Los Medios en los EE.UU.: ¿un paraiso de la pluralidad y la libertad de prensa?
Se dice que una de las vigas maestras de la democracia es la libertad de prensa, manifestada en una pluralidad y diversidad de medios de comunicación y propietarios de ellos. Sin embargo, hay suficiente evidencia para sostener que, en la democracia USA,tenida como referente de todas las demás, dicha viga está gravemente afectada por la carcoma. Si en 1983 el 90 por ciento de la difusión mediática estaba en manos de 50 empresas, en la actualidad son sólo 6 grandes corporaciones las que acaparan ese porcentaje: Time Warner, Walt Disney, Viacom, News Corporation (Rupert Murdoch),CBS Corporation y NBC Universal (esta última resultado de las fusiones de General Electric, Vivendi y Comcast). (1) Dicho de otro modo, los 232 ejecutivos que trabajan para estas mega-corporaciones deciden la programación que consumen 277 millones de estadounidenses; porque se trata de eso, de programar. Y dada la notable influencia cultural, ideológica y política que EEUU ejerce sobre los países de la UE, la mayor parte de los contenidos mediáticos -incluidos cine y videojuegos- que consumimos los millones de europeos proceden de esas mismas corporaciones, que, además publican y difunden en otros países e idiomas. Podemos hablar, por tanto, de un imperialismo mediático o, como alguien lo definió, una “mediocracia” (2).
La extraordinaria concentración de la propiedad mediática, conocida como media consolidation, fue enormemente facilitada por la Telecommunications Act de 1996, durante el mandato de Bill Clinton. Los dueños de los 6 gigantes mediáticos son empresas multinacionales, bancos, fondos de inversión, poderosos accionistas y millonarios, que tienen estrechos y directos vínculos con la clase política estadounidense. No sólo están ahí para hacer negocio, sino fundamentalmente porque saben que teniendo el manejo total de lo que las multitudes leen, escuchan y ven, también lo tienen de lo que piensan. Los medios masivos de comunicación son el arma más poderosa de control ideológico y social en manos de la clase dominante.
No sorprende pues que, en EEUU, los periódicos más leídos, las radios más escuchadas y las televisiones más vistas se alineen tácita o explícitamente con uno de los dos polos del duopolio que ejerce el poder: los partidos demócrata y republicano, uno de tendencia “liberal”, (3) otro de tendencia conservadora. A pesar de sus aparentes diferencias, que los medios se encargan de resaltar para mantener la ficción, ambos partidos coinciden en lo fundamental: defensa del capitalismo, la maquinaria militar y el control y represión de las clases trabajadoras y los disidentes políticos a través del aparato policial-carcelario. De ahí que tampoco sorprenda el papel de propaganda de guerra que los medios masivos desempeñan, como hemos visto en los casos de Afganistán, Irak, Libia, Ucrania y Siria; su defensa a ultranza del Estado sionista de Israel -que es, de hecho, como lo calificóJames Petras, el 51 Estado de la Unión– o la ausencia de crítica a las industrias armamentística, farmacéutica, petroquímica y agroalimentarias, que inyectan capitales en los grandes medios, directa o indirectamente a través de la publicidad. Ya que, además, muchos de los ejecutivos de los conglomerados mediáticos también forman parte de los consejos de administración de estas multinacionales, las puertas giratorias tienen los goznes bien engrasados.
La News Corporation (Rupert Murdoch) es propietaria de la cadena de TV generalista FOX, de orientación ultra-conservadora, una de las más vistas especialmente por la población mayor de 60 años. Pero también es dueño de los periódicos Wall Street Journal y New York Post. Más afín al partido demócrata, otra importante cadena de TV generalista, la CNN -y su versión española- está en manos de Time Warner, que posee asimismo la revista Time y la National Geographic Channel, entre otras. Incluso las cadenas MSNBC y MTV, tenidas por más progresistas, son propiedad de NBC Universal yViacom, respectivamente. El New York Times, uno de los periódicos más prestigiosos y de mayor tirada, tiene ahora como principal accionista al multimillonario Carlos Slim (4). Por su parte, el Washington Post se ha convertido en el patio de Jeff Bezos, director de Amazon. ElHufftington Post (ahora HuffPost), otro referente de la prensa “liberal”, es propiedad de otro gran conglomerado mediático, AOL, fundido con Verizon. En cuanto a la radio, si la ley estadounidense prohíbe que una sola empresa acapare más de 40 emisoras, Clear Channel Communications posee 1.200. Y, en Internet, el grueso de la difusión de noticias está en manos de tres gigantes: Yahoo, Google y Microsoft.
