La política y el debate de las izquierdas en los duros tiempos de la «derrota de la izquierda»
Mal que nos pese, la verdad es que cuando estalló el 15-M las plazas estaban llenas de gente y las organizaciones revolucionarias vacías de militantes. El capitalismo había hecho un excelente trabajo ideológico y de adoctrinamiento en defensa de sus intereses y las mayorías sociales veían en la izquierda tradicional más a un enemigo que a un aliado. Desde entonces, tampoco es que haya cambiado mucho el escenario: las organizaciones revolucionarias siguen prácticamente vacías y el pueblo apunta su mirada hacia otras opciones de cambio, a izquierdas y derechas, que no pasan por esa vía.
Un pueblo, en el contexto de un régimen liberal-burgués que pone en juego la disputa de su gobierno mediante las elecciones, podrá avanzar hasta donde tal pueblo quiera y permita mediante tales elecciones, no más allá, salvo que se quiera hacer la revolución por la fuerza y no por las urnas (y no creo que se den las condiciones tampoco, precisamente). No es culpa de PODEMOS -o similares- que la izquierda haya sido derrotada. Es más, desde 1989 en adelante, la izquierda, la europea, trató de luchar, desde sus esquemas clásicos, contra esa negación de la lucha de clases que imponía la nueva ideología hegemónica y dominante, esa visión mayoritaria del «fin de la historia», en términos de Fukuyama, como el mito por excelencia del capitalismo, esas amplias mayorías que, efectivamente, vivían como si el fin de la historia hubiese llegado y ya no fuese posible ni las ideologías ni las alternativas al capitalismo. Lo intentó, lo intentó de múltiples maneras y los resultados fueron esos: organizaciones cada vez más vacías y con menos peso social, y el malestar de la calle desplazándose hacia otros escenarios y otras salidas.
No es culpa de PODEMOS y similares, pues, ese estado de hechos en el que hemos vivido durante las últimas décadas en Europa y, para nuestra desgracia, seguimos viviendo. Todo caso PODEMOS sería un resultado directo de ello, un nuevo actor político que nace de ello y que, como actor presente y del presente, pero hijo de la propia historia de la izquierda y de la evolución misma de nuestra sociedad vigente, incide sobre ello. Que su incidencia se dé hacia una reafirmación o hacia una superación de tales planteamientos ideológicamente contaminados por el capitalismo y su ideología de masas, tampoco será culpa de PODEMOS, sino de lo que el pueblo, en última instancia, quiera.
Por supuesto que, aunque no se compartan en su totalidad, son necesarias críticas duras y radicales contra los nuevos discursos «nacional-populistas» que emergen con fuerza entre una parte importante de la izquierda, así como también son necesarias visiones de la política como las que proponen, precisamente, esos partidos emergentes a los que, quieran o no quieran ellos, la amplia mayoría de la sociedad identifica como partidos de izquierdas; de hecho, como partidos de izquierda radical. Porque la historia es dialéctica y no se detiene en ningún momento dado y cerrado sobre sí mismo, sino que de la confrontación, en lo material y en la batalla de las ideas, vendrán sus avances o retrocesos ideológicos hacia un espacio u otro de pensamiento, hacia un espacio u otro de la política.
Desde luego, en cualquier caso, en una situación como la actual, con un sistema dominante que genera tanto dolor, tanta injusticia y tanto sufrimiento, siempre será mejor que las aguas políticas se revuelvan pidiendo cambios a que sean un remanso de paz (como prácticamente lo eran antes de la explosión del 15-M), aunque, claro, eso tiene el peligro de que, si la izquierda no es capaz de rentabilizar esa agitación a su favor y mover esa indignación hacia sus espacios ideológicos propios, se pueda ir también hacia el fascismo, en lugar de hacia un cambio de izquierdas revolucionario. Pero ese escenario no lo determina ni PODEMOS, ni nadie. Muchos actores políticos en juego, muchas batallas, muchas disputas ideológicas, y sobre todo mucha realidad. En Francia no ha existido un PODEMOS y ahí tenemos, tal vez precisamente por ello -y no como consecuencia posterior a ello-, al Frente Nacional.
Salir de donde estamos ahora mismo, de la situación de debilidad en la que nos encontramos las fuerzas populares, de este sistema injusto que tanto daño genera, no se hará por meros buenos deseos ni por muy buenas intenciones que tengamos, sino por tener la capacidad de generar conciencia de cambio en las mayorías sociales. Algo que, como nos ha enseñado la historia, se genera desde la propia evolución de las luchas y de las disputas ideológicas que seamos capaces de llevar a cabo, con sus victorias y sus fracasos, sus avances y sus retrocesos, sus proyectos que nacen y sus proyectos que mueren.
Para que Chávez ganara en Venezuela fue necesario que previamente hubiera el «caracazo», fue necesario que hubiera el alzamiento rebelde del 92, fue necesario que Chávez negara ser anticapitalista y fue necesario ganar unas elecciones a toda la derecha y sus diferentes ramificaciones. A partir de ahí, por supuesto, Chávez tenía lo que otros no tenemos: petroleo, autonomía monetaria, mayorías sociales que apoyaban sus cambios sin fisuras, un pueblo que lo trajo de vuelta cuando lo quisieron sacar del poder por la fuerza. Ojalá fuera tan sencillo repetir un esquema similar en nuestros estados como algunos quieren hacer creer, pero no lo es, sino todo lo contrario: es complicado, muy complicado. Vivimos en el mundo que vivimos, tenemos las sociedades que tenemos, y las limitaciones son muchas para llegar hasta una situación así. Al respecto conviene recordar alguna cosa sobre la propia Venezuela, para no perder de vista dónde el propio pueblo pone los límites de los procesos y lo complicado que resulta desbordar lo que se ha impuesto por el capitalismo durante las últimas décadas cuando se ha de hacer a través de las urnas: 1) que la economía de mercado sigue existiendo en Venezuela y el consumismo, como ideología social, está fuertemente arraigado entre amplios sectores sociales de aquel país, 2) que la única votación que perdió el chavismo fue una reforma constitucional con la que intentaba profundizar en el carácter socialista del proceso revolucionario. Todo ello pese a que, es evidente, en Venezuela están varios años luz por delante de la izquierda en Europa en lo que al tema de conciencia militante, organización revolucionaria, frentes de masas y demás elementos de la lucha por el cambio social se refiere.
Pero sí, en Europa debe ser de lo más sencillo, ahora mismo, hacer la revolución y proclamar las repúblicas socialistas-comunistas-anarquistas europeas en unos pocos meses o años, o, por marcar un objetivo más concreto y aparentemente más posible, convencer a un pueblo, que se niega de forma mayoritaria a ello, de que debe salir del euro y romper con la UE. Es todo tan sencillo en las cabezas de algunas personas que debo reconocer que me dan envidia sana, por su optimismo y por su facilidad para simplificarlo todo en esquemas «blanco-negro». Yo debo ser demasiado pesimista y lo veo todo tan difícil, tan complicado, tan jodido, veo la relación de fuerzas tan desigual, veo al pueblo tan sometido a los valores del capitalismo y su modo de vida inherente, tan alejado de ser siquiera receptivo a escucharnos, que, en fin, lo veo negro. Aunque, obviamente, no por ello desanimo ni dejo de luchar.
Sigamos, pues, peleando, debatiendo, ilusionándonos, frustrándonos, ganando algunos espacios y perdiendo en otros muchos, sigamos agitando el avispero y que la propia historia diga cómo, cuándo y dónde están los límites de nuestras luchas. De momento, esto es lo que hay. La derrota de la vieja izquierda es un hecho. Mañana ya veremos. No nos miremos entre nosotros mismos como enemigos porque el enemigo es el sistema. Es necesario que confrontemos nuestras ideas y nos cuestionemos unos a otros, pero si no entendemos que solo con la política, puesta a disposición de la historia y entendiendo sus propios límites en un determinado momento, podremos lograr revertir el «sentido común de época» hacia escenarios que nos sean más favorables, no hemos entendido nada de nuestra propia historia.
Y perdón por adelantado a quienes crean que estos no son más que falsos debates y que de lo único que se puede/debe hablar es de cómo salir del euro, de cómo salir de la UE, de cómo salir la OTAN y nada más que de eso. Os lo aseguro, estoy en vuestro mismo bando. Pero creo que para poder llegar a ello algún día, lo primero es reflexionar sobre esto. Porque debe ser la izquierda la que se acerque a la gente, no será la gente, por sí misma, la que se acerque a la izquierda si la izquierda antes no ha sido capaz de repensarse a sí misma. Creo que es un hecho. Y podemos obviarlo, ignorarlo o negarlo todo lo que queramos y más, pero, al despertar, y bien sabemos que despertamos, antes o después, a base de palos y de profundización en el conflicto social, la realidad, la jodida realidad, seguirá ahí.