Juntos somos fuertes. Juntos nos cuidamos
El pasado 24 de marzo, desde Solidaridad Obrera organizamos un acto en la librería madrileña Traficantes de Sueños. Lo titulamos “Sindicalismo combativo y sindicalismo social”. Invitamos a gentes de CNT, CGT, la Plataforma de Afectados por la Hipoteca de Madrid Centro y Baladre. El tono y la motivación del acto estaban claros: tender puentes, construir espacios de articulación entre el sindicalismo de base y entre este y los movimientos sociales más combativos, como el de la vivienda o el de los parados. Lo cierto es que el acto salió extremadamente bien para haberse organizado un sábado por la mañana en un fin de semana que, para mucha gente, era la puerta de entrada para las vacaciones de semana santa. El local se llenó, pero, lo que fue aún más importante, el debate fue enormemente interesante y fluido y mucha gente propuso que siguiéramos con este tipo de iniciativas.
El éxito de este acto demuestra que ha llegado el momento de plantearnos avanzar en la constitución de un movimiento de movimientos articulado y coherente. Desde las perspectivas de la construcción de base y la democracia directa, de la auto-organización popular, del empoderamiento de la clase trabajadora en todos los ámbitos de su vida en sociedad (desde el trabajo, a la vivienda; desde las relaciones de género, al equilibrio con el medio natural); es la hora de que el movimiento obrero combativo de la península ibérica salga de su crisálida y apueste decididamente por la generación de una alternativa de masas, plural, global e internacionalista. Por un sindicalismo unido, reconstruido y que abarque también las luchas de base y se articule con los movimientos sociales.
Las condiciones objetivas están dadas: la situación de empobrecimiento de amplios sectores sociales, la emergencia de nuevas resistencias expresadas en los movimientos por la vivienda o en la contestación cada vez más amplia a la represión. En el marco de una crisis civilizacional no resuelta del capitalismo global, en el escenario de un régimen político español en acelerada pérdida de legitimidad, y ante el avance las tendencias autoritarias y proto fascistas en España y en toda Europa, la contestación ante el proceso de precarización y fragmentación de la clase trabajadora se hace cada vez más necesaria.
La ruptura de las barreras entre los procesos de precarización paralelos al interior y al exterior de los centros de trabajo permite ahora desplegar un nuevo discurso global antisistémico, romper con la parcialidad de las luchas impuesta por la forma de gobernanza neoliberal ligada a la sociedad de consumo, que aun podía acallar a determinados sectores o aislar determinadas experiencias de empobrecimiento mediante el uso del gasto público, la fantasmagoría institucional o de una represión selectiva altamente legitimada. Cada vez es más evidente que la guerra en que consiste la crisis se despliega en todos los frentes y abarca a todos los sectores sociales, pone en cuestión la totalidad de la civilización capitalista, desde la vida cotidiana en los barrios a los derechos laborales, desde las libertades civiles a la reproducción de la vida y el medio natural.
El Capital trata de conjurar esa nueva experiencia de totalidad de las clases trabajadoras, mediante la exacerbación de formas de fragmentación extremas que pretenden, no ya aislar, sino enfrentar a unos trabajadores con otros: los discursos contra los inmigrantes, el neomachismo, la demagogia contra los trabajadores públicos, el enfrentamiento intergeneracional, son las nuevas formas en que el Capital trata de reconstruir la intensa fragmentación de la experiencia subjetiva obrera de la etapa anterior, pero esta vez mediante una violencia y una represión cada vez más generalizadas, menos sobre la base del consumo y más desde la intimidación y la apertura de los abismos caóticos de la emergencia de la nueva ultraderecha.
La contestación, pues, va a ser una necesidad perentoria. El sistema no se va a volver a estabilizar. Menos aún desde la puesta en práctica de las recetas del keynesianismo verbal combinado con el neoliberalismo extremo en lo real de la derecha populista. La clase trabajadora va a tener que intentarlo todo para salir del caos del capitalismo senil. Ya lo está haciendo. El feroz péndulo que parece marcar la situación política global (desde la esperanza en la nueva socialdemocracia posmoderna de Syriza hasta el avance de la ultraderecha en Italia y Francia) demuestra que la clase obrera busca una salida, pero aún no sabe cuál, así que bascula aceleradamente entre todas las ofertas que le hacen sin que ninguna le dé la solución. Que la única solución es la autoorganización y la superación del capitalismo histórico en dirección a un socialismo de nuevo cuño, autogestionario y asambleario, sólo lo aprenderá desde la práctica de la confluencia de las luchas. Desde la práctica del conflicto social autoorganizado por la clase.
Las condiciones subjetivas para la articulación del movimiento de movimientos están en cuestión. Quizás aún no estén maduras, pero ya están cuestión. Se pueden debatir, se pueden prefigurar, se pueden inventar, se puede experimentar. Quizá sea prematuro hablar de la reunificación orgánica del sindicalismo revolucionario ibérico, quizás aún no podamos plantearnos una sigla única para el conjunto de los movimientos sociales de base. Quizás existan demasiados resquemores todavía, una experiencia práctica plagada de contradicciones, conflictos y personalismos, una trama histórica que, como decía Marx del pensamiento de las generaciones muertas, pese como una losa sobre las mentes de los vivos.
