Preparando la toma del poder
Se dice que cuando la vida da limones hay que hacer limonada. La realidad se nos presenta muchas veces como una serie de eventos azarosos y al final, dicen muchos, se trata de esperar el momento adecuado; sin embargo, lo que a casi nadie le enseñan es cómo identificar cuándo es el preciso momento para realizar una acción. Después que los obreros soviéticos, con los bolcheviques a la cabeza, derrotaron el intento de golpe de Estado del general Kornilov, los bolcheviques se preguntaban si había llegado el momento de tomar las riendas del poder, de desatar la insurrección y derrocar al gobierno provisional.
El problema era que no todos los dirigentes bolcheviques estaban de acuerdo, algunos querían esperar a la convocatoria de una Asamblea Constituyente, donde los bolcheviques pudieran obtener una mayoría clara y aplastante. Para Lenin y sus colaboradores más cercanos era claro que la mayoría del pueblo ruso estaba con los bolcheviques, que la mayoría del pueblo ya no confiaba en el gobierno provisional y sus instituciones, ante esta situación resultaba imperativo poner a la orden del día el derrocamiento del gobierno provisional.
Lenin envió una carta a los dirigentes bolcheviques titulada “Los bolcheviques deben tomar el poder”, escrita entre el 12 y el 14 de septiembre, en la que explicaba que el pueblo estaba cansado de las actitudes timoratas de los socialistas moderados, e hizo el llamado de atención respecto a lo ingenuo de esperar a tener una mayoría formal en las casillas de votación. Hizo también hincapié en el momento, se trataba de uno decisivo, en el que la demora equivalía al aborto de la revolución: “La historia no nos perdonará si no tomamos el poder ahora”. Para el dirigente bolchevique era claro que sólo tomando el poder los bolcheviques podrían cumplir materialmente las tres demandas principales del pueblo ruso: paz, tierra y pan. Además, sólo con el poder en sus manos, podrían los revolucionarios garantizar que se llevara a cabo la Asamblea Constituyente.
Lenin estaba convencido de que la crisis iniciada en julio había madurado y que las condiciones para el triunfo de una insurrección estaban garantizadas. Lenin opinaba que bastaría asestar el golpe revolucionario en las dos capitales, Petrogrado y Moscú, y que los campesinos seguirían a los obreros insurrectos para recuperar la tierra.
Algunos dirigentes bolcheviques se opusieron a Lenin y exigieron a los miembros bolcheviques en el Soviet que evitaran toda manifestación obrera, por considerarla un acto de provocación. ¿Qué argumentos se oponían a la posición de Lenin? Los bolcheviques que se opusieron a Lenin cuestionaban el momento, para ellos no era claro que los bolcheviques pudieran movilizar a la mayoría del pueblo y, por tanto, opinaban que siquiera considerar la insurrección era aventurado, provocador y fruto de conspiraciones de un grupo minoritario (¿alguna vez ha escuchado tales argumentos?). Utilizaban la premisa de que las jornadas de julio podían haberse convertido en un baño de sangre, si los bolcheviques no hubieran contenido los motines.
A todo esto, Lenin contestó en una segunda carta “El marxismo y la Insurrección”. En ella explicó las razones por las que la situación de julio y la nueva situación eran distintas: Primero, en julio los bolcheviques no contaban todavía con el apoyo masivo de los obreros y soldados, cosa que había cambiado después del intento de golpe de Estado de los generales. En segundo lugar, en julio no era la mayoría del pueblo quien se había volcado a las calles, en cambio sí salió a defender la revolución contra el golpe. Además, faltaba en julio un elemento importante: que los elementos más avanzados de la clase obrera estuviesen dispuestos a luchar hasta vencer. En septiembre estas condiciones estaban dispuestas. Las vacilaciones y la indecisión, escribía Lenin, estaban martirizando al pueblo y los bolcheviques debían romper con los elementos vacilantes y emprender la organización de la insurrección. “No es posible esperar, la revolución se muere”.
Lenin insistía en ambas cartas en que se debía considerar la insurrección en el sentido marxista, es decir, como un arte. Para esto era necesario que se organizara un Estado Mayor, se distribuyeran las fuerzas concentrándolas en los lugares y momentos importantes, apuntaba que una vez comenzada la insurrección había que pasar irremediablemente a la ofensiva, pues las acciones defensivas implicaban la muerte de la insurrección.
A finales de septiembre los comités del Partido en Petrogrado y Moscú aprobaron sendas resoluciones en las que se aceptaba la táctica de Lenin. En los primeros días de octubre, el Comité Central del Partido Bolchevique se reunió en condiciones de rigurosa clandestinidad, pues en esta reunión volvió a participar Lenin. Tras una discusión larga, el Comité Central bolchevique hizo constar que la insurrección era inevitable y que el Partido debía orientar toda su actividad a la preparación y realización de ésta. La mayoría del Comité votó a favor, quienes estaban en contra argumentaban que era mejor esperar a ganar la Asamblea Constituyente y que la insurrección sabotearía las posibilidades del Partido. Lenin contestó que los bolcheviques que se perdieran en las ilusiones parlamentarias y pacifistas serían unos “traidores miserables a la causa proletaria”.
En vísperas de la insurrección, los bolcheviques editaban 53 periódicos con una tirada de 2 millones 180 mil ejemplares. En el otoño de 1917, la consigna “Todo el poder a los soviets” era el lema de todas las organizaciones de los trabajadores rusos. Lenin tenía la firme convicción de que eran los soviets quienes debían organizar la insurrección, sin ellos ésta no podría ser firme, rápida y segura; por esta razón, el Comité Central bolchevique fijó el inicio de la insurrección para el II Congreso de los Soviets que se inauguraría el 25 de octubre.
Éste fue el punto de no retorno de la revolución soviética, en donde se puso a la orden del día la preparación de la insurrección obrera y en donde quedó de manifiesto el carácter de los individuos, su entereza, su carácter firme y su convicción en el pueblo. Este periodo nos deja varias enseñanzas que no debemos olvidar: primero, cuando el pueblo está listo para pasar a la acción revolucionaria es un crimen detenerlo, el revolucionario auténtico tiene como tarea definir la estrategia y táctica adecuada en cada momento de la revolución para garantizar su triunfo, además de formarse como dirigente capaz de organizar y formar a las masas revolucionarias. Segundo, ante la crisis o el cambio brusco de la situación, es inminente que los elementos vacilantes se separen de la organización o incluso saboteen las actividades de la misma. Tercero, debemos cifrar nuestras esperanzas únicamente en las masas trabajadoras y no en las ilusiones parlamentaristas y legales. Como socialistas debemos asumir las enseñanzas del pueblo ruso, aprendamos de nuestra historia de clase y emprendamos la marcha hacia nuestro propio octubre.
NOTA: Este artículo fue publicado como parte de la sección RECUPERANDO LA HISTORIA del No. 29 de FRAGUA , órgano de prensa de la Organización de Lucha por la Emancipación Popular (OLEP), Septiembre-Octubre 2017.
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