Brasil. Sodoma, Gomorra y el nuevo Messias
La propaganda fascista ataca más a espectros que a opositores.
Theodor W. Adorno (1)
El candidato ultraderechista a la Presidencia de Brasil, Jair Bolsonaro, obtuvo el pasado domingo un imponente 46,03% de los votos, superando a Fernando Haddad, el heredero del expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, que se quedó en el 29,28%. Ambos irán a un balotaje el 28 de octubre, en lo que será sin lugar a dudas una bisagra en el contexto político latinoamericano de los próximos años. Ante un panorama hostil, es necesario más que nunca reflexionar, por eso Fernando Hadad, secretario general de la CTA Autónoma seccional Santa Fe nos invita a detenerse a pensar como se ha llegado hasta acá y que nos depara la elección del próximo presidente del país vecino.
Angustia, preocupación y miedo. Estos son los sentimientos que hoy transitan las calles de Brasil que hasta hace pocos meses eran el cauce natural de la alegría del carnaval carioca.
Jair Bolsonaro del Partido Social Liberal, es el candidato a la presidencia de Brasil con más chances de ganar el 28 de octubre en la segunda vuelta. A diferencia de Fernando Haddad del Partido de los Trabajadores, el otro presidenciable con posibilidades de ganar, no lo acompaña una dialéctica moderada con expresiones de unidad nacional. Por el contrario, con temple militar, alardea a viva voz un mensaje inhumano, sin compasión ni empatía alguna. Para la fracción del electorado que parece simpatizar con la ola fascista que recorre el mundo, esa parece ser su fortaleza. Así es como debe anunciarse el candidato de la nueva era.
Ávido de protagonismo, busca desesperadamente las cámaras de televisión para mostrar la magnífica carga de odio y resentimiento que tiene para ofrecer en Brasil, en especial para las minorías de todo tipo que prentenden continuar avanzando en derechos. El suyo será un liderazgo para las mayorías, “las minorías deberán doblegarse, adaptarse a las mayorías o desaparecer”. Se exhibe sin pudor como alguien violento, xenófobo, racista, homofóbico y misógino. Reivindica a la última dictadura militar de Brasil, y a “la memoria del Comandante Carlos Alberto Ustra, el pavor de Dilma Rousseff”. Carlos Ustra actuó en el DOI-CODI, el centro de operaciones donde fue detenida y brutalmente torturada la ex-presidenta, y se convirtió en la imagen de la represión por ser el primer oficial brasileño condenado formalmente en un proceso judicial por secuestro y torturas durante la dictadura militar. El mensaje es un golpe directo a la memoria de los asesinados y desaparecidos por las dictaduras del continente. Con infinita sed de revancha se empecina además en violentar el espíritu de quienes fueron torturados, sobrevivieron y conservan su militancia. “Él y el pueblo brasileño son favorables a la tortura”,
Jair Bolsonaro, sin inmutarse, es capaz de pronunciar en vivo frente a las cámaras de cadenas informativas de todo el mundo, frases que a otros políticos, aún en el contexto de una conversación privada, les significaría el fin de su carrera política ¿De dónde proviene semejante impunidad? ¿Quién o quienes lo avalan? Estados Unidos y sus principales aliados, la CIA, el sector financiero, la burguesía brasileña, la influyente Iglesia católica y la poderosa Iglesia Universal del Reino de Dios, tal vez tengan algo que decir.
La campaña política de Bolsonaro se centra en ganar el voto de los millones de votantes que, cansados de poner sus muertos para las estadísticas de la inseguridad, y asqueados de la política tradicional, se sienten -sin razonarlo demasiado-, representados en esas expresiones bestiales ajenas al establishment político. Su discurso representa una estética que se contrapone de manera visceral a la política clientelar, corrupta e hipócrita. Para esta sociedad religiosa -el 85% de los habitantes profesa alguna religión, y manifiestamente agobiada, su eslogan de campaña se encuentra claramente dirigido a ellos, es decir a nacionalistas y religiosos: “Brasil por encima de todo, Dios por encima de todos”.
En un acto liberador, este Messias -tal el segundo nombre de Bolsonaro- decide potenciar primero y encarnar después el sentimiento de culpa -tan propenso en los católicos- e impotencia que remuerden a millones de brasileros por pensar distinto, por considerarse a sí mismos “la mayoría” silenciosa y proscripta que añora en soledad al viejo orden. Bajo esta perspectiva los exabruptos no son más que una forma de in-corrección política tolerable. Brutal, pero también novedosa. No es ni de cerca lo que muchos -no sabemos si la mayoría- quieren escuchar, sin embargo es lo que se necesita decir para transmitir la convicción y el liderazgo necesarios para los cambios que se avecinan. Para los partidarios de la ins/restauración del nuevo/viejo orden, la familia, la religión y las tradiciones están en peligro. El avance de la izquierda pobló las calles, los hogares y las escuelas de temibles espectros que convirtieron a nuestra sociedad en Sodoma y Gomorra, una gigantesca orgía cultural con abortistas, negros, indios, homosexuales, comunistas, ateos, apóstatas, delincuentes y garantistas.
En su feroz liderazgo asume la representación total y sin matices del odio que aquellos sienten frente a las permanentes denuncias de corrupción -sin importar si son verdaderas o no- que los medios de comunicación y las redes sociales replican día y noche. Mientras tanto las iglesias hacen su trabajo en el territorio, ocupándose de fogonear las mismas denuncias en las mentes de sus apolíticos fieles.
Es tiempo de que alguien con vocación de ángel exterminador devuelva “para gloria de Dios” el orden divino. ¿Y quien podría estar mejor preparado para esta enorme tarea que Jair Messias Bolsonaro? Mucho más parecido, claro está, al Dios de azufre y fuego del Antiguo Testamento que al Cristo piadoso del Nuevo.
(1) “Ensayos sobre la propaganda fascista”, Theodor Adorno.
- Fernando Hadad, secretario general de la CTA Autónoma seccional Santa Fe.
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