La fiesta continúa
“La fiesta continúa”
En el terreno del divertimiento, «la fiesta» suele continuar en tanto sigue sonando la «música». Por lo que, si se pretende que no decaiga, la «orquesta» no debe dar muestras de que se ha agotado el repertorio. Esto puede ser aplicable al panorama social, pero fundamentalmente al económico y al político.
Si se habla del capitalismo, hay que señalar que su actividad consiste en conservar e incentivar su particular sentido de la fiesta; a tal fin, al objeto de vender, se reinventa cada día utilizando soportes tecnológicos de cualquier signo.
Hablando de política, su dedicación pasa por echar mano del populismo e ilusionar al pueblo para entretenerle fundamentalmente con bagatelas. Uno y otra se esmeran en prolongar la fiesta, ya que alargando su duración aumentará la rentabilidad para los promotores del «espectáculo». La fiesta tiene como finalidad promover el simple entretenimiento, a ser posible animoso, puesto que si se le habla al auditorio de cosas tristes, como crisis o recesión, se frena el optimismo de los consumidores y el negocio languidece. Basta con decir políticamente que«todo va bien«, para que el consumo se dispare, con resultados positivos en los balances de las empresas capitalistas y en las cuentas de los recaudadores. Así es que capitalismo y política están obligados a promover el optimismo de la ciudadanía, con la finalidad de recoger beneficios, satisfaciendo el espíritu verbenero de una parte de la ciudadanía.
Hace ya algún tiempo, decía el señor Ernest, algo así como que París era una fiesta; debía ser para él y sus próximos. Hoy, acogidos a los nuevos aires que aporta el progreso tecnológico, la fiesta se ha hecho extensiva a muchos más, aunque no se dediquen a las artes como en aquel caso, solo basta con que residan en una de las llamadas sociedades avanzadas. El ambiente festivo se ha incrementado cuantitativamente minorando la parte laboral de la existencia, al punto que de una manera o de otra casi todos aspiran a disfrutarlo al por mayor, hasta el extremo de que, para muchos, los días laborables de la semana han pasado de siete a cuatro -y si se afina a tres y medio-, complementado este panorama, diseñado para hacer llevadero el peso del trabajo cotidiano, con puentes, viaductos y autopistas elevadas. En este ambiente seductor, la cuestión es, ¿quién corre con los gastos de la fiesta?. Porque no se puede ignorar que la fiesta tiene un coste para los asistentes.
Se decía, que políticos y capitalistas se encargan de dirigir la orquesta de música, con lo que nos ofrecen un ambiente de espectacularidad permanente, en apariencia a coste cero. Incluso se le ha llegado a acompañar de un taza de «café para todos». Lo hacen con tanto estilo que cualquiera se puede apuntar al carrusel.
Los capitalistas, la mayoría debidamente preparados, calificados con un sobresaliente en publicidad, operan sirviendo café a la clientela, acompañado de algo para mojar. Se trata de mostrarse espléndidos en las formas. Aunque al final te pasan la factura. No obstante, su método festivo, visto desde el plano contable, que es el que interesa al consumidor, tiene sus ventajas porque, cada uno paga lo suyo, incluido el coste de la invitación. Si repercute en la comunidad es debido a que los precios aumentan a medida que lo hace la demanda.
No sucede lo mismo en el campo de la política. Allí suele imponerse la tacañería, porque se te ofrece café sin acompañamiento, quizás obligada por la necesidad de administrar razonablemente el dinero de los demás. Aunque, al menos, no te lo cobra en el momento de servirlo. Hay que aclarar que su disposición obedece a que, si los que manejan el sistema desde la sombra -los amos del dinero-, en su condición de auténticos directores del espectáculo, dirigido a captar la atención en el ferial, se muestran espléndidos sirviendo tazas de café con algo más, los que lo gobiernan no pueden quedarse atrás. De ahí lo del café, aunque, para algunos, sea en taza corta, aguado y sin nada para mojar.
Puesto que ya se sabe lo que hay, dejemos a las empresas con la publicidad de sus artículos y sus cosas, para hablar de simple propaganda.
La política de actualidad, es decir, la definida como «populista«, sea de uno u otro signo, tiene que embarcarse en sonoras empresas para captar la atención del auditorio. Por eso contribuye al espectáculo capitalista, aunque luego se meta en un atolladero. De momento la cosa marcha, porque así se ganan votos, el negocio de los que manejan el cotarro se incrementa y crece la satisfacción ciudadana. Más tarde, ya se verá.