Pero lo cierto es que es cada vez más evidente que ya se puede plantear el debate y abrir espacios para la experimentación. Dan prueba de ello los ámbitos unitarios del sindicalismo como el Bloque Combativo y de Clase, o las fuertes oleadas de lucha que nos han arrastrado a todos y todas en los últimos tiempos más allá del patriotismo de organización como el 15M o la lucha por las pensiones. Estamos cada vez más acostumbrados a trabajar juntos y a compartir espacios. Hay cada vez más interés por actos y debates como el del 24 de marzo, del que hablamos al principio de este artículo. La confluencia entre determinados sectores es cada vez más un asunto de hecho, de práctica real, y menos una consigna biempensante que se defiende de palabra y se boicotea en lo cotidiano. Aunque todavía hay mucha gente que la boicotea. Y, además, cada vez hay más voluntad de trascender y superar el mundo cerrado de las siglas, las tradiciones políticas dogmáticas y las camarillas sectarias.
Para avanzar en este camino se pueden y se deben hacer propuestas. Ponerse manos a la obra. Partir de lo que hay para transformarlo. Ahí van algunas ideas a debatir:
1-Hay que crear espacios como el del 24 de marzo. Es algo que se dijo en la misma charla por parte de los asistentes. Espacios donde se pueda debatir sin la urgencia ni las tensiones de lo orgánico o de la actualidad política, entendida como espacio de actuación de las organizaciones. Lugares donde podamos hablar sin restricciones sobre lo que queremos y por qué hacemos lo que hacemos.
Se trata de hacer jugar lo que Paulo Freire llamaba la “dialogicidad”, ese diálogo entre iguales, basado en la apertura y el compañerismo, que permite aprender y crear grupo. Un diálogo que no tiene como objetivo enfrentar líneas políticas por la hegemonía en los movimientos sino encontrar soluciones compartidas. Aprender de todos y hablar todos, pero todos los que queremos trabajar juntos, no todo el mundo. Algo que no puede hacerse en la asamblea de una plataforma conformada por una sopa de siglas y que necesita de un espacio y un tiempo específicos.
2.- Para ello debemos debatir de manera que superemos por la acción y la palabra nuestras tradicionales referencias cerradas. No se trata de crear una nueva doctrina que deba imponerse a los distintos movimientos y sindicatos sino de dar la palabra a todos ellos y encontrar los ámbitos de confluencia. Para ello debemos jugar con la pluralidad y partir del hecho de que no todos pensamos lo mismo de todo. El debate tiene que estar basado en la honestidad (están ahí los que quieren estar ahí, y nadie está ahí para boicotear el espacio adrede), pero también en la superación del dogmatismo. Por encima de las palabras y la ideología están las prácticas y el hecho de encontrarnos hombro con hombro en la lucha y luchar de unas determinadas maneras. No se trata de la “unión del anarquismo”, sino de construir algo nuevo, vivo y fuerte que cumpla la misma función social para la clase trabajadora que tuvo el anarcosindicalismo en los inicios del siglo XX. Una responsabilidad y una oportunidad a la que los anarcosindicalistas de hoy en día no pueden renunciar.
3.-El movimiento de movimientos tiene que ser salvajemente autónomo e independiente. Lejos de construir correas de transmisión para partidos políticos o para plataformas institucionales, el espacio a construir es el de la articulación de los movimientos de base. Y ese espacio, nos lo dice la experiencia histórica, sólo puede conformarse de manera efectiva desde la independencia discursiva y orgánica. Generando sus propios espacios, sus propios mitos, su propia militancia, su propia estrategia y sus vínculos propios con la lucha de clases. No se trata tanto de alejar a los militantes de los partidos institucionales como de construir lo propio con las propias fuerzas y abrir el espacio para una apuesta estratégica autónoma, no subordinada a los intereses de parlamentarios e instituciones dela sociedad burguesa (ya sean partidos, ayuntamientos o medios de comunicación mainstream).
4.- Juntos somos fuertes. Juntos nos cuidamos. Para estar juntos no debemos descuidar la ternura necesaria. La tolerancia, la capacidad de convivir, de querer hablarnos y querernos se cuida con los actos cotidianos. Ya hemos tenido demasiada política tóxica. En la lucha de clases hay un enemigo, pero, con muchos menos recursos que él, sólo podremos vencerle si estamos juntos. Y para estar juntos debemos querer estar juntos. Disfrutar de estar juntos. Frente al supuesto maquivelismo estéril de las camarillas y los partidos, afirmemos el cuidado mutuo de los sujetos sometidos. La solidaridad, el compañerismo, el respeto. Algo mucho más práctico que las grandes palabras de las morales dogmáticas. Aprendamos del feminismo, que viene cada vez más fuerte.
En estos momentos de crisis y de deriva autoritaria es bastante cierto que “negras tormentas agitan los aires”, que todo nuestro mundo amenaza con derrumbarse. La agitación y las mutaciones de un mundo carcomido por el neoliberalismo no van a detenerse. La intervención creciente de la derecha populista augura nuevas tensiones y derivas caóticas. El régimen español, en el centro de la tormenta, cruje por todos sus costados y enfrenta su creciente deslegitimación con una represión audaz que amenaza con una involución social que pagarán duramente las clases populares.
Esta situación nos interpela. Interpela a los trabajadores y trabajadoras, y aún más a las y los que luchan por cambiar el mundo. Interpela directamente a todos aquellos que quieren construir una alternativa.
Toda alternativa posible pasa por la solidaridad, la unidad, el cuidado mutuo de los trabajadores y su organización creciente. Es la hora de plantar las semillas para que brote pronto, de nuevo, fuerte y majestuoso, el árbol de la disconformidad y la resistencia. El árbol centenario de la revolución social.
José Luis Carretero Miramar