De parloteo con Groucho Marx
Por José Luis Merino
Este es un diálogo imaginario con Groucho Marx, el de las películas de los Hermanos Marx. Las respuestas son reales-auténticas. Las preguntas se han acomodado a la imparable-enrevesada-inteligente locuacidad del entrevistado. Ahí va todo en dulce montón:
¿Cómo llegaron al cine usted y sus hermanos?
De manera un tanto extraña. Yo hacía las mismas cosas que hacía cuando era un muchacho tímido a la luz de la luna –un tigre a oscuras con una rubia platino al lado. Lo curioso es que haciendo cine me pagaban. Nunca lo he comprendido. De ahí que Hollywood siempre me haya parecido la Orquesta Sinfónica de Berlín dirigida por una pelota de golf.
Una de las noticias que conmovieron al mundillo del cine fue aquella que decía: “Groucho se casa con su secretaria”.
Aquello fue una sarnosa redundancia. Si ella era secretaria, ¿para qué necesitaría nadie esposa?
En realidad, su verdadero nombre es Julius; ¿por qué lo de Groucho?
Antes de nacer yo, había un tío Julius en la familia; media metro cincuenta y cinco sin calcetines, agujeros incluidos. Mi madre estaba obviamente embarazada; luego, como le sucede a todo el mundo, nací al fin; y antes de que pudiera decir Robinson, me bautizaron Julius. El resto ya lo conocéis por las películas.
La misión de ustedes en la vida siempre consistió en deparar momentos agradables a las gentes, ¿no es así?
En efecto, era como preparar un manjar digno de los dioses, suponiendo que quede alguno.
Es famosa su tacañería. ¿Qué puede decirnos en su defensa?
Mis enemigos confunden tacañería con democracia. Yo siempre he ido a las cenas que me invitaban e incluso a las cenas que no me invitaban. En esto he sido un verdadero demócrata. En 1959 asistí a 336 cenas, con invitación expresa a doce de ellas.
¿Cómo se las arreglaba para asistir a las que no estaba invitado?
Muy fácil. Nada más entrar en la casa me iba directamente donde la anfitriona y le decía: “¡Vaya fineza la suya! ¡Mire que dar una fiesta y no invitarme! He estado a punto de no venir…”.
También se dijo que acumuló usted muchos achaques en su vida de enfermo…
De todos salí con vida, gracias a las enfermeras pelirrojas que tuve…
¿Por qué pelirrojas?
Cada vez que sueño con una enfermera siempre es pelirroja. El pelo rojo hace que el hombre quiera recuperar rápidamente la salud, para que él pueda levantarse y la enfermera acostarse.
¿Cuáles son los recuerdos de su primera actuación en el cine?
Mi primera actuación fue de cadáver. Me pagaron por ello doscientos dólares. Le dije al director que si me pagaban cincuenta pavos más les podía interpretar en la próxima escena el cadáver que hablaba.
¡Ja,ja,ja!
No se ría, que no todo fue siempre un camino de rosas. Antes de llegar al cine nosotros actuábamos en ciudades donde ahora mismo me negaría a ser enterrado, incluso aunque el funeral fuera gratuito y me pusieran una lápida de yapa.
Otra cosa. ¿Cómo surgió lo del puro en la boca?
Yo no sabía tocar ningún instrumento. Harpo tocaba el arpa y Chico el piano. Así que yo tocaba el puro en cuanto me enfocaba la cámara.
Se cuentan muchos chistes a cuenta de sus puros…
Eso era porque siempre los dejaba un poco antes de la parte donde iba el explosivo. Más de una vez explotó en la cara de algún electricista. En una ocasión el detonante fue a parar al rostro de la mujer de la limpieza, con lo cual pudimos comprobar que llevaba bigote.
[Ha salido tan largo, porque no lo he podido hacer más extenso]