A toda esta multitud de tentáculos dirigidos por seis cabezas, en EEUU se la llamacorporate media, porque está en manos de la corporate class (la clase dominante). Aunque siguen acaparando las audiencias, una reciente encuesta de Gallup, realizada en 2016, dio como resultado que sólo el 20 por ciento de los encuestados confía en estos medios. Los ciudadanos progresistas más ilustrados -o lo que en EEUU se denomina laliberal class– busca refugio en medios alternativos, que son supuestamente independientes porque se mantienen de las cuotas de los suscriptores y difunden contenidos que suelen estar ausentes en los medios corporativos o se presentan de manera distorsionada. Uno de los más conocidos es Democracy Now, que, como otros similares, tiene canal en YouTube. No obstante, sus críticas al sistema tienen ciertos límites, especialmente cuando se trata de la política exterior norteamericana (reproduciendo, por ejemplo, la versión gubernamental sobre la guerra de Siria o el relato oficial sobre los atentados del 11 de septiembre entre otros). Claro que Democracy Now y Pacifica Radio de la que depende, reciben un importante aporte financiero de la fundación Rockerfeller y la Open Society de George Soros, el multimillonario dedicado a sostener organizaciones y medios de izquierdas (5).Otro medio independiente y progresista en alza, The Young Turks, en 2014 recibió 4 millones de dólares de un político republicano moderado, que dirige una organización de lucha contra la corrupción. Estos medios alternativos, sostenidos en parte por capital corporativo, suelen poner el acento en aspectos de las llamadas políticas de identidad (raza, género, orientación sexual…), el cambio climático y el mundo de las celebrities (en arte, cine, deportes, etc.). Y tienen como fin pastorear a las personas que se sienten anti-capitalistas hacia el redil del partido demócrata en su ala más “liberal”.
De mayor calidad periodística, con buenos reportajes de investigación, la revista digitalThe Intercept, fundada a raíz de las filtraciones de Edward Snowden, está ligada en parte al capital de PayPal. Medios más modestos en la categoría de alternativos e independientes hay multitud en Internet, tantos que nombrarlos desbordaría la capacidad de un artículo. Su orientación ideológica es muy variada. Los hay ultra-liberales (llamados en EEUUlibertarians), los hay cercanos a la extrema derecha, como Info-Wars, de tendencia social-demócrata y socialista, como la veterana revista Counterpunch, el canal televisivo de Baltimore The Real News Network, los medios digitales Truthout, Truthdig, Alternet yCommondreams, que también reciben financiación indirecta de la Open Society de Soros, y The Corbett Report y Black Agenda Report, de los que no nos constan dichos vínculos (6).
A pesar del creciente control -y represión- que el Estado norteamericano está ejerciendo sobre el periodismo crítico, quedan aún periodistas de investigación comprometidos, que por ello se ven obligados a trabajar para medios extranjeros. Son los casos, por ejemplo, de Greg Palast, especialista en los fraudes electorales que se cometen en los EEUU; y Abby Martin, cuyos documentales, titulados The Empire Files, se emitieron en la cadena TeleSur, o Chris Hedges, que tiene un espacio en RT.
El notable aumento de visitas que han experimentado en los últimos años los medios alternativos referidos, como fuentes de información, preocupa a los poderes fácticos. Al igual que en el resto de países del centro del sistema, EEUU ha puesto a punto la maquinaria represiva contra periodistas y medios incómodos. Las leyes anti-terroristas que entraron en vigor tras los atentados del 11 de Septiembre son uno de los instrumentos de esta ofensiva, que permite golpear, multar y encarcelar a periodistas debidamente acreditados por hacer su trabajo, como hemos visto, por ejemplo, durante las protestas de los nativo-americanos contra el oleoducto que atraviesa sus tierras en Dakota del Norte. El otro medio es la propaganda. En diciembre de 2016, el Congreso pasaba la Countering Desinformation and Propaganda Act (Ley contra la desinformación y la propaganda), firmada por Obama, para “dar mayor difusión a los relatos basados en hechos que apoyan los intereses y a los aliados de los EEUU” (7).
En relación con ello, recientemente estamos asistiendo a la guerra de las llamadas fake news (noticias fingidas o falsas). El concepto, que no es nuevo, los desempolvó Donand Trump durante su campaña en las primarias al afirmar que lo que se decía sobre él en los medios corporativos era falso. De este modo aparecía como antagonista de los corporate media -y por ende de la corporate class-, cuando, en realidad, es un miembro de esta última al que esos mismos medios contribuyeron a aupar prestándole más tiempo de exposición que a ningún otro candidato. Poco después, las alegaciones, no probadas, de la injerencia del gobierno de Rusia en las pasadas elecciones a la presidencia, están sirviendo de palanca para señalar y dirigir los dardos contra periodistas y medios independientes acusados de difundir falsas noticias. En noviembre del año pasado, el Washington Postpublicaba una lista de 200 sitios de Internet que supuestamente estaban diseminando propaganda de Rusia, basándose en la información recogida por una oscura página web, llamada PropOrNot.
En resumen, quienes tienen una larga experiencia en la fabricación de noticias falsas, del tipo de las armas de destrucción masiva que escondía Sadam Hussein, por poner un solo ejemplo, son los que acusan a otros de difundir dichas noticias y ser cómplices de países declarados enemigos. Esto representa una amenaza para todas las plataformas de noticias por Internet que se escapan al control del capital y son críticas con el sistema. La política de vigilancia masiva, emprendida por Obama y seguida por Trump, y el poder que sobre Internet ejercen gigantes como Google y Facebook, permite identificarlas y hacer diana sobre ellas controlando su tráfico (8). Así, desde abril del año pasado, páginas como Truthout y The Real News Network han notado una bajada de visitas de un 35 por ciento, y hasta el 50 en el caso de la World Socialist Web Site, al tiempo que YouTube, propiedad de Google, está“desmonetarizando” miles de vídeos. Lo que pasaba por ser el paraíso de la libertad de información va en camino de convertirse en un campo de concentración, si no nos unimos para pararlo.