extenso cómo se pone fin a la explotación al mismo tiempo que se presenta ese finalismo revolucionario no podría ser también parte de ese mesianismo milenarista. Pero preferimos entrar a otro debate más interesante, y es precisamente a analizar de qué manera se puede acercar el sindicalismo revolucionario actual a una lucha que ponga fin, no a la explotación, sino a la mucho más amplia idea de dominación. Es decir, de qué manera el sindicalismo puede articular procesos de autogestión económica al mismo tiempo que construye un espacio social de iguales.
Sin embargo, mal que le pese a Octavio Alberola, cuando uno se pone en serio a analizar esta cuestión no puede dejar de enfrentarse a otra obviedad: que por algún lado hay que empezar. Y si queremos empezar por algo que con el tiempo suponga una base segura desde la que enfrentar los retos que implica un enfrentamiento revolucionario, de toma de los medios de producción, la lucha por mejoras inmediatas es un paso ineludible.
Conocidos son los riesgos. Pero éstos también pueden ser tenidos en cuenta e incorporados a la teoría y a la praxis. Aún así, no podemos dejar de ver la importancia que juegan los procesos de reinvindicación de medidas inmediatas en un proceso más largo de acumulación de fuerzas, de conformación de ideología y de experiencia en la praxis. Por otra parte, y aquí el gran reto del sindicalismo revolucionario en esta fase, en la lucha por esas mejoras inmediatas es posible introducir en lugar preferente una serie de reivindicaciones que, alcanzadas, facilitarán el paso a una siguiente fase de confrontación más abierta, aquella a la que Alberola llama la lucha por el fin de la explotación.
Ha de tenerse en cuenta que no todas las reivindicaciones que pueda articular una plantilla o una sección sindical han de referirse a aspectos salariales. Que ésa ha sido una prioridad general para el sindicalismo es evidente, pero también que esa priorización respondía a unas necesidades históricas diferentes a las actuales, y a pocos se les escapará que precisamente en el hecho de que el sindicalismo se hubiese mostrado útil a la hora de satisfacer estas necesidades inmediatas reside una parte fundamental de la capacidad que mostró para conducir un proceso revolucionario de tan hondo calado y de tal apoyo popular como es la Revolución de 1936.
Entre estas reivindicaciones se encuentran muchas de las que enumera Lluis Rodríguez en su artículo como cláusulas a introducir en los convenios colectivos, y otras más que señalaremos a continuación. La importancia revolucionaria de las cláusulas que aporta Lluis Rodríguez (que aparecen recogidas en los acuerdos del XI Congreso de la CNT y que son parte de la nueva Plataforma de Negociación Colectiva de la CNT que pronto se hará pública) se encuentra en dos puntos fundamentales: en la forma en la que tienden a igualar y equiparar las posiciones del conjunto de trabajadores y trabajadoras dentro de las empresas y en la manera en que apuntalan la posición de la clase obrera en el conflicto y amplían el marco de negociación con la empresa, es decir, con el capitalismo concretizado.
En el primer caso, es fundamental que el sindicalismo revolucionario elimine las diferencias entre castas de trabajadores y trabajadoras en aras de una unidad de clase fundamental en las luchas de oposición al capital. Y ésto puede hacerse de dos maneras: igualando a la baja o igualando al alza. La igualdad al alza es la que persigue el sindicalismo revolucionario con su implementación de la lucha por las mejoras inmediatas. La igualdad a la baja es la consigue el capitalismo si el sindicalismo renuncia a esta lucha inmediatista. En el segundo caso, el hecho de reforzar nuestra posición como sindicalistas en la negociación con la empresa tiene un alcance revolucionario ilimitado. No solo nos permite defender con garantías esas reivindicaciones más inmediatas de que estamos hablando, sino que nos permite ampliar este marco de negociación e incluir otro tipo de exigencias.
Antes de entrar a hablar de estas nuevas exigencias, ya de tipo revolucionario, es necesario un apunte sobre la idea de negociación que defendemos en el sindicalismo revolucionario de la CNT. A diferencia de otros modelos de sindicalismo, para el sindicalismo revolucionario la negociación es simplemente un momento de un proceso más amplio. Para el sindicalismo revolucionario la negociación es una parte del conflicto, no la solución. Es la práctica concreta de la acción directa, tácticamente definida en este momento por la negociación y que en un momento posterior se definirá por otro tipo de relación.
¿Cuales serán, entonces, esas exigencias que debe introducir el sindicalismo revolucionario más allá de las ya señaladas? Pues se trata de exigencias que tiendan a la toma de los medios de producción y al control obrero de las empresas y los sectores productivos. Empezando por el control de la organización cotidiana del trabajo hasta alcanzar medidas de un control económico tendente a la cooperativización. Y, en definitiva, ¿qué supone esta cooperativización sino la clásica toma de los medios de producción por parte de los trabajadores y trabajadoras?
