El pueblo rebelde
Por Juan José Colomer Grau
Decía Albert Camus que el hombre rebelde es el hombre que dice no. En este decir no el hombre rebelde establece un antes y un después, en donde el antes sería la tolerancia silenciosa del abuso, mientras que el después sería el fin de esa tolerancia y la demanda de condiciones que impidan el abuso. “Así, el movimiento de rebeldía se apoya, al mismo tiempo, en la negación categórica de una intrusión juzgada intolerable y en la certeza confusa de un derecho justo” (El hombre rebelde. Alianza Editorial).
Al mismo tiempo que niega el hombre rebelde realiza una afirmación y no es casualidad que esa afirmación tenga que ver con el derecho. Según estos parámetros, el pueblo griego, con un 61,31 % que ha votado por el no, se ha declarado en rebeldía, ya que ha dicho no a una situación que juzgan intolerable y al mismo tiempo reivindican el derecho a una vida digna, una vida que años de recortes les estaba arrebatando.
Ahora bien, declararse en rebeldía tiene sus costes. Quién disfrutaba de privilegios en el antes del “no” no va a ceder con los nuevos derechos tan fácilmente. Ya tras la convocatoria del referéndum las reacciones no se hicieron esperar y apelaron al miedo a la quiebra. Pero, ¿cómo se puede tener miedo a la quiebra si ya se está en una situación de quiebra? Declararse en rebeldía supone perder el miedo a las reacciones de los privilegiados en la situación de abuso. Después del “no” no han faltado voceros del establishment que han afirmado con rotundidad que el pueblo griego se ha suicidado.
Hay que recordar que en el suicidio no hay esperanza. Pero el “no” griego está lejos de estar falto de esperanza, antes al contrario, el “no” se abre a la esperanza. Se abre en un primer momento a la esperanza democrática, a la esperanza de que los pueblos por fin tienen algo que decir a la deriva neoliberal que culminó con la crisis y en la búsqueda de soluciones a ésta vía rescates draconianos y precarización del mundo del trabajo. El pueblo toma la palabra y dice no las soluciones hasta ahora experimentadas.
El hecho de que la rebeldía se haya expresado mediante las “sagradas” urnas sitúa en una posición incómoda a los partidarios de reincidir en la austeridad en la medida en que la unión europea, la unión monetaria, se hizo bajo el paraguas discursivo de la democracia. Pero una cosa es utilizar el discurso democrático y otra es realizarlo; y en este sentido la realidad de la Europa común es que se ha ido construyendo a espaldas de los pueblos y en favor de los poderes financieros. En definitiva, el discurso democrático de la UE es un discurso lleno de agujeros. De ahí que la rebeldía del pueblo griego adquiera su verdadero valor, ya que el discurso se ha realizado en las urnas, es decir, el discurso democrático se ha hecho real y ha ido más allá de las palabras.
Sin embargo, esta rebelión en las urnas que ha hecho surgir todas las hipocresías del discurso europeísta oficial, no es suficiente. Al fin y al cabo el referéndum se está utilizando como carta para negociar y hay que ser conscientes de que por el momento no se le puede pedir más al gobierno de Tsipras. Para superar esta insuficiencia la rebeldía griega ha de hacerse extensiva a los pueblos de Europa. De lo contrario seguiremos asistiendo al chantaje (o haces lo que te digo o te vas de aquí), muchas veces rayano en la bravuconería, que sigue persistiendo como forma de condicionar las negociaciones. En definitiva, la rebeldía del pueblo griego ha puesto de manifiesto el conflicto existente entre los intereses financieros y democracia. Ha desenmascarado a aquellos que se parapetan en el discurso democrático para después favorecer intereses que están fuera de todo control democrático. Sin embrago, esto puede ser un comienzo o puede ser un final, lo cual dependerá de si dejamos al pueblo griego solo contra la troika o nos unimos a la rebelión, a la rebelión democrática de los pueblos contra la austeridad.