La victoria de la ZAD
Por Miquel Amorós
La victoria de la ZAD
El 17 de enero pasado el primer ministro francés anunciaba el abandono del gran proyecto inútil de aeropuerto en tierras del municipio de Nôtre Dame des Landes. El júbilo y la alegría desatado entre los resistentes de la ZAD, campesinos, ocupantes, vecinos, amigos y simpatizantes, encontró su cúspide clamorosa en la fiesta del 10 de febrero, fecha en la que expiraba la Declaración de Utilidad Pública del engendro aeroportuario de Nantes. Era el momento de celebrar una indiscutible victoria y disfrutar de algo que no sucede a menudo. Por supuesto, todo el mundo sabe que la lucha no ha terminado pues el Estado no va a quedarse parado y procurará reconquistar el terreno perdido en el futuro, amenazando con juicios pendientes, intentos de evacuación, maniobras divisorias y medidas de normalización. No obstante, las 1650 hectáreas de “bocage”, una especie de paisaje de setos vivos y cercas tradicional de tierras atlánticas, serán preservadas, y con ellas los bienes comunes, las nuevas formas de vida y las relaciones sociales fuera de la lógica de la mercancía establecidas entre sus habitantes. Los defensores zadistas se han conjurado a levantar barricadas cada vez que el Poder intente recobrar el territorio y a edificar un porvenir más libre en torno a una Zona Agrícola Alternativa.
El proyecto de aeropuerto es tan antiguo como la protesta que siempre le ha acompañado, pero ésta dio un salto cualitativo al dejar de lado los procedimientos legalistas y pasar a la ocupación creativa. En el verano de 2009 se popularizó el nombre de ZAD como Zona A Defender y a partir de entonces la represión contra los ocupas y habitantes se hizo sentir con fuerza, hasta culminar el 16 de octubre de 2012 en una “Operación César”, despliegue policial que fracasó estrepitosamente y multiplicó la solidaridad de la población con la resistencia. Contra viento y marea, los habitantes han sabido conciliar sus intereses, superar sus divergencias y presentar un frente unido contra todas las iniciativas anti ZAD de la multinacional VINCI, las fuerzas vivas locales, los jueces y las autoridades. Una comunidad de lucha se ha ido consolidando, apoyada por numerosos comités dispersos por toda la geografía francesa. De una u otra forma, a lo largo de los años, la solidaridad se ha mostrado decisiva en los momentos cruciales, ocasionando movilizaciones imponentes, y es esa persistencia la que ha obligado al Estado a retroceder. La ZAD ha ganado. La ocupación más extensa y duradera en Europa se ha salido con la suya.
La lucha contra el proyecto accede a un nuevo escenario: se trata ahora de conservar y ampliar el legado de la lucha, desarrollar infraestructuras alternativas, autogestionar de un territorio liberado. Lo fundamental es eso: mantener y reforzar los organismos de autogobierno, evitar las trampas institucionales y resistir las presiones de la economía de mercado. En resumidas cuentas, forjar vínculos, establecer lazos morales de compromiso, cooperación y apoyo mutuo. Lo que los sociólogos llaman tejido social. La lucha ha dejado de ser principalmente defensiva, para convertirse en una acción constructiva basada en relaciones no desarrollistas. Se ha hecho bastante (redes de apoyo, talleres, huertos colectivos, comedores, radio, semillas…) pero queda mucho por hacer.
También se trata de evitar que la ZAD degenere en un gueto marginal, o que perezca por culpa de sus contradicciones internas. Una “asamblea de usos” se formó en diciembre de 2017 para mediar en los conflictos internos derivados de prácticas contrapuestas. La misma asamblea ha confeccionado una lista de delegados que representan a los distintos componentes de la resistencia para reunirse con los emisarios del Estado. Los delegados no pueden tomar decisiones, sino que se han de limitar a exponer el mandato de la asamblea (un documento que consta de seis puntos). La asamblea es la que decide. Se pide, por ejemplo, la amnistía para los amenazados de expropiación o expulsión por defender el bocage, la permanencia sin trabas de los ocupantes instalados para participar en la lucha y la congelación de la compraventa de tierras durante tres años al menos, para evitar una privatización que iría contra la experiencia colectiva. Todo para labrarse un futuro sin aeropuerto desde una convivencia respetuosa con la diversidad de pareceres.
Los zadistas no se empeñan demasiado en negociar; saben que nadan contra la corriente y que lo que más les conviene es mantener el enemigo a distancia, aliviar la presión para plantear nuevas formas de convivencia sobre el terreno más sólidas. No ignoran que las movilizaciones no han acabado, que los problemas entre los ocupas siguen ahí, como por ejemplo, el asunto de la creación de una entidad legal que represente al movimiento; en fin, que el equilibrio interno es frágil y la determinación del enemigo, poderosa. En cambio, lo que nadie les podrá quitar ya es la demostración de que se puede hacer frente a condiciones adversas; de que se puede concentrar fuerzas suficientes para resistir y revertir el curso de las cosas; en definitiva, que no se pierde el tiempo luchando, y que a veces, incluso se sale ganando.
¡Viva el triunfo de la ZAD!
¡Por una sociedad libre y autogestionada!
Miguel Amorós, 23 de febrero de 2018.