La simplificación del conflicto Cataluña – España
Por Jordi Córdoba
Un ejemplo significativo, si nos referimos al punto de vista independentista, es la interpretación de la guerra de sucesión (1701-1715) como si fuera estrictamente un enfrentamiento bélico entre catalanes y españoles. Una lectura rigurosa de la historia nos cuenta una versión mucho más compleja: Partidarios de Felipe V, mayoritarios en la Corona de Castilla y minoritarios en la Corona de Aragón, con la ayuda del Reino de Francia y otros reinos y ducados menores, se enfrentaron con los seguidores del archiduque Carlos de Austria, mayoritarios en la Corona de Aragón y minoritarios en la Corona de Castilla, con la ayuda del Sacro Imperio Germánico, el Reino de Gran Bretaña y otros reinos y ducados menores, defendiendo dos líneas sucesorias a la Monarquía Hispánica. Ciertamente el 11 de septiembre de 1714 y la caída de Barcelona son un hecho histórico muy importante, aunque la guerra se prolongó hasta el mes de julio de 1715 con la ocupación de Mallorca, pero el Decreto de Nueva Planta y la perdida de los derechos forales o las constituciones de Aragón, Cataluña, Valencia, o Mallorca fue sólo un aspecto significativo, pero no exclusivo, de aquella larga y sangrienta guerra de gran repercusión en toda Europa.
Otro ejemplo es la guerra civil propiamente dicha (1936-1939). Hay quien pretende que fue un supuesto «Ejército Español» quien ocupó Cataluña entre 1938 y 1939. No hay duda de que hubo territorios, entre ellos el Principado catalán y también el País Valenciano, Euskadi, Asturias o Madrid, que frenaron el avance de fascismo durante buena parte de la guerra, pero no podemos olvidar que las fuerzas republicanas resistieron en Madrid hasta finales de marzo de 1939, dos meses después de la caída de Barcelona en manos de las tropas franquistas, y pocos días antes del final de la guerra, lo que pone claramente en entredicho cualquier versión interesada de un conflicto Cataluña-España.
A menudo se simplifica también la realidad, hablando de España como si fuera el único anti-democrático estado donde se niega el derecho de autodeterminación. Es cierto que Quebec en Canadá durante los años 1980 y 1995 y Escocia en el Reino Unido en 2014, pudieron realizar referendos para decidir una posible separación que no tuvo éxito. Pero no parece probable a corto ni medio plazo que otros territorios con gran sentimiento nacional como Córcega, Irlanda del Norte o Puerto Rico, por poner algunos ejemplos, tengan posibilidades de hacer una consulta de este tipo. Otra cosa bien diferente es la secesión de dos decenas de nuevos estados europeos de las antiguas URSS, Yugoslavia o Checoslovaquia, con un amplísimo apoyo de los países occidentales, en realidad una apuesta inequívoca para favorecer el hundimiento del bloque del Este Europeo (hipocresía)
También es una simplificación extrema afirmar que «España nos roba», en referencia a Cataluña, a pesar de tener su parte de «verdad» si nos referimos al estado estrictamente, y no a andaluces, castellanos o extremeños, como demasiado a menudo se hace. Pero la frase, además de injusta, se parece demasiado a la «Unión Europea nos roba», que cada día tiene más éxito entre los sectores nacionalistas xenófobos de los países ricos de la UE (Alemania, Países Bajos, Suecia…), sobre todo cuando cuestionan o rechazan las importantes ayudas a los estados menos desarrollados, entre ellos Bulgaria, Rumanía o Croacia.
Tampoco es demasiado riguroso plantear que la lengua catalana sólo podrá sobrevivir en una Cataluña independiente. Irlanda se separó del Reino Unido en 1922 y, después de casi un siglo de independencia, apenas un 5 % de sus habitantes hablan su lengua tradicional, el gaélico o irlandés. Y no parece demasiado razonable afirmar que la oficialidad exclusiva del catalán es la única garantía para el futuro del idioma, como si fuera muy prometedora la situación de la lengua en el independiente Principado de Andorra, ni podemos ignorar que el castellano es hoy en día la lengua habitual de más de la mitad de la población en Cataluña. Todo ello sin perjuicio de priorizar el catalán como primera lengua oficial, y de fomentar su uso en todos los ámbitos donde todavía es claramente minoritario (Administración de Justicia, aplicaciones informáticas, cine y video, entre otras)
Finalmente, y más allá de la simplificación fácil y cómoda, no podemos olvidar que hay muchas «Cataluñas» diferentes. Por un lado, la de tantos pueblos llenos de “esteladas” en sus balcones cualquier día del año. Por otro, la de pueblos o barrios donde apenas se ven unas pocas “señeras” en días tan destacados como la “diada nacional” del 11 de septiembre. Todo ello no quita legitimidad a la celebración de un referéndum sobre la posible independencia de Cataluña, con todas las garantías jurídicas, ya sea pactado con el estado, ya sea con el apoyo de la Unión Europea, y donde los que no estamos por la separación nos podamos reconocer también en este imprescindible ejercicio de democracia.