Noticias Uruguayas 8 octubre 2017
miércoles, 4 de octubre de 2017
NI MITO NI LEYENDA (publicado esta semana en VOCES, en el 50 aniversario del asesinato del Che)
por Josè Luis Perera
Si un mito es una historia imaginaria que altera las verdaderas cualidades de una persona o de una cosa y les da más valor del que tienen en realidad, y si leyenda es una narración popular que cuenta un hecho real o fabuloso adornado con elementos fantásticos o maravillosos, el Che no es ninguna de las dos cosas. El Che es un ser humano ejemplo de revolucionario, y cuya vigencia se expresa en una de las mayores obras de la que fue partícipe: la revolución cubana.
Cuando Fidel dice -entre otras cosas- que “si queremos expresar cómo aspiramos que sean nuestros combatientes revolucionarios, nuestros militantes, nuestros hombres, debemos decir sin vacilación de ninguna índole: !que sean como el Che!, está expresando no solo un deseo, sino una necesidad. Porque si algo está siendo demostrado medio siglo después de su muerte es que sin hombres como él difícilmente cualquier intento revolucionario llegue a buen puerto.
Sin duda era un hombre de acción, pero también de un muy elaborado pensamiento, un hombre de ideas, de una insuperable sensibilidad humana, pero sobre todo de una intachable conducta y virtudes morales, y a esto quiero referirme, por tomar algún aspecto de su vida.
El Che dijo: “El socialismo económico sin moral comunista no me interesa. Luchamos contra la miseria, pero al mismo tiempo luchamos contra la alienación… Si el comunismo descuida los hechos de conciencia puede ser unmétodo de repartición, pero deja de ser una moral revolucionaria”
.
Esta idea, que el che asumía para su práctica cotidiana, implicaba que toda acción humana, desde la más cotidiana hasta la más compleja, es una acción en potencia revolucionaria, transformadora y liberadora, y que la revolución de los oprimidos en contra del sistema es una revolución que, para frenar y extinguir el capitalismo, tiene que atravesar y transformar todos los ámbitos de la vida humana.
Todo el accionar y la concepción revolucionaria del Che, su lectura crítica y creativa de los clásicos del Marxismo Leninismo, está impregnado absolutamente de una intención permanente de forjar al Hombre Nuevo, de construir la nueva moral comunista.
En su ensayo “el Socialismo y el Hombre en Cuba decía: “Para construir el comunismo, simultáneamente con la base material hay que hacer al hombre nuevo. De allí que sea tan importante elegir correctamente elinstrumento de movilización de las masas. Este instrumento debe ser de índole moral, fundamentalmente, sin olvidar una correcta utilización del estímulo material, sobre todo de naturaleza social”.
Cuando se multiplican por dos los salarios de los ministros de un gobierno porque “no se les puede pedir tanta poesía”, o cuando se exponen como grandes logros porcentajes de crecimiento, obtención de grado inversor, aumentos del PBI o puntos de más o de menos en el empleo o en la pobreza, pero se dejan de lado como valores la honestidad, la rectitud, la entrega y la austeridad, se está yendo en el sentido contrario de lo que el Che predicaba. “No me interesa” diría el Che.
La necesidad de Artigas
Jueves 5 de octubre de 2017, por
*
Dicen que el 23 de septiembre de 1850 José Gervasio Artigas murió en Paraguay, en el exilio al que lo condenaron las burguesías de Buenos Aires, Montevideo y Río de Janeiro.
* Periodista. Agencia de Noticias Pelota de Trapo (APE)
Pero la muerte es una mentira. Artigas terminó siendo la expresión de la guerra por la liberación nacional, por un lado, y la síntesis de la liberación social, por otro.
Sus ideas y sus hechos surgen en las necesidades del presente.
“Un puñado de patriotas orientales cansados ya de humillaciones habían decretado su libertad en la orilla de Mercedes”, sostuvo José Gervasio Artigas el 7 de diciembre de 1811. Se refería al llamado Grito de Asencio, producido entre los días 27 y 28 de febrero de aquel año. Surgía el ejército oriental: “Fuertes hacendados, arrendatarios o meros poseedores de la tierra cuyos hombres movilizaban al vecindario; los paisanos peones de estancia, los hombres sueltos; los curas patriotas, portavoces del ideal revolucionario; los indios tapes de las tierras misioneras, los charrúas y los minuanes; los negros esclavos fugados de sus amos que buscaban entre las columnas patriotas su liberación”, describieron los historiadores uruguayos Cristina Martínez y Carlos Alcoba.
