Cuba. Pensamiento Críptico
El pensamiento crítico nace de las contradicciones sociales y culturales inherentes a la Modernidad.
En una Latinoamérica lastrada por el fardo de la exclusión y oligarquización coloniales, la recuperación democrática puso un freno parcial al predominio de las élites sobre la ciudadanía. Pero las luchas ligadas a la condición de clase y el modelo neoliberal enmarcan estos avances y retrocesos democráticos. De ahí que disímiles pensamientos críticos —socialistas, libertarios, ambientalistas, feministas, etc — sean hoy, junto a la mejor tradición republicana y liberal, insustituibles para repensar y transformar nuestra realidad.
El pensamiento crítico no puede ser un cliché, estirable y pegajoso cual goma de mascar. Presupone la libertad de cátedra, investigación y difusión; no el control ideológico, escolar y editorial consagrado en Cuba y emulado en Venezuela. Necesita el reconocimiento del pluralismo; no partidos únicos o hegemónicos que impidan la constitución política de la diversidad social. Aboga por la autorganización y derechos de los trabajadores; no enmascara su explotación en manos de patrones estatales o privados. Nace de intelectuales y activistas opuestos a los modos de dominación, enajenación y explotación — en cuyo marco producen saberes y prácticas nuevas —; no de propagandistas que aniquilen en los jóvenes el interés por estudiar y aplicar lo valioso del marxismo.
En un país donde las contradicciones oficialmente reconocidas remiten al pasado prerrevolucionario, donde estudiantes y docentes son separados de la universidad por no alabar al presidente difunto o por enseñar sin apego al dogma; donde los agentes concretos de la dominación — alta burocracia, policía política, hijos de papá neoburgueses — están invisibles en los papers, cursos y congresos de ciencias sociales; donde la internet sufre los filtros de vigilancia, censura y tarifa impuestos por el monopolio estatal… es posible hablar, desde arriba, de un pensamiento crítico?
Paradójicamente, un pensamiento crítico existe en la isla. Socialista y libertario, sobrevive en pensadores, foros y grupos alternativos dentro de una esfera pública fragmentada y precaria. Alejado de la toma de decisión y del consumo de masas. Vigilado y castigado por ese mismo aparato que hoy cita a Orwell mientras materializa sus pesadillas.
Eso que los aparatos ideológicos del Estado cubano llaman pensamiento crítico tiene más qué ver con Stalin y Konstantinov que con Bahro y Marcuse. Es un fetiche para el culto, el adoctrinamiento y la propaganda, en lugar de una reflexión autónoma, pensada desde la realidad y para los de abajo. Es críptico en vez de crítico. Toda una ofensa para Carlos Marx.