Mujeres ejemplares
Por José Luis Merino
Una de ellas, María Moliner, desde muy joven se sintió fascinada por el fulgor de las palabras de su propio idioma. Tras muchos años de trabajo en solitario, consiguió elaborar una joya de las letras, como es el Diccionario de uso del español.
Dado el asombroso mérito de la hazaña, desde la Real Academia de la Lengua decidieron proponerle como miembro de la docta casa. Faltaba la votación pertinente. Corría el año 1972. Computados los votos, la propuesta fue denegada. Vaya por delante el merecido honor para quienes votaron a favor. Deshonor y repudio para los negadores.
Sin ser juzgada por especificidades de orden lexicográfico, lingüístico y semejanzas, como era de suyo, el rechazo obedecía a que María Moliner trabajó como bibliotecaria, en tiempos de la República española. A ese grado de ruindad llegaron los académicos franquistas (“caínes sempiternos”, para llamarlos como Luis Cernuda).
Pocos años después, de Macondo vino Gabriel García Márquez, proclamando su infinito agradecimiento a la simpar bibliotecaria. Para el escritor colombiano, ella fue la creadora del mejor y más completo diccionario de la lengua española, de Gutenberg a nuestros días. Gloria y reconocimiento imperecederos para Doña María Moliner.
[En el ámbito de la librería donde yo trabajaba, tuve ocasión de expresarle a su hijo Fernando, apellidado Ramón Moliner, mi encendida solidaridad. Al poco tiempo, su madre murió. Fue el 22 de enero de 1981. Había nacido en Paniza (Zaragoza), el 30 de marzo de 1900]
Me decía en una carta María Zambrano…
“Le escribo como si ya le hubiese escrito, como si hubiera ya recibido las palabras que solo de pensamiento me ha estado dirigiendo desde hace tanto tiempo”.
“Han debido ser ciertas, de amistad verdadera, desde ese lugar ‘cósmico’ –que bien dice usted–, de José Lezama Lima, un lugar fijo, su centro, su origen, su paralelo, una secreta constelación. Y usted viene hacia mí desde ‘allá’; sintiendo que no haya llegado antes. Pero esa clase de encuentros tiene su hora”.
“En cuanto al cuestionario, acepto lo que usted me ofrece: contestaré solo a aquellas cuestiones que para mí tengan específica resonancia”.
“La imagen que recibo de su vivir y la vibración, que es lo que decide, es muy buena y estimulante. Un equilibrio ése que a mi parecer solamente brota cuando los límites entre el trabajo y el afán creador no se advierten, cuando no hay casillero, sin que se caiga en la confusión”.
“Usted ha de saber mejor que yo, pero yo desde afuera también lo sé y muy dolorosamente, cómo se agostan las plantas de eso que llamamos actividades culturales y que para mí son vida, cómo se encienden las hogueras que antes de que se forme alguna brasa, se extinguen, cómo se disipa el pensamiento, la pasión de crear. ¡Ay! Es mal antiguo de España, ahora agudizado. Veo en lo que me llega de usted, que no es así, que la tensión es continua, sin caer en la monotonía, que la corriente tiene cauce. Que así siga siendo”.
[Escrita en el exilio, la carta (manuscrita) está fechada el uno de marzo de 1980. Doña María Zambrano salió de España en 1939 y volvió en 1984. Vino al mundo en Vélez-Málaga el 22 de abril de 1904. Murió en Madrid el 6 de febrero de 1991. En 1981 le concedieron el Premio Príncipe de Asturias y el Premio Cervantes en 1988]