Era un frente social policlasista, similar al constituido por San Martín desde Cuyo. Pero el liderazgo político de Artigas se manifestaría con una fuerza elocuente en el denominado éxodo del pueblo oriental, en octubre de 1812.
Por diferencias políticas, sociales y económicas con Buenos Aires, Artigas decide dejar el sitio a Montevideo todavía ocupado por españoles.
Ocho mil familias siguieron al líder hasta la actual provincia de Salto en Uruguay.
Ocho mil familias que dejaron sus casas, sus ocupaciones, sus penurias, el lugar de su historia existencial para seguir el proyecto de un hombre que decía que “los más infelices serán los más agraciados”.
¿De dónde surgía semejante poder de convencimiento si no es porque Artigas y sus palabras no representaban las necesidades de las mayorías de la Banda Oriental?.
Más de veinte mil personas detrás de Artigas y su proyecto.
“Sólo a los pueblos será reservado sancionar la constitución general…Como todos los hombres nacen libres e iguales, y tienen ciertos derechos naturales, esenciales e inajenables, entre los cuales pueden contra el de gozar propiedad y, finalmente, el de buscar y obtener la seguridad y la felicidad, es un deber de la institución, continuación y administración del gobierno, asegurar estos derechos, proteger la existencia del cuerpo político y el que sus gobernados gocen con tranquilidad las bendiciones de la vida, y siempre que no se logren estos grandes objetos, el pueblo tiene un derecho para alterar el gobierno y para tomar las medidas necesarias a su seguridad, prosperidad y felicidad”, indicó en su proyecto de Constitución para la Provincia Oriental en 1813.
El sujeto histórico en el ciclo artiguista es el pueblo movilizado y su legitimidad se expresaba a través de asambleas y la posibilidad de cambiar los gobiernos si no respondían a los principios enunciados y prometidos.
Artigas sabía que su enfrentamiento en la dinámica de la guerra por la liberación nacional contra los españoles primero y luego contra los portugueses, lo llevaría a ser perseguido por los intereses minoritarios que se habían expropiado de la revolución de mayo.
Porque su respeto a la soberanía popular implicaba una lucha por la igualdad que estaba en contra de los privilegios de las clases criollas dominantes.
Artigas terminó siendo la expresión de la guerra por la liberación nacional, por un lado, y la síntesis de la liberación social, por otro.
El oriental lo sintetizó muy bien: “tienen miedo que la cría se vuelva respondona”.
Es decir, la estatura y dimensión política de ciudadanos que el artiguismo dio a las masas del Litoral era intolerable para aquellos que querían mantenerlas bajo su explotación, política y social.
En este contexto se explica la carta que escribió el director supremo de las Provincias Unidas del Río de La Plata, Gervasio Posadas, cuando se preguntaba: “¿Qué me importa que el que nos haya de mandar se llame rey, emperador, mesa, banco o taburete?…los orientales deben ser tratados como asesinos o incendiarios…sin olvidar que la destrucción de los caudillos Artigas y Otorgués es el único medio de terminar con la guerra civil en esta provincia y la de Entre Ríos”.
Y en las actas secretas del Congreso de Tucumán, en 1816, se estableció que Buenos Aires dejaría invadir a los portugueses el territorio de la Banda Oriental a cambio de desterrar para siempre a Artigas y su pueblo insurgente.
La lógica de semejante traición se explica por la profundización de las medidas políticas, económicas y sociales que había dispuesto y llevado a la práctica el Protector de los Pueblos Libres, Don José Artigas.
Esas disposiciones atentaban contra los propietarios, los privilegiados del Litoral y de Buenos Aires.
Era inadmisible que se repitiera la experiencia concreta del gobierno revolucionario artiguista entre setiembre de 1815 y mayo de 1816.
La permanente y mentada inseguridad presente, tenía para Artigas una solución política, principista y existencial.
“…como el objeto y fin del gobierno debe ser conservar la igualdad, libertad y seguridad de los ciudadanos y de los pueblos, cada provincia formará un gobierno bajo esas bases, además del gobierno supremo de la nación”, dice Artigas en sus instrucciones del año 1813.
Es decir, para que exista seguridad es necesario que el gobierno primero garantice la igualdad y la libertad.
