¡Ay, Vargas Llosa!
Por José Luis MerinoEn 2010 le cedieron a Mario Vargas Llosa el Premio Nobel de Literatura. Su discurso en la Academia Sueca lo inició con una emotiva denuncia del incumplimiento de la emancipación de los indígenas, asignatura pendiente en toda América Latina, pues al independizarse de España, quienes asumieron el poder en las antiguas colonias, en vez de redimir al indio y hacerle justicia por los pasados agravios, siguieron explotándolo con tanta codicia-usura-ferocidad como los conquistadores, y, en algunos países, diezmándolo y exterminándolo.
A partir de esas honorables palabras, Vargas Llosa anduvo errado-remiso-espeso en lo tocante a la poesía. Cuando hizo mención al futuro de América Latina eligió un trivial e insignificante verso de su compatriota César Vallejo: “Hay, hermanos, muchísimo que hacer”. Puesto que se trata del mayor poeta de esa misma América, y dado el clima de emotividad de su discurso –lloraron él, su familia y amigos que lo acompañaban–, hubiera sido más oportuno recordar aquel dulce pasaje del libro “Poemas humanos”, donde César Vallejo habla, desde París, con añorante ternura: “Fue domingo en las orejas claras de mi burro, de mi burro peruano en el Perú (Perdonen la tristeza)”. Perdió la ocasión de juntar sus lágrimas con las de Vallejo, al tiempo de darle a conocer a quienes nunca oyeron hablar del inmenso poeta de vida trágica, de vida difícil, de vida hambrienta, muerto en 1938.
Aunque citara de pasada algunos nombres de poetas, incluida la fugacísima alusión a Vallejo, en su tejido discursivo habló única y exclusivamente de la novela y el teatro.
Me parece inconcebible viajar por el vastísimo mundo de la literatura, dejando de lado la presencia de la poesía. La figura del poeta inspira más compasión (digamos) que la del novelista y, aún mayor, que la del filósofo. Si Vargas Llosa ve en la invención de las ficciones la manera de vivir muchas vidas que quisiéramos tener cuando apenas disponemos de una sola, le digo que al poeta le importa, por encima de todo, sentir que expresa por medio de palabras todos los movimientos que no puede realizar. Al comprobar la gran similitud entre géneros, con sus variantes específicas, extraña descubrir en el discurso de VLL el olvido de ese bien común llamado poesía.
En ese mismo espacio solemne donde se estampaba el olvido de la poesía, cincuenta años antes, Saint-John Perse, hacía una viva defensa de ella, en el discurso de recepción al serle concedido el Premio Nobel de Literatura de 1960. Basten dos breves iluminaciones de Perse: “En verdad, toda creación del espíritu es, ante todo, ‘poética’, en el sentido propio de la palabra” / “El amor es su hogar, la insumisión su ley, y su lugar está siempre en la anticipación”.
Ajilimójili: califico como imperdonable que en su discurso hiciera referencia por dos veces a las armas de destrucción masiva, dejándolas relegadas a un limbo abstracto, con palabras que parecían decir mucho y no decían nada. Omitió decir que nunca fueron encontradas, pese a lo cual la invasión de Irak, por parte de Estados Unidos, derivó en un execrable crimen de lesa humanidad, en la que murieron miles de personas, ancianos, mujeres y niños inocentes que no podrán ver más la luna. Imperdonable omisión. Lo reitero con inmenso dolor.
José Luis Merino