Con todo, esta cooperativización no puede ser un hecho socialmente aislado. Es necesario que estos procesos, si pretendemos provocar con ellos un cambio socialmente revolucionario, se inserten en una dinámica social que controle su organización más allá de sí mismos, es decir, su coordinación y su integración en una economía de tipo no capitalista. De esta forma, es evidente que el sindicalismo revolucionario debe ampliar su esfera de influencia a todos los ámbitos de la sociedad, o, dicho de otra manera, todos los movimientos sociales deben recuperar en su base el análisis de clase y en su praxis la lucha de clases, lo que necesariamente los llevará al sindicalismo revolucionario, se conforme éste como un único sindicato (algo especialmente negativo desde mi punto de vista), se llame CNT o de otra forma esa gran organización o existan una miríada de organizaciones que expresen sensibilidades políticas y praxis diferenciadas. La alternativa, para estos movimientos, es la realidad actual: su entreguismo a nuevos partidos que practican una política muy vieja ya o su desaparición en la inoperatividad o la derrota. En todo caso, un callejón sin salida.
Es por eso que valoramos la necesidad fundamental de todo proceso de tendencia emancipadora de encarar la toma de los medios de producción y rechazamos esa idea indefinida del sindicalismo social. En primer lugar, ésta toma de los medios de producción, y su necesaria gestión desde principios no autoritarios, permite orientar socialmente la producción. De esta manera se podrá controlar la acumulación y eliminar el excedente especulativo, al mismo tiempo que permite una planificación que garantice la cobertura de todas las necesidades de la población, de forma que se tenga en cuenta las diferencias de estas necesidades. Se impedirá así la explotación intensiva de los recursos naturales, lo cual irá acompañado de la desaparición de esa cantidad ingente de producción sin otra finalidad que mantener la alienación permanente de la población. Intentar este giro social del total de la producción de una sociedad sin haber acometido previamente este proceso de autogestión es imposible. Mantener el centro de decisión separado de sus actores reales sólo podrá significar el mantenimiento de la desigualdad, puesto que la producción se orientará en función de los intereses del centro de poder, no del conjunto social.
Pero además la garantía de la efectividad de todas las luchas parciales que significan los movimientos sociales tanto como el sindicalismo es precisamente esta orientación social de la producción realizada en un marco de autogestión generalizada. Por un lado, permitirá la gestión de los servicios básicos y su aplicación de manera igualitaria. No hay posibilidad de una sanidad o una educación libres si no se insertan en este proceso de autogestión. Por otro lado, garantizará una armonía con el medio ambiente. Al menos, no es posible la defensa del medio ambiente sin abordar esta toma de los medios de producción, sin hacer derivar la producción desde su finalidad fundamentalmente acumulativa hacia una finalidad social.
Se conseguirá, además, romper las dinámicas de dominación entre el centro y la periferia, lo que, en primer lugar, tendrá un impacto evidente en la gestión del territorio. La idea de las grandes estructuras de transporte y comunicación dejará de tener sentido. Una economía planificada localmente, en base a relaciones igualitarias entre los distintos centros de producción y los distintos centros de consumo, y en la que la acumulación se ha evitado desde la base del sistema productivo, no necesita estas grandes estructuras, en primer lugar porque se desarrolla en una estructura de producción completamente diferente. La relegación de amplias zonas del mundo a la producción agrícola intensiva y el empleo de otras a la producción industrial, o el saqueo indiscriminado para la obtención de materias primas de parte del globo, solo es posible en una economía globalizada de carácter capitalista, sea éste de estado o de empresa, y sólo con la reorientación de la producción desde la autogestión puede ser abordado este problema.
Finalmente, es la toma de control de los medios de producción por parte de la clase trabajadora lo que permitirá llevar a cabo una completa reorganización igualitaria de la sociedad. En primer lugar, al no orientar la producción hacia la acumulación, las jornadas de trabajo serán necesariamente inferiores, lo que debe permitir un enriquecimiento inmediato de la vida cotidiana de todas las personas, con una importancia del ocio que no es posible en las actuales condiciones de explotación. En segundo lugar, la desaparición de las jerarquías y los sistemas de obediencia debe permitir la construcción de una afectividad y un sistema relacional mucho más ricos que bajo la dominación actual.
Este es el sindicalismo revolucionario del siglo XXI que defendemos, un sindicalismo que supone la superación definitiva del debate sobre representación unitaria y apunta a una finalidad muy superior. Hemos reencuadrado la representación y la implantación sindical para convertirla en una alternativa a la parálisis sindical del antiguo modelo hegemónico de comités de empresa y estamos iniciando un proceso que, no se dude, es revolucionario. Nadie piense que los frutos serán inmediatos. Como en todo proceso, la lucidez es importante, también para determinar la posición en que se juega en cada momento. Si nos ha tocado vivir el momento inicial de un proceso que solo revelará su potencia y que solo se concretará en un momento futuro, no es cuestión de sacrificarnos a un indefinible trascendente revolucionario, sino de asumir la importancia histórica de este momento y entregar humildemente nuestra práctica cotidiana a colocar unos firmes cimientos para lo que haya de iniciarse mañana.
Martín Paradelo Núñez, Secretario General de la Confederación Nacional del Trabajo