Un principio político que deberían tener en cuenta los gobernadores del presente en el barrio cósmico latinoamericano.
Ante la invasión de mercaderías extranjeras, la concentración de riquezas en pocas manos y la extranjerización de la banca que hoy sufren los pueblos del sur, las palabras artiguistas no solamente suenan como contraste sino también como proyecto político económico alternativo: “Todos los derechos, impuestos y sisas que se impongan a las introducciones extranjeras serán iguales en todas las provincias unidas, debiendo ser recargadas todas aquellas que perjudiquen nuestras artes o fábricas, a fin de dar fomento a la industria de nuestro territorio”.
El sujeto de la historia, el origen de la legitimidad política y el destinatario de la acción estatal son las mayorías populares pauperizadas: “Los más infelices serán los más privilegiados. En consecuencia, los negros libres, los zambos de esta clase, los indios y los criollos pobres, todos podrán ser agraciados con suerte de estancias, si con su trabajo y hombría de bien propenden a su felicidad y a la de la provincia”.
Un gobierno que reparte la tierra y recompensa al trabajo. Reforma agraria en ciernes y protección al mercado interno. Distribución de riquezas desde la decisión política del Estado naciente. Dirá sobre los ingleses: “Abriré el comercio con quien más nos convenga…los ingleses deben conocer que ellos son los beneficiados, y por lo mismo jamás deben imponernos”.
Y repetirá sobre el origen y fin de los impuestos: “Los señores comerciantes serán obligados a pagar en nuestros puertos los derechos de introducción y extracción establecidos y acostumbrados en las diversas receptorías según los reglamentos generales”.
“Los terrenos repartibles son todos aquellos de emigrados, malos europeos y peores americanos que hasta la fecha no se hallan indultados por el jefe de la provincia, para poseer sus antiguas propiedades”.
Artigas no murió, está vigente en las urgencias del presente.
Sus ideas y sus hechos surgen en las necesidades del presente.
“Un puñado de patriotas orientales cansados ya de humillaciones habían decretado su libertad en la orilla de Mercedes”, sostuvo José Gervasio Artigas el 7 de diciembre de 1811. Se refería al llamado Grito de Asencio, producido entre los días 27 y 28 de febrero de aquel año. Surgía el ejército oriental: “Fuertes hacendados, arrendatarios o meros poseedores de la tierra cuyos hombres movilizaban al vecindario; los paisanos peones de estancia, los hombres sueltos; los curas patriotas, portavoces del ideal revolucionario; los indios tapes de las tierras misioneras, los charrúas y los minuanes; los negros esclavos fugados de sus amos que buscaban entre las columnas patriotas su liberación”, describieron los historiadores uruguayos Cristina Martínez y Carlos Alcoba.
Era un frente social policlasista, similar al constituido por San Martín desde Cuyo. Pero el liderazgo político de Artigas se manifestaría con una fuerza elocuente en el denominado éxodo del pueblo oriental, en octubre de 1812.
Por diferencias políticas, sociales y económicas con Buenos Aires, Artigas decide dejar el sitio a Montevideo todavía ocupado por españoles.
Ocho mil familias siguieron al líder hasta la actual provincia de Salto en Uruguay.
Ocho mil familias que dejaron sus casas, sus ocupaciones, sus penurias, el lugar de su historia existencial para seguir el proyecto de un hombre que decía que “los más infelices serán los más agraciados”.
¿De dónde surgía semejante poder de convencimiento si no es porque Artigas y sus palabras no representaban las necesidades de las mayorías de la Banda Oriental?.
Más de veinte mil personas detrás de Artigas y su proyecto.
“Sólo a los pueblos será reservado sancionar la constitución general…Como todos los hombres nacen libres e iguales, y tienen ciertos derechos naturales, esenciales e inajenables, entre los cuales pueden contra el de gozar propiedad y, finalmente, el de buscar y obtener la seguridad y la felicidad, es un deber de la institución, continuación y administración del gobierno, asegurar estos derechos, proteger la existencia del cuerpo político y el que sus gobernados gocen con tranquilidad las bendiciones de la vida, y siempre que no se logren estos grandes objetos, el pueblo tiene un derecho para alterar el gobierno y para tomar las medidas necesarias a su seguridad, prosperidad y felicidad”, indicó en su proyecto de Constitución para la Provincia Oriental en 1813.
El sujeto histórico en el ciclo artiguista es el pueblo movilizado y su legitimidad se expresaba a través de asambleas y la posibilidad de cambiar los gobiernos si no respondían a los principios enunciados y prometidos.
Artigas sabía que su enfrentamiento en la dinámica de la guerra por la liberación nacional contra los españoles primero y luego contra los portugueses, lo llevaría a ser perseguido por los intereses minoritarios que se habían expropiado de la revolución de mayo.
Porque su respeto a la soberanía popular implicaba una lucha por la igualdad que estaba en contra de los privilegios de las clases criollas dominantes.
Artigas terminó siendo la expresión de la guerra por la liberación nacional, por un lado, y la síntesis de la liberación social, por otro.
El oriental lo sintetizó muy bien: “tienen miedo que la cría se vuelva respondona”.
Es decir, la estatura y dimensión política de ciudadanos que el artiguismo dio a las masas del Litoral era intolerable para aquellos que querían mantenerlas bajo su explotación, política y social.
En este contexto se explica la carta que escribió el director supremo de las Provincias Unidas del Río de La Plata, Gervasio Posadas, cuando se preguntaba: “¿Qué me importa que el que nos haya de mandar se llame rey, emperador, mesa, banco o taburete?…los orientales deben ser tratados como asesinos o incendiarios…sin olvidar que la destrucción de los caudillos Artigas y Otorgués es el único medio de terminar con la guerra civil en esta provincia y la de Entre Ríos”.
Y en las actas secretas del Congreso de Tucumán, en 1816, se estableció que Buenos Aires dejaría invadir a los portugueses el territorio de la Banda Oriental a cambio de desterrar para siempre a Artigas y su pueblo insurgente.
La lógica de semejante traición se explica por la profundización de las medidas políticas, económicas y sociales que había dispuesto y llevado a la práctica el Protector de los Pueblos Libres, Don José Artigas.
Esas disposiciones atentaban contra los propietarios, los privilegiados del Litoral y de Buenos Aires.
Era inadmisible que se repitiera la experiencia concreta del gobierno revolucionario artiguista entre setiembre de 1815 y mayo de 1816.
La permanente y mentada inseguridad presente, tenía para Artigas una solución política, principista y existencial.
“…como el objeto y fin del gobierno debe ser conservar la igualdad, libertad y seguridad de los ciudadanos y de los pueblos, cada provincia formará un gobierno bajo esas bases, además del gobierno supremo de la nación”, dice Artigas en sus instrucciones del año 1813.
Es decir, para que exista seguridad es necesario que el gobierno primero garantice la igualdad y la libertad.
Un principio político que deberían tener en cuenta los gobernadores del presente en el barrio cósmico latinoamericano.
Ante la invasión de mercaderías extranjeras, la concentración de riquezas en pocas manos y la extranjerización de la banca que hoy sufren los pueblos del sur, las palabras artiguistas no solamente suenan como contraste sino también como proyecto político económico alternativo: “Todos los derechos, impuestos y sisas que se impongan a las introducciones extranjeras serán iguales en todas las provincias unidas, debiendo ser recargadas todas aquellas que perjudiquen nuestras artes o fábricas, a fin de dar fomento a la industria de nuestro territorio”.
El sujeto de la historia, el origen de la legitimidad política y el destinatario de la acción estatal son las mayorías populares pauperizadas: “Los más infelices serán los más privilegiados. En consecuencia, los negros libres, los zambos de esta clase, los indios y los criollos pobres, todos podrán ser agraciados con suerte de estancias, si con su trabajo y hombría de bien propenden a su felicidad y a la de la provincia”.
Un gobierno que reparte la tierra y recompensa al trabajo. Reforma agraria en ciernes y protección al mercado interno. Distribución de riquezas desde la decisión política del Estado naciente. Dirá sobre los ingleses: “Abriré el comercio con quien más nos convenga…los ingleses deben conocer que ellos son los beneficiados, y por lo mismo jamás deben imponernos”.
Y repetirá sobre el origen y fin de los impuestos: “Los señores comerciantes serán obligados a pagar en nuestros puertos los derechos de introducción y extracción establecidos y acostumbrados en las diversas receptorías según los reglamentos generales”.
“Los terrenos repartibles son todos aquellos de emigrados, malos europeos y peores americanos que hasta la fecha no se hallan indultados por el jefe de la provincia, para poseer sus antiguas propiedades”.
Artigas no murió, está vigente en las urgencias del presente.
Fuente: www.pelotadetrapo.org.ar