Siguiendo con el ambiente festivo y ya en el terreno de los incrementos salariales, que suele ser lo que más llama la atención de los gobernados, se pueden citar algunos de los numerosos ejemplos actuales de propaganda. Subida única de las pensiones -el consabido cero y casi nada-, atemperada luego por el reclamo de la justicia social para apagar clamores; es decir, a unos más y a otros igual. En cuanto a los beneficiados, el incremento les va a resolver la vida, porque rondará los 10 € al mes, con lo que ya podrán tomar otro café añadido para aliviar los efectos del ayuno forzado por la necesidad; los otros, basta con que se sientan eufóricos por el efecto subida y el reconfortante sorbo de café con el que han sido obsequiados. Hablando de personal en activo, en este caso el café se sirve en taza grande, pero para ser degustado a sorbos, o sea, a largo plazo, con la finalidad de que se estire un poco más. Acabemos con el mileurismo, se dice, porque a mayores salarios mayores rentas para comprar, lo que quiere decir que luego todo retornará a los bolsillos de las empresas y al recaudador. Sucede otro tanto con el salario mínimo, hay que subirlo al objeto de mejorar la calidad de vida de los pequeños consumidores, contribuir al sostenimiento del erario público e incrementar los dividendos de las empresas capitalistas; todo porque los beneficiados dispondrán también de más dinero para gastar. Claman los mandatarios, aumentemos el sueldo estudiantil con la finalidad de garantizar la igualdad de oportunidades para que todos se dediquen al estudio; de esta manera fomentaremos un paro de calidad y de mayor nivel intelectual. Establezcamos la renta básica, con el objetivo de que el mundo vea el alto grado de desarrollo al que hemos llegado en la tarea de garantizar el bienestar social; sin olvidar que de esta manera los desfavorecidos se sienten obligados con el benefactor y por eso no organizarán demasiados jaleos. Podrían citarse muchos detalles más que ayudarían a ilustrar sobre la propaganda política, empujada por la necesidad derivada de la democracia representativa, pero vamos a dejarlo ahí, porque el que quiera entender ya puede ir entendiendo.
Acompañados de este ambiente de ficción, en el que los sueldos suben, resulta que los precios bajan -tal vez porque se diseñan en los pisos superiores y se hacen efectivos en un nivel más bajo, es decir, en la caja del establecimiento-, animados por los malabarismos empresariales, si esto fuera así en el terreno de la realidad, tal y como proclama la publicidad, resultaría que los que se quejan por sentirse afectados de penuria no tendrían razón. Y no la tendrían, porque si, según los gobernantes, los sueldos suben, para poder gastar más, y luego resulta que, según la publicidad, los precios bajan, el panorama es maravilloso y la fiesta está desbordando todas las previsiones. Para mayor verosimilitud de la situación de bonanza reinante, semejante tesis la ratifican los expertos. Claro que lo que diga quien depende en sus informes de un pagador hay que ponerlo en cuarentena. Lo que parece claro es que todo va viento en popa y hay que participar en la fiesta por decreto.
Existe otra realidad paralela flotando. Pese a los nubarrones negros en el horizonte -que dicen que no nos afectan porque se mueven por otras latitudes-, los créditos para gastar aumentan, se venden viviendas, hablan de burbuja en los alquileres, suben los precios en general, la inflación repunta, el consumismo se expande, el personal en general se endeuda, … Todo marcha a velocidad de crucero. Sin embargo ahí está, «animado» por esa recuperación, de la que hablan la propaganda y la publicidad, el ejemplo del Ibex 35 que sigue flotando, pero sintiéndose morir de puro aburrimiento en los últimos tiempos, pese a los vientos favorables que han soplado en el Dow Jones. Algo parece no estar claro en el plano de la realidad, si es que sigue siendo válida la tesis de que la Bolsa es el reflejo de la economía local. Pero no se debe pensar en términos derrotistas, seguramente aparecerá una palanca que lo levante y algún colchón que más tarde amortigüe la caída.
Inmersos en un panorama idílico de ventas a lo grande, de la política del todo va bien, ante la duda, hay que volver al inicio. ¿Quien pagará la fiesta?. Siempre estarán para ayudar a la hora de pasar factura la subida de impuestos y la creación de otros, seguramente más ingeniosos, tal como el que acabará gravando el aire que se respira, porque es propiedad del Estado, o por pisar las calles, que son de los Municipios, o simplemente por mirar el espectáculo, que es público, desde las ventanas del habitáculo de cada uno. Otra opción sería practicar la táctica del avestruz y seguir echando mano de la Deuda. Si su coste ahora se establece oficialmente en alrededor del billón -minucia millonaria arriba o minucia millonaria abajo-, la bola de nieve aumenta y aumentará todavía más. Al final estará el muro insalvable que la cerrará el paso. Para entonces, las genialidades políticas para ganar votos no servirán, una vez arrolladas por la realidad, y sus representantes de hoy ya habrán desaparecido de la escena. Los de por entonces se encontrarán con que hay que pagar el coste de la fiesta permanente, porque ya no se admitirán prórrogas. Mientras ese hipotético tiempo llega, el ciudadano de ahora se consuela en su ingenuidad aparente pensando que sus hijos, nietos, bisnietos y tataranietos se ocuparán de aliviar tan pesada carga. Al final podría resultar que el café, que hoy se sirve aparentemente gratis para todos, estaba «envenenado» y además, desdiciendo lo que pregona la propaganda, no era gratis, sino que había que pagarlo, incluso a precio de establecimiento de lujo.
Antonio Lorca Siero
Abril